CAPÍTULO 32

ESA noche Sarah no durmió. Iba a perder a su hermano. E iba a perder a Miles Ryan.

Tumbada en la cama, se acordó de la noche en que Miles y ella habían hecho el amor por primera vez en esa habitación. Lo recordó todo: cómo él la había escuchado cuando le contó que no podía tener hijos, su cara cuando le dijo que la quería, cómo después se habían pasado horas hablando en susurros, y la paz que la había embargado entre sus brazos.

Todo le había parecido maravilloso, perfecto…

En las horas que transcurrieron después de que Miles se hubo marchado, no encontró ninguna solución. Si acaso, estaba más confusa que antes; una vez pasada la sorpresa pudo pensar con más claridad y se dio cuenta de que, hiciera lo que hiciese, ya nada volvería a ser igual.

Se había acabado.

Si no se lo contaba, ¿cómo iba a poder mirarlo a la cara en el futuro? No se imaginaba a Miles y Jonah en casa de sus padres, sentados alrededor del árbol de Navidad y abriendo los regalos, mientras Brian y ella sonreían y fingían que no había pasado nada. No se veía mirando las fotos de Missy en casa de Miles, o sentada con Jonah, sabiendo que Brian había matado a su madre. Y, por supuesto, tampoco habría estado bien; sobre todo teniendo en cuenta lo empeñado que estaba Miles en que Otis pagara por el crimen. Tenía que contarle la verdad, aunque sólo fuera para asegurarse de que Timson no era castigado por algo que no había hecho.

Pero, sobre todo, él tenía que saber lo que realmente le había pasado a su mujer. Se lo merecía.

Pero si se lo decía, ¿qué pasaría después? ¿Lo creería y luego se olvidaría del asunto? No, seguro que no. Brian había violado la ley y, en cuanto ella lo contara, lo detendrían, sus padres se llevarían un disgusto tremendo, Miles no volvería a hablarle y ella perdería al hombre que amaba.

Cerró los ojos. Si nunca hubiese conocido a Miles, lo habría soportado.

Pero ¿enamorarse de él y después perderlo?

¿Y qué sería de Brian?

Sintió que se le tensaba el estómago.

Se levantó de la cama, se puso las zapatillas y se fue al salón, deseando con desesperación encontrar algo, cualquier cosa, en que pensar. Pero allí también se acordó de todo lo sucedido y de pronto entendió claramente lo que tenía que hacer. Por muy doloroso que fuera, no había otra salida.

A la mañana siguiente, cuando sonó el teléfono, Brian supo que era Sarah. Esperaba la llamada y contestó antes de que lo hiciera su madre.

Sarah fue directa al grano, y Brian la escuchó en silencio y al final dijo que sí. Poco después, dejando huellas de pisadas en la nieve, se dirigió hacia su coche.

No pensaba en la carretera, sino en lo que había dicho el día anterior. Cuando se lo contó, sabía que Sarah no podría mantener el secreto. Pese a lo preocupada que estaría por él y por su propio futuro con Miles, seguro que querría que él se entregara. Ella era así; sobre todo, su hermana sabía lo que era ser víctima de una traición, y mantenerse callados habría sido de las peores.

Precisamente por eso se lo había contado.

Brian la vio antes de aparcar, delante de la iglesia episcopaliana, la misma donde se había celebrado el funeral de Missy. Sarah estaba sentada en un banco que daba a un pequeño cementerio tan viejo que las letras de las lápidas estaban desgastadas por el tiempo. Incluso antes de salir del coche, Brian vio el estado en que se encontraba: triste y perdida, como sólo la había visto una vez.

Ella lo oyó llegar y se volvió, pero no lo saludó con la mano. Poco después, Brian se sentó a su lado.

Sarah debía de haber llamado a la escuela para decir que estaba enferma.

A diferencia de la universidad, el colegio donde trabajaba todavía tenía otra semana de clase antes de las vacaciones. Sentado allí, Brian se preguntó qué habría pasado si él no hubiese vuelto para el día de Acción de Gracias y hubiese visto a Miles en su casa, o si no hubieran detenido a Otis.

—No sé qué hacer —susurró Sarah por fin.

—Lo siento —dijo él en voz baja.

Detectó la amargura en la voz de su hermana.

—No quiero que vuelvas a contármelo todo otra vez, pero necesito estar segura de que me has dicho la verdad. —Se giró hacia él. Tenía las mejillas sonrosadas por el frío, como si se las hubieran pellizcado.

—Así es.

—Me refiero a toda la historia, Brian. ¿De verdad fue un accidente?

—Sí.

Sarah asintió, aunque la respuesta no la tranquilizó.

—Anoche no dormí —le explicó—. A diferencia de ti, yo no puedo pasar de este asunto.

Brian no contestó. No podía decir nada.

—¿Por qué no me lo dijiste? —quiso por fin saber Sarah—. O sea, cuando ocurrió.

—No pude —respondió Brian. Ya se lo había preguntado el día anterior, y él le había contestado lo mismo.

Sarah se quedó largo rato callada.

—Tienes que decírselo —dijo, mirando las lápidas. Su voz parecía un eco.

—Ya lo sé —susurró él.

Sarah agachó la cabeza y Brian creyó ver lágrimas en sus ojos. Estaba preocupada por él, pero el llanto no era por eso: sentado a su lado, Brian supo que lloraba por ella.

Sarah acompañó a Brian a casa de Miles. Mientras ella conducía, él miraba por la ventana. Era como si el movimiento del coche le consumiera toda la energía, pero, curiosamente, no temía lo que se avecinaba. Su miedo, lo sabía, se lo había traspasado a su hermana.

Cruzaron el puente y después cogieron Madame Moore’s Lane, tomando las sinuosas curvas hasta llegar a casa de Miles. Sarah aparcó al lado de la camioneta y apagó el motor.

No se bajó del coche enseguida, sino que se quedó un momento sentada, con las llaves en el regazo. Respiró hondo y al final miró a su hermano; esbozó una sonrisa de apoyo tensa y forzada, guardó el llavero en el bolso y Brian abrió la puerta. Se dirigieron juntos hacia la casa.

Sarah vaciló al llegar a la escalera y él lanzó una mirada rápida hacia el rincón del porche donde se había escondido tantas noches. En ese instante supo que le contaría a Miles el crimen, pero, al igual que había hecho con su hermana, se callaría todo lo demás.

Armándose de valor, ella se acercó a la puerta y llamó. Poco después, Miles abrió.

—Sarah… Brian… —dijo.

—Hola, Miles —contestó ella. Brian pensó que tenía la voz sorprendentemente firme.

Al principio, nadie se movió. Tras la conversación del día anterior, Miles y Sarah seguían disgustados y se miraron hasta que por fin él retrocedió.

—Pasad —dijo, dejándolos entrar. Cerró tras ellos—. ¿Queréis tomar algo?

—No, gracias.

—¿Y tú, Brian?

—No, estoy bien.

—¿Qué pasa?

Sarah se arregló la correa del bolso con aire ausente.

—Hay algo de lo que quiero, bueno, de lo que queremos hablar contigo —le explicó con torpeza—. ¿Podemos sentarnos?

—Claro —contestó y señaló el sofá.

Brian se sentó al lado de Sarah y enfrente de Miles. Respiró hondo, a punto de disponerse a hablar, pero ella se lo impidió.

—Miles…, antes de empezar, quiero que sepas que desearía no estar aquí; es lo que más hubiera querido. Intenta recordarlo, ¿de acuerdo? Esto no es fácil para ninguno de nosotros.

—Pero ¿qué sucede? —preguntó. Sarah miró a su hermano, le hizo una señal con la cabeza y él sintió de pronto que se le secaba la garganta. Tragó saliva.

—Fue un accidente —comenzó.

Dicho eso, las palabras salieron solas, tal y como las había repetido miles de veces en su imaginación. Brian le contó todo lo que había pasado dos años antes, sin omitir nada. Sin embargo, no estaba atento a lo que decía.

De lo que estaba pendiente era de la reacción de Miles. Al principio no hubo ninguna. En cuanto el muchacho empezó a hablar, Miles cambió de actitud y adoptó la de alguien deseoso de escuchar con objetividad, tal y como le habían enseñado en la academia. Sabía que Brian estaba haciendo una confesión, y que el silencio era la mejor manera de conseguir una versión sin censura de los hechos. No fue hasta más tarde, al mencionar Rhett’s Barbecue, cuando Miles por fin se dio cuenta de lo que le estaba narrando.

En ese momento entró en estado de shock. Mientras Brian seguía hablando, Miles se quedó helado y palideció, apretando el brazo del sillón. Sin embargo, Brian continuó. Como si estuviera muy lejos, oyó que su hermana daba un grito ahogado cuando contó cómo ocurrió el accidente. No le hizo caso y siguió con su historia, sin detenerse hasta que describió la mañana siguiente en la cocina y su decisión de no hablar.

Miles permaneció todo el rato como una estatua, y cuando el joven calló, tardó un momento en asimilar todo lo que acababa de oír. Después, por fin, lo miró como si lo viera por primera vez.

Y, en cierto modo, Brian sabía que era la primera vez que lo veía.

—¿Un perro? —espetó. Tenía la voz baja y áspera, como si hubiera contenido el aliento a lo largo del relato—. ¿Dices que saltó hacia tu coche por culpa de un perro?

—Sí —asintió—. Uno negro y grande. No pude hacer nada.

Miles entrecerró los ojos como si intentara controlarse.

—Entonces, ¿por qué huiste?

—No lo sé —contestó—. No puedo explicar por qué escapé esa noche. Sólo recuerdo que de pronto estaba otra vez en el coche.

—Conque no te acuerdas… —El enfado en la voz de Miles era evidente, apenas contenido; amenazador.

—No.

—Pero sí recuerdas lo demás, todo lo demás.

—Sí.

—Entonces dime la verdadera razón por la que saliste corriendo.

Sarah tendió la mano hacia el brazo de Miles.

—Te está diciendo la verdad. Créeme, no te mentiría sobre esto.

Él le apartó la mano.

—No te preocupes, Sarah —intervino Brian—. Puede preguntarme todo lo que quiera.

—Claro que puedo —dijo Miles, bajando la voz todavía más.

—No sé por qué huí —replicó—. Como te he dicho, ni siquiera tengo claro cuándo me fui de allí. Sólo me acuerdo de estar en el coche y de nada más.

Miles se levantó, lanzándole una mirada furibunda.

—¿Y pretendes que yo crea eso? —dijo—. ¿Que la culpa la tuvo Missy?

—¡Un momento! —exclamó Sarah, saliendo en defensa de su hermano—. ¡Te ha contado cómo ocurrió! ¡Te está diciendo la verdad!

Miles se volvió hacia ella.

—¿Y por qué demonios tengo que creerlo?

—¡Porque está aquí! ¡Porque quería que lo supieras!

—¿Quiere que lo sepa al cabo de dos años? ¿Y cómo sabes que lo que dice es cierto?

Esperó una réplica, pero antes de que Sarah pudiera contestar, retrocedió de pronto. La miró y después a Brian y luego otra vez a Sarah, mientras reflexionaba sobre el significado de las respuestas a sus preguntas.

Ella conocía de antemano lo que su hermano le iba a contar…

Lo que quería decir… que sabía que Otis era inocente. Había intentado convencerlo de que no hiciera nada. «Deja que se ocupe Charlie», le había aconsejado. «¿Y si Earl y Sims están equivocados?»

Se lo había dicho porque ya sabía que Brian era culpable.

Tenía sentido, ¿no?

¿Acaso no le había comentado que estaba muy unida a su hermano? ¿Que él era la única persona con la que realmente podía hablar, y viceversa?

Los pensamientos de Miles, estimulados por la adrenalina y la ira, saltaban de una conclusión a otra.

Ella lo sabía, pero se lo había ocultado. Lo sabía y…, y…

Miles se quedó mirando a Sarah enmudecido.

¿Y su ofrecimiento de ayudar a Jonah no había sido algo fuera de lo común?

¿Y luego no se había hecho también amiga suya? ¿Y había salido con él? ¿Y lo había escuchado, intentando ayudarlo a seguir adelante con su vida?

Miles empezó a hacer muecas con una rabia apenas contenida.

Ella lo sabía desde el principio.

Lo había utilizado para purgar su sentimiento de culpa. Todo lo que tenían se basaba en mentiras.

«Me ha traicionado.»

Miles no se movía ni decía nada; estaba como petrificado. En medio del silencio, Brian oyó que se encendía la calefacción.

—Tú lo sabías —espetó por fin—, sabías que él había matado a Missy, ¿verdad?

Fue entonces, en ese momento, cuando Brian entendió no sólo que la relación entre Sarah y Miles se había acabado, sino también que, para Miles, nunca había habido nada entre ellos. Sin embargo, Sarah estaba tan desconcertada que le contestó como si la respuesta fuera evidente.

—Claro. Por eso lo he traído aquí.

Miles levantó la mano para interrumpirla y la señaló con el dedo.

—No, no…, tú sabías que él la había matado y no me lo dijiste… Por eso decías que Otis era inocente… Por eso querías que le hiciera caso a Charlie…

Sarah comprendió por fin lo que quería decir, y de pronto empezó a sacudir la cabeza, desesperada.

—No, espera, no lo comprendes…

Miles la interrumpió sin querer escucharla, cada vez más furioso.

—Siempre lo has sabido…

—No…

—Desde el momento en que nos conocimos.

—No…

—Por eso te ofreciste a ayudar a Jonah.

—¡No!

Durante un momento dio la impresión de que Miles estaba a punto de pegarle, pero no lo hizo. En vez de eso, se abalanzó en dirección contraria, volcó la mesa de centro de una patada y tiró la lámpara al suelo. Sarah se estremeció y Brian se levantó del sofá para dirigirse hacia ella, pero Miles lo cogió antes y lo giró. Era más alto y robusto, y el muchacho no pudo impedir que le retorciera la muñeca y se la pusiera detrás, a la altura del omóplato. Sarah se apartó instintivamente de la refriega antes de darse cuenta de lo que pasaba.

Brian no se resistió, ni siquiera cuando sintió una punzada de dolor en la espalda. Hizo una mueca y cerró los ojos.

—¡Para! ¡Le haces daño! —gritó Sarah.

Miles levantó la mano en señal de advertencia.

—¡Tú no te metas en esto!

—¿Por qué lo haces? ¡No es necesario tratarlo así!

—¡Está detenido!

—¡Fue un accidente!

Pero Miles no podía razonar y le volvió a torcer el brazo a Brian, mientras lo alejaba del sofá y de Sarah y lo llevaba hacia la entrada. Brian estuvo a punto de tropezar, y Miles lo sostuvo clavándole los dedos. Lo inmovilizó contra la pared mientras cogía las esposas que colgaban de un gancho y se las puso apretándoselas bien.

—¡Miles! ¡Espera! —gritó Sarah.

Él abrió la puerta y empujó a Brian hacia el porche.

—¡No lo comprendes!

No le hizo caso; cogió a Brian y lo condujo hacia su coche. Al joven le costaba mantener el equilibrio y dio un traspié. Sarah corrió tras ellos.

—¡Miles!

Él se volvió.

—Te quiero fuera de mi vida —le dijo entre dientes.

Al percibir el odio de su voz, Sarah se detuvo.

—Me has traicionado —dijo—. Me has usado. —No esperó a que ella contestara—. Querías arreglar las cosas no para mí y para Jonah, sino para ti y para tu hermano. Pensaste que así te sentirías mejor.

Sarah palideció, incapaz de contestar.

—Lo sabías desde el principio —prosiguió—. Y estabas dispuesta a ocultarme la verdad hasta que detuvieron a otra persona.

—No, eso no es cierto.

—¡Basta de mentiras! —gritó—. ¿Cómo demonios has podido soportarte?

Herida por sus palabras, Sarah se puso a la defensiva.

—No has entendido nada, y ni siquiera te importa.

—¿Que no me importa? No he sido yo quien ha actuado mal.

—Ni yo.

—¿Y pretendes que lo crea?

—¡Es la verdad! —Entonces, a pesar de su ira, Brian vio que se le anegaban los ojos en lágrimas.

Miles se detuvo un momento, pero no mostró la menor compasión.

—Ni siquiera sabes qué es la verdad.

Dicho eso, se giró y abrió la puerta del coche. Metió a Brian de un empujón, dio un portazo y buscó las llaves en el bolsillo. Las sacó mientras se sentaba al volante.

Sarah estaba demasiado atónita para decir nada más. Se quedó mirando cómo arrancaba, pisaba el acelerador y metía la marcha. Los neumáticos chirriaron cuando el automóvil retrocedió hacia la calle.

Miles no la miró en ningún momento y, poco después, desapareció de su vista.