EL domingo por la mañana, Sarah oyó que alguien llamaba a la puerta. Tras un momento de duda, se levantó. Mientras se dirigía hacia el vestíbulo, una parte de ella deseó que fuera Miles.
La otra deseó que no lo fuera.
Cuando tocó el pomo, no sabía qué iba a decirle. En realidad eso dependía de él. ¿Sabía que había llamado a Charlie? Y si era así, ¿estaría enfadado? ¿O dolido? ¿Entendería que lo había hecho porque creía que no tenía más remedio?
Al abrir, sin embargo, sonrió aliviada.
—Hola, Brian. ¿Qué haces aquí?
—Tengo que hablar contigo.
—Claro… Pasa.
Él entró y se sentó en el sofá. Sarah se acomodó a su lado.
—¿Qué hay? —preguntó.
—¿Al final llamaste al jefe de Miles?
Ella se pasó una mano por el pelo.
—Sí, como dijiste, no tenía otra opción.
—Porque crees que es capaz de hacerle algo al que detuvo —afirmó Brian.
—No sé qué hará, pero tengo suficiente miedo como para intentar evitarlo.
Brian asintió despacio.
—¿Y él ya sabe que has llamado?
—¿Miles? No lo sé.
—¿Has hablado con él?
—No, no desde que se marchó ayer. Lo llamé un par de veces, pero no estaba en casa; saltó el contestador.
Brian se llevó los dedos al caballete de la nariz y estornudó.
—Tengo que saber una cosa —dijo. En el silencio del salón, su voz parecía extrañamente amplificada.
—¿Qué? —preguntó ella, confusa.
—¿De verdad crees que Miles puede pasarse de la raya?
Sarah se inclinó hacia él. Trató de mirarlo a los ojos, pero él desvió la mirada.
—No puedo adivinar los pensamientos de los demás; pero sí, estoy preocupada.
—Creo que deberías decirle a Miles que lo deje estar.
—¿Qué?
—El tipo al que detuvo… Debería olvidarse de él. Sarah lo miró atónita. Al final Brian se volvió hacia ella con una mirada implorante.
—Tiene que comprenderlo, ¿vale? Habla con él, ¿quieres?
—Lo he intentado, ya te lo he dicho.
—Debes insistir.
Sarah se reclinó y frunció el entrecejo.
—¿Qué pasa?
—Sólo te estoy preguntando qué crees que hará.
—Pero ¿por qué? ¿Por qué es tan importante para ti?
—¿Qué sería de Jonah?
Su hermana parpadeó.
—¿Jonah?
—Miles pensará en él, ¿no? Antes de hacer algo…
Sarah sacudió la cabeza lentamente.
—O sea, ¿verdad que no se arriesgaría a ir a la cárcel?
Ella le cogió las manos.
—Un momento, por favor. Basta ya de tantas preguntas. ¿Qué pasa?
Ése fue, recuerdo, mi momento de la verdad, la razón por la que había ido a su casa. Había llegado la hora de confesar lo que había hecho.
Entonces, ¿por qué no se lo conté todo directamente? ¿Por qué le hice tantas preguntas? ¿Buscaba una salida, otro motivo para que la verdad siguiera oculta? Es posible que fuera eso lo que pretendía esa parte de mí que había mentido durante dos años, pero creo que también quería proteger a mi hermana.
Debía asegurarme de que no tenía ninguna otra salida.
Sabía que mis palabras le harían daño porque estaba enamorada de Miles. Los había visto juntos el día de Acción de Gracias: la manera de mirarse, la naturalidad con la que se trataban, el tierno beso que ella le dio cuando se fue… Quería a Miles, y él la quería: ella misma me lo había dicho. Y Jonah los quería a los dos.
La noche anterior había llegado a la conclusión de que ya no podía mantener el secreto. Si Sarah de verdad pensaba que Miles era capaz de intentar resolver el asunto por su cuenta, sabía que si callaba me arriesgaba a que se arruinaran más vidas. Missy había muerto por mi culpa; no soportaría otra tragedia inútil.
Pero, para salvarme, para salvar a un hombre inocente y para salvar a Miles Ryan de sí mismo tenía que sacrificar a mi hermana.
Ella, que ya había sufrido tanto, tendría que mirar a Miles a la cara sabiendo que su propio hermano había matado a su mujer, y enfrentarse al riesgo de perderlo, ya que ¿cómo podría él volver a verla de la misma manera?
¿Era justo convertirla en víctima? Ella era una espectadora inocente, y con mis palabras se vería atrapada sin remedio entre su amor por Miles y su amor por mí. Pero, por mucho que no lo quisiera, sabía que tenía que hacerlo.
—Yo sé —dije con la voz ronca— quién conducía aquel coche.
Ella se quedó mirándome, como si no entendiera lo que acababa de decir.
—Ah, ¿sí?
Asentí.
Fue entonces, en el largo silencio que precedió a la pregunta, cuando empezó a entender por qué había ido a su casa. Comprendió lo que intentaba decirle, y se desplomó hacia delante, como un globo que se desinflara poco a poco. Yo, por mi parte, en ningún momento desvié la mirada.
—Fui yo —susurré—. Lo hice yo.