CAPÍTULO 24

MILES llegó a su casa más o menos a la misma hora en que Charlie aparcaba en la cárcel estatal de Hailey, y se dirigió a su habitación.

No fue para dormir, sino para sacar el expediente del armario donde lo había escondido.

Estuvo las siguientes horas pasando las hojas, estudiando su contenido. No había nada nuevo, nada que se le hubiera escapado, pero de todos modos no podía dejarlo.

En ese instante sabía lo que buscaba.

Después de un tiempo oyó el teléfono, pero no contestó. A los veinte minutos volvió a sonar, con idéntico resultado. A la hora de siempre, Jonah se bajó del autobús y, al ver el coche de su padre, se fue a casa en lugar de ir a la de la señora Knowlson. Corrió emocionado al dormitorio porque no esperaba verlo hasta más tarde y pensó que podrían hacer algo juntos antes de salir con Mark. Sin embargo, enseguida vio la carpeta y supo lo que significaba. Aunque hablaron un momento, se dio cuenta de que su padre necesitaba estar solo y no lo molestó pidiéndole nada. Volvió al salón y encendió el televisor.

El sol de la tarde empezó a ponerse; al anochecer, comenzaron a encenderse las luces de Navidad en los jardines de todo el barrio. Jonah fue a ver a su padre e incluso le habló desde la puerta, pero él no alzó la vista.

El niño cenó un cuenco de cereales.

Miles siguió examinando los papeles. Anotó preguntas y comentarios en los márgenes, empezando por Sims y Earl y la necesidad de que declararan. Después repasó las páginas referentes a la investigación de Otis Timson, deseando haber estado allí; más interrogantes, más notas. ¿Habían comprobado todos los coches de la propiedad en busca de alguna abolladura, incluso los abandonados? ¿Podía Otis haber pedido uno prestado, y dónde? ¿Se acordaría algún empleado de una tienda de repuestos de si Otis había comprado un equipo de emergencia? ¿Qué podía haber hecho con el automóvil si tenía un golpe? Había que llamar a todas las demás comisarías y averiguar si habían cerrado algún desguace ilegal en esos dos últimos años; hacer entrevistas, si era posible; llegar a un trato si alguien recordaba algo.

Poco antes de las ocho, Jonah volvió al dormitorio, listo para ir al cine con Mark; Miles se había olvidado por completo. Su hijo se despidió con un beso y se fue, y él volvió a enfrascarse en los informes sin preguntarle a qué hora volvía.

No oyó entrar a Sarah hasta que lo llamó desde el salón.

—¿Hola? ¿Miles? ¿Estás aquí?

Se asomó a la puerta y de pronto él se acordó de que habían quedado.

—¿No me has oído llamar? —preguntó—. Me estaba helando de frío ahí fuera mientras esperaba que abrieras, hasta que al final he desistido. ¿Es que te has olvidado de que tenía que venir?

Cuando Miles alzó la vista, Sarah vio su mirada distante y enajenada. Parecía que llevaba horas pasándose la mano por el pelo.

—¿Estás bien? —quiso saber.

Miles se puso a recoger los papeles.

—Sí… estoy bien. Es que estaba trabajando… Lo siento… He perdido la noción del tiempo.

Ella reconoció el archivador y enarcó una ceja.

—¿Qué pasa?

Al verla, Miles se dio cuenta de lo agotado que estaba; tenía el cuello y la espalda rígidos y se sentía como si lo cubriera una fina capa de polvo. Cerró la carpeta y la apartó, sin dejar de pensar en su contenido. Se frotó la cara con las dos manos y luego miró a Sarah entre los dedos.

—He detenido a Otis Timson —contestó.

—¿Otis? ¿Por qué?

Antes de acabar la pregunta, supo la respuesta y respiró hondo.

—Ah… Miles —dijo, acercándose instintivamente. Él, con todo el cuerpo dolorido, se puso en pie y ella lo abrazó—. ¿Seguro que estás bien? —susurró, cogiéndolo.

Cuando Miles la estrechó, le volvió todo lo que había sentido a lo largo de la jornada. La mezcla de incredulidad, ira, frustración, rabia, miedo y agotamiento intensificó los sentimientos renovados de pérdida, y por primera vez en el día se dejó llevar. De pie en la habitación y entre los brazos de Sarah, se derrumbó y le brotaron las lágrimas como si nunca hubiera llorado.

Cuando Charlie volvió a la comisaría, Madge lo esperaba. Aunque siempre salía a las cinco, se había quedado esperándolo una hora y media. Estaba en el aparcamiento, cruzada de brazos y sujetando su chaqueta de lana.

Charlie salió del coche y se quitó las migas de los pantalones. Se había parado a comprar una hamburguesa y patatas fritas, que se había comido con una taza de café.

—¿Madge? ¿Cómo es que todavía estás aquí?

—Te estaba esperando —contestó ella—. Te he visto llegar y quería hablar contigo donde nadie pueda oírnos.

Charlie sacó el sombrero del coche; con aquel frío, lo necesitaba: ya no tenía suficiente pelo para protegerse la cabeza.

—¿Qué pasa?

Antes de que respondiera, un agente abrió la puerta y ella miró hacia atrás. Para ganar tiempo dijo sólo:

—Ha llamado Brenda.

—¿Está bien? —preguntó Charlie, siguiéndole la corriente.

—Que yo sepa sí. Pero quiere que la llames.

El policía lo saludó con la cabeza cuando pasó a su lado. En cuanto se acercó a su coche, Madge dio unos cuantos pasos hacia el sheriff.

—Creo que hay un problema —dijo en voz baja.

—¿Con qué?

Señaló hacia atrás.

—Thurman Jones te espera ahí dentro; y también Harvey Wellman.

Charlie la miró, sabiendo que había algo más.

—Los dos quieren verte.

—¿Y?

De nuevo miró a su alrededor para asegurarse de que estaban solos.

—Están aquí juntos para hablar contigo.

Él se quedó mirándola mientras intentaba adivinar lo que iba a decirle, sabiendo que no le gustaría. Los fiscales y los abogados defensores sólo se unían en las circunstancias más extremas.

—Tiene que ver con Miles —dijo—. Es posible que haya hecho algo cuando ha salido de aquí; algo que no debía.

Thurman Jones tenía cincuenta y tres años, y un pelo castaño y ondulado que siempre parecía secado al viento; era de estatura y peso medianos. Cuando iba a los tribunales vestía trajes de color azul marino, corbatas oscuras de punto y zapatillas negras de deporte, lo que le daba un cierto aire de paleto. En los juicios hablaba despacio y con claridad y nunca perdía la calma, y esa combinación, junto con su aspecto, siempre caía muy bien al jurado. Charlie no entendía por qué representaba a gente como Otis Timson y su familia, pero lo hacía y llevaba años haciéndolo.

Harvey Wellman, por otro lado, lucía trajes hechos a medida y zapatos Cole-Haan, y siempre parecía estar a punto de ir a una boda. A los treinta años ya tenía las sienes plateadas; ahora, a los cuarenta, tenía el pelo casi blanco, lo que le daba una apariencia muy distinguida. En otra vida habría podido ser presentador de noticias, o tal vez director de una funeraria.

A ninguno de los dos se le veía muy contento mientras aguardaban delante de la oficina de Charlie.

—¿Queríais verme? —preguntó éste.

Ellos se pusieron de pie.

—Es importante, Charlie —contestó Harvey.

Él los hizo pasar, cerró la puerta y los invitó a sentarse, pero ninguno aceptó. Se dirigió hacia su mesa para dejar un poco de espacio entre él y la visita.

—¿En qué puedo ayudaros?

—Tenemos un problema, Charlie —respondió el fiscal—. Tiene que ver con la detención de esta mañana. Antes he intentado hablar contigo, pero ya no estabas.

—Lo siento. He tenido que salir para ocuparme de un asunto fuera del pueblo. ¿Qué sucede?

Harvey Wellman lo miró directamente a los ojos.

—Al parecer, Miles Ryan se ha excedido un poco.

—Ah, ¿sí?

—Tenemos testigos, muchos, y todos dicen lo mismo.

El sheriff no dijo nada y Harvey se aclaró la garganta antes de seguir. Thurman Jones estaba a un lado, con el rostro impasible, pero Charlie sabía que no se le escapaba ni una palabra.

—Ha apuntado a la cabeza de Otis Timson con una pistola.

Más tarde, en el salón, Miles sostenía una cerveza y sin darse cuenta le iba arrancando la etiqueta mientras le contaba a Sarah todo lo que había sucedido. Al igual que le ocurría con sus propios sentimientos, a veces se hacía un lío con la historia y saltaba de un tema a otro, y luego lo retomaba; se repitió más de una vez. Sarah no lo interrumpió ni desvió la mirada en ningún momento y, aunque en ocasiones Miles no habló con claridad, no lo presionó para que se explicara por el simple hecho de que dudaba que pudiera.

Sin embargo, al contrario que con Charlie, él se explayó algo más.

—En los últimos dos años me he preguntado qué pasaría cuando me encontrara cara a cara con el tío que lo hizo. Y cuando me he enterado de que fue Otis… No sé… —Hizo una pausa—. He querido apretar el gatillo y matarlo.

Sarah se movió, sin saber qué decir. Lo entendía, al menos hasta cierto punto, pero… también le daba un poco de miedo.

—Pero no lo has hecho —dijo por fin.

Miles no advirtió el tono de indecisión en su respuesta. Tenía la cabeza en otra parte: en Otis.

—¿Y ahora qué va a pasar? —preguntó ella.

Miles se llevó la mano a la nuca y se la frotó. Pese a estar tan involucrado emocionalmente en el asunto, sabía que necesitaban más pruebas de las que tenían.

—Habrá que hacer una investigación: interrogar a testigos, ir a sitios… Es mucho trabajo, y teniendo en cuenta el tiempo que ha pasado, será aún más difícil. No sé hasta cuándo estaré ocupado, trabajaré muchas noches hasta tarde, muchos fines de semana… Será como hace un par de años.

—¿No te ha dicho Charlie que él se encargará de esto?

—Sí, pero él no lo hará como yo.

—¿Y tú puedes hacerlo?

—No tengo otra opción.

No era el momento ni el lugar de discutirlo, y Sarah no insistió.

—¿Tienes hambre? —preguntó—. Puedo preparar algo en la cocina. ¿O quieres que pidamos una pizza?

—No, estoy bien.

—¿Te apetece ir a dar una vuelta?

Negó con la cabeza.

—No tengo muchas ganas.

—¿Quieres ver una película? He alquilado un vídeo de camino para aquí.

—Sí… claro.

—¿No quieres sabes cuál es?

—En realidad me da igual. Cualquier cosa que hayas elegido me parece bien.

Sarah se levantó del sofá y la cogió. Era una comedia que la hizo reír en un par de ocasiones y, cada vez, miró a Miles para ver qué cara ponía; pero no reaccionaba. Una hora después, él se disculpó para ir al lavabo y, al ver que no volvía, Sarah fue a buscarlo por si le pasaba algo.

Lo encontró en su habitación, con la carpeta marrón abierta a su lado.

—Sólo quiero comprobar una cosa —dijo—. Es un momento.

—De acuerdo.

No regresó.

Mucho antes de que se acabara la película, Sarah paró el vídeo, sacó la cinta y cogió su chaqueta. Volvió a asomar la cabeza por la puerta del dormitorio —sin saber que Jonah había hecho lo mismo— y salió sigilosamente de la casa. Miles no se dio cuenta de que se había ido hasta que su hijo volvió del cine.

Charlie se quedó en la oficina casi hasta las doce de la noche. Al igual que Miles, examinaba el expediente y se preguntaba qué iba a hacer.

Le costó engatusar y tranquilizar a Harvey, sobre todo después de que éste le contara lo que había hecho Miles en el coche. Como era de esperar, Thurman Jones no dijo gran cosa, y Charlie dedujo que le había parecido más oportuno dejar que Harvey hablara por él. Sin embargo, esbozó una pequeña sonrisa cuando el fiscal dijo que estaba planteándose seriamente presentar cargos contra Miles.

Fue entonces cuando Charlie les explicó por qué habían detenido a Otis.

Al parecer Miles no se había molestado en decirle a Timson de qué se le acusaba. Al día siguiente Charlie iba a tener una conversación muy seria con él, eso si antes no le retorcía el pescuezo.

Pero delante de Harvey y Thurman, fingió que ya lo sabía.

—No había ninguna razón para soltar acusaciones sin estar seguro de que estaban justificadas.

Como era de prever, tanto a Harvey como a Thurman les costó aceptar esa excusa, y también creer la historia de Sims; hasta que Charlie les dijo que había visto a Earl Getlin.

—Y lo ha confirmado todo —dijo.

No iba a confesarle a Thurman sus dudas, y de momento tampoco estaba dispuesto a compartirlas con Harvey. En cuanto acabó de explicarlo, éste lo miró dándole a entender que tenían que verse después a solas. Charlie, que necesitaba más tiempo para digerir las cosas, no se dio por aludido.

Estuvieron mucho tiempo hablando de Miles. El sheriff estaba seguro de que éste había hecho exactamente lo que decían y, aunque estaba… alterado, por decirlo con suavidad, lo conocía lo suficiente para saber que esa conducta era muy propia de él en semejante situación. Pero disimuló su enfado, incluso mientras lo defendía lo mínimo posible.

Al final, Harvey recomendó que inhabilitaran a Miles mientras se resolvía el asunto.

Thurman Jones pidió que soltaran a Otis o presentaran cargos de inmediato, sin más dilación.

Charlie les dijo que Miles ya se había ido, pero que tomaría una decisión al respecto a primera hora de la mañana.

De algún modo, esperaba que para entonces las cosas se hubieran aclarado un poco.

Pero no fue así, como descubrió cuando por fin se fue a casa.

Antes de salir de la oficina, llamó a Harris para saber cómo le había ido.

Al parecer no había encontrado a Sims.

—¿Has buscado mucho? —preguntó Charlie con brusquedad.

—He mirado por todas partes —respondió Harris medio dormido—: En su casa, en la de su madre, en los lugares que suele frecuentar… He ido a todos los bares y tiendas de bebidas alcohólicas del condado. Se ha esfumado.

Cuando Charlie llegó a casa, Brenda lo esperaba con una bata encima del pijama. Le contó todo lo ocurrido, y ella le preguntó qué pasaría si al final llevaban a Timson a juicio.

—Será la defensa habitual —contestó en tono cansado—. Jones dirá que esa noche Otis ni siquiera estaba allí y encontrará a personas que lo confirmen. Después asegurará que, aunque hubiese estado allí, no dijo lo que se le atribuye; y, aunque lo hubiera dicho, alegará que lo han sacado de contexto.

—¿Y eso funcionará?

Él sorbió el café, pensando que todavía tenía muchas cosas que hacer.

—Nadie puede predecir lo que hará un jurado; ya lo sabes.

Brenda apoyó la cabeza en el brazo de Charlie.

—Pero ¿tú qué crees? —preguntó—. Sinceramente.

—¿Sinceramente?

Ella asintió, mientras pensaba que su marido parecía tener diez años más que cuando se había ido por la mañana.

—A menos que encontremos algo más, Otis quedará libre.

—¿Aunque lo haya hecho?

—Sí —contestó sin energía en la voz—, aunque lo haya hecho.

—¿Y Miles aceptaría eso?

Charlie cerró los ojos.

—No, de ninguna manera.

—¿Qué haría?

Apuró la taza de café y cogió el informe.

—No tengo ni la menor idea.