ESA misma mañana, mientras Sarah lloraba en el sofá, Charlie Curtís recorrió el camino de entrada de Miles Ryan. Iba con el uniforme; era el primer domingo en muchos años que Brenda y él no acudían a la iglesia juntos, pero, como le había explicado antes, no tenía opción, no después de las dos llamadas que había recibido el día anterior.
No después de haberse pasado casi toda la noche vigilando la casa de Miles por ese motivo.
Llamó a la puerta y Miles, con vaqueros, una sudadera y una gorra de béisbol, se acercó a abrir. Si se sorprendió al ver al sheriff en su porche, no lo demostró.
—Tenemos que hablar —le dijo Charlie sin más preámbulos.
Miles puso los brazos en jarras, sin disimular su enfado por lo que había hecho su jefe.
—Pues habla.
Charlie se levantó el ala del sombrero.
—¿Quieres que lo hagamos aquí, donde Jonah puede oírnos, o en el jardín? Como quieras. A mí me da igual.
Poco después, Charlie se apoyó en el coche con los brazos cruzados. Miles se quedó delante de él; el sol no estaba muy alto y tuvo que entrecerrar los ojos para poder verlo.
—Necesito saber si fuiste a buscar a Sims Addison —dijo Charlie, yendo directo al grano.
—¿Me lo preguntas o ya lo sabes?
—Te lo pregunto porque quiero ver si eres capaz de mentirme a la cara.
Tras una pausa, Miles miró hacia otro lado.
—Sí, fui a buscarlo.
—¿Por qué?
—Porque dijiste que no podías encontrarlo.
—Estás inhabilitado, Miles. ¿Sabes lo que eso significa?
—No fue nada oficial, Charlie.
—Da igual. Te di una orden muy clara y no obedeciste. Tienes suerte de que Harvey Wellman no se haya enterado. Pero no puedo seguir cubriéndote, y ya estoy demasiado viejo y cansado para aguantar estas cosas. —Se apoyó en un pie y después en el otro, intentando mantenerse caliente—. Necesito la carpeta, Miles.
—¿La mía?
—La quiero como prueba.
—¿De qué?
—Tiene que ver con la muerte de Missy Ryan, ¿no es así? Quiero ver esas notas que has estado garabateando.
—Charle…
—Te lo digo en serio: o me la das o la cogeré yo mismo. De una manera u otra, al final me la quedaré.
—¿Por qué haces esto?
—Espero conseguir que recuperes el sentido común. Es evidente que no escuchaste ni una palabra de lo que te dije ayer, así que te lo repetiré. No te metas. Déjalo en nuestras manos.
—Bien.
—Necesito que me des tu palabra de que en lo sucesivo no seguirás buscando a Sims y de que te mantendrás alejado de Otis Timson.
—Esto es un pueblo. No puedo evitar toparme con él.
Charlie entrecerró los ojos.
—Estoy harto de juegos, Miles, así que voy a ser muy claro. Como te acerques a menos de cien metros de Otis, de su casa o de cualquiera de los lugares que frecuenta, te encerraré.
Miles lo miró con incredulidad.
—¿Y de qué me acusarás?
—De agresión.
—¿De agresión?
—Por ese numerito que montaste en el coche. —Sacudió la cabeza—. No te das cuenta del lío en que estás metido. O permaneces al margen o acabarás entre rejas.
—Esto es una locura…
—Tú te lo has buscado. Ahora mismo estás tan pasado de rosca que no sé qué más puedo hacer. ¿Sabes dónde he estado toda la noche? —No esperó una respuesta—. Aparcado en esta misma calle, para asegurarme de que no salieras. ¿Sabes cómo me siento cuando pienso que no puedo confiar en ti después de todo lo que hemos vivido juntos? Es una sensación muy desagradable, y no quiero tener que volver a hacerlo. Así que si no te importa, y no te puedo obligar a hacerlo, además del expediente, te agradecería que me entregaras tus demás pistolas, las que tienes en casa. Te las devolveré cuando todo esto haya acabado. Si te niegas, tendré que ponerte bajo vigilancia y, créeme, lo haré. No podrás salir a tomar un café sin que alguien controle cada paso que des. Y también debes saber que tengo agentes apostados en el complejo de los Timson por si te acercas.
Miles se negó a responder a su mirada obstinadamente.
—Él conducía el coche, Charlie.
—¿De verdad lo piensas? ¿O sólo quieres una solución, la que sea?
Miles levantó la cabeza de golpe.
—No es justo.
—¿En serio? El que habló con Earl fui yo, no tú. Yo fui el que repasó cada uno de los pasos de la investigación de la patrulla de carretera. Te aseguro que no hay ninguna prueba física que vincule a Otis con el crimen.
—Yo daré con ellas…
—¡No lo harás! —replicó—. ¡Ahí está el problema! ¡No encontrarás nada porque no puedes meterte!
Miles no dijo nada y Charlie le puso la mano en el hombro durante largo rato.
—Oye, seguimos con la operación; de eso te doy mi palabra. —Suspiró—. No sé, a lo mejor averiguamos algo. Y si lo hacemos, seré el primero en venir a decirte que me he equivocado y que Otis recibirá su merecido. ¿De acuerdo?
Miles apretó la mandíbula mientras Charlie aguardaba una respuesta. Al final, al ver que no pensaba dársela, continuó.
—Sé lo difícil que es…
En ese momento, Miles se apartó y le lanzó una mirada furibunda.
—No, no sabes nada —replicó—, y nunca lo sabrás. Brenda sigue viva, ¿te acuerdas? Todavía te despiertas en la misma cama que ella y puedes llamarla cuando quieras. Nadie la atropello a sangre fría, nadie se salió con la suya durante dos años. Y escúchame bien, Charlie, nadie quedará impune ahora.
Pese a aquellas palabras, al final Charlie se fue con el informe y las armas. Ninguno de los dos dijo nada más. No hacía falta. Charlie estaba cumpliendo con su deber.
Y Miles iba a cumplir con el suyo.
Cuando Brian se fue, Sarah permaneció sentada sin percatarse de nada de lo que la rodeaba. No se había movido del sofá ni siquiera después de haber parado de llorar, pues sentía que el menor movimiento haría añicos su frágil equilibrio. Todo carecía de sentido.
No tenía energía para separar las emociones; estaban todas entremezcladas y confusas. Como un conducto sobrecargado, sentía como si una gran ola la hubiera cubierto y dejado incapaz de hacer nada.
¿Cómo demonios había ocurrido? No el accidente de Brian; eso podía entenderlo, al menos a primera vista. Era terrible, y lo que él hizo después estaba mal, lo mirara por donde lo mirase; pero había sido fortuito. Lo sabía. Su hermano no había podido evitarlo, como ella tampoco habría podido.
Y en un santiamén, Missy Ryan había muerto.
Missy Ryan. La madre de Jonah. La mujer de Miles. Era eso lo que carecía de sentido. ¿Por qué Brian había tenido que atropellada precisamente a ella?
¿Y por qué, de todas las personas del mundo, tuvo que ser Miles el que después entró en su vida? Era increíble, y, sentada en el sofá, no podía aceptar todo lo que acababa de descubrir: su horror ante la confesión de Brian y su evidente culpa…; su ira y repugnancia porque él había escondido la verdad, contrapuestas a su convicción de que siempre lo querría…
Y Miles…
Dios santo… Miles…
¿Y ahora qué hacía? ¿Lo llamaba y le contaba lo que sabía? ¿O esperaba a recuperarse para pensar exactamente qué decirle?
¿Igual que había esperado Brian?
Ay, Dios…
¿Qué le pasaría a él?
Iría a la cárcel…
Se sintió mareada.
Sí, se lo merecía, aunque fuera su hermano; había violado la ley y tendría que pagar por su crimen.
¿O no? Se trataba de su hermano pequeño, no era más que un niño cuando ocurrió y, además, no había sido culpa suya.
Sacudió la cabeza, deseando de pronto que no se lo hubiera contado.
Pero, en el fondo, sabía por qué lo había hecho. Durante dos años, Miles había pagado el precio de su silencio.
Y ahora iba a pagarlo Otis.
Respiró hondo y se llevó los dedos a las sienes. No, Miles no llegaría tan lejos, ¿verdad? Tal vez ahora no, pero seguro que ese asunto lo corroería mientras pensara que Otis era culpable, y a lo mejor un día…
Sacudió la cabeza, sin querer pensarlo. Aun así, no sabía qué hacer.
Tampoco tenía ninguna respuesta cuando, al cabo de un rato, Miles se presentó en su casa.
—Hola —se limitó a decir Miles.
Sarah se quedó mirándolo perpleja, sin poder retirar la mano del pomo de la puerta. Se sintió tensa mientras sus pensamientos se desviaban en direcciones opuestas.
«Díselo ahora, hazlo de una vez por todas… No, espera a que hayas pensado qué le vas a decir…»
—¿Estás bien? —le preguntó él.
—Ah…, sí…, humm… —farfulló—. Pasa.
Retrocedió, y Miles cerró la puerta. Vaciló un momento antes de acercarse a la ventana, donde descorrió las cortinas y miró la calle; después dio una vuelta por el salón, claramente trastornado. Se detuvo ante la repisa de la chimenea para ajustar una foto de Sarah y su familia con gesto ausente. Mientras, ella aguardaba en medio de la habitación sin moverse. La situación le parecía surrealista. Mientras lo observaba sólo podía pensar que sabía quién había matado a su esposa.
—Esta mañana Charlie ha pasado por casa —dijo Miles de pronto y, al oír su voz, Sarah volvió en sí—. Se ha llevado la carpeta de Missy.
—Lo siento.
Era una respuesta ridícula, pero fue lo primero y lo único que se le ocurrió.
Miles ni se dio cuenta.
—También me ha dicho que basta que mire a Otis para que me detenga. —Esa vez Sarah no contestó. Miles había ido a su casa a desahogarse; era evidente por su actitud defensiva. Se volvió hacia ella—. ¿No te parece increíble? Lo único que hice fue detener al tío que mató a mi mujer y mira lo que pasa.
Sarah necesitó todo el control que pudo reunir para mantener la compostura.
—Lo siento —dijo otra vez.
—Y yo. —Sacudió la cabeza—. No puedo ir tras Sims, ni buscar pruebas, ni hacer nada. Se supone que tengo que quedarme en casa y dejar que Charlie se ocupe de todo.
Sarah se aclaró la garganta mientras buscaba una salida.
—Bien…, ¿no crees que sería una buena idea? O sea, al menos durante un tiempo —sugirió.
—No, no lo creo. Demonios, si yo fui el único que siguió indagando después de que cesara la investigación… Conozco este caso mejor que nadie.
«No, Miles, eso no es cierto.»
—¿Y ahora qué vas a hacer?
—No lo sé.
—Pero le harás caso a Charlie, ¿verdad?
Miles miró hacia otro lado, negándose a contestar, y Sarah sintió un nudo en el estómago.
—Oye, Miles —dijo ella—. Sé que no quieres oír estas cosas, pero creo que Charlie tiene razón. Deja que los demás se encarguen de Otis.
—¿Por qué? ¿Para que vuelvan a meter la pata?
—No la metieron.
Los ojos de Miles relampaguearon.
—Ah, ¿no? Entonces, ¿cómo es que Otis anda suelto? ¿Por qué fui yo el que tuvo que encontrar a las personas que lo delataron? ¿Por qué no buscaron más pruebas entonces?
—A lo mejor es que no las había —contestó ella en voz baja.
—¿Por qué haces de abogado del diablo? Ayer hiciste lo mismo.
—No es verdad.
—Sí, y no escuchaste ni una palabra de lo que te dije.
—No quería que hicieras nada…
Miles levantó las manos.
—Sí, ya lo sé. Charlie y tú, los dos; ninguno se ha enterado de lo que está pasando.
—Claro que sí —dijo ella, intentando disimular la tensión de su voz—. Crees que lo hizo Otis y quieres vengarte. Pero ¿y si después te enteras de que Sims y Earl de algún modo se equivocaron?
—¿Que se equivocaron?
—Me refiero a lo que oyeron…
—¿Crees que mienten? ¿Los dos?
—No, sólo quiero decir que tal vez no lo entendieron bien. A lo mejor Otis lo dijo, pero no era cierto; quizá no lo hiciera.
Durante un momento, Miles estuvo demasiado atónito para hablar. Sarah insistió, a pesar del nudo en la garganta.
—O sea, ¿y si averiguas que Otis es inocente? Ya sé que no os lleváis bien…
—¿Que no nos llevamos bien? —dijo, interrumpiéndola. La miró con dureza antes de acercarse a ella—. ¿De qué demonios estás hablando? Ese hombre mató a mi mujer, Sarah.
—Eso no lo sabes.
—Sí que lo sé —afirmó. Se aproximó todavía más—. Lo que no comprendo es por qué estás tan convencida de que es inocente.
Sarah tragó saliva.
—No es eso lo que quiero decir. Sólo te digo que tienes que dejar que Charlie se encargue de esto y que tú no debes hacer nada…
—¿Como qué? ¿Matarlo? —Sarah no contestó, y Miles se quedó inmóvil un momento delante de ella. Habló con una voz extrañamente tranquila—. Como él mató a mi mujer, ¿no?
Sarah palideció.
—No hables así. Tienes que pensar en Jonah.
—A él no lo metas.
—Pero es verdad. Tú eres lo único que tiene.
—¿Crees que no lo sé? ¿Por qué piensas que no apreté el gatillo? Tuve la oportunidad, pero no lo hice, ¿te acuerdas? —Suspiró mientras se apartaba de ella, casi como si se arrepintiera de no haber disparado—. Sí, quise acabar con él. Creo que se lo merece: ojo por ojo, ¿no? —Sacudió la cabeza y la miró—. Quiero que pague por lo que hizo. Y lo hará; como sea.
Dicho eso, se dirigió de modo abrupto hacia la puerta y salió dando un portazo.