CHARLIE llegó a la cárcel estatal de Hailey poco antes de las dos con gruñidos de estómago, los ojos cansados y la sensación de que no le circulaba la sangre por las piernas desde hacía una hora. Ya no tenía edad para pasarse tres horas seguidas en el coche sin moverse.
Tendría que haberse jubilado el año anterior, cuando se lo dijo Brenda, para poder dedicarse a algo productivo, como pescar.
Tom Vernon salió a recibirlo en la entrada.
Trajeado, parecía más un banquero que el director de una de las cárceles más duras del estado. Llevaba el pelo con la raya a un lado y lo tenía entrecano. Estaba tieso como una vara, y cuando le tendió la mano, Charlie se fijó en que se había hecho la manicura.
Lo condujo al interior.
Como todas las prisiones, ésa era gris y fría, con cemento y acero por doquier, bañados en una luz fluorescente. Recorrieron un largo pasillo y atravesaron la zona de recepción hasta llegar al despacho de Vernon.
A primera vista, era tan frío y gris como el resto del edificio. Todo era propiedad del Gobierno, desde el escritorio hasta las lámparas o los archivos del rincón. Una pequeña ventana con barrotes daba al patio. Fuera, Charlie vio a los presos: algunos levantaban pesas, otros estaban sentados o en grupos… Parecía que casi todos fumaban.
¿Por qué demonios se pondría Vernon un traje para ir a un sitio así?
—Necesito que rellenes unos formularios —le dijo—. Ya sabes cómo son estas cosas.
—Claro. —Charlie se llevó una mano al pecho para buscar un bolígrafo, pero el director le dio uno.
—¿Le has dicho a Earl Getlin que iba a venir?
—He supuesto que no querrías.
—Pero ¿está listo para verme?
—En cuanto estés en la sala te lo llevaremos.
—Gracias.
—Pero antes quería hablar contigo sobre él; sólo para que no te sorprendas.
—¿Sí?
—Hay algo que tienes que saber.
—¿Y qué es?
—Earl tuvo una refriega la primavera pasada. Nunca supe qué pasó en realidad; ya sabes, lo típico: nadie ve nada y nadie sabe nada. De todos modos…
Charlie alzó la vista cuando Vernon suspiró.
—Perdió un ojo; se lo sacaron en una pelea en el patio. Ha entablado un montón de demandas aduciendo que la culpa fue nuestra. —Hizo una pausa.
«¿Por qué me estará contando todo esto?», se preguntó Charlie.
—La cuestión es que, desde el principio, ha dicho que él no tenía por qué estar aquí, que le han tendido una trampa. —Levantó las manos—. Ya lo sé, todos los internos dicen siempre que son inocentes; es una vieja cantinela, y ya la hemos oído cientos de veces. Pero lo que te quiero decir es que si has venido para obtener información, no te hagas ilusiones, a no ser que piense que puedes sacarlo de aquí. E incluso en ese caso, es posible que mienta.
El sheriff miró a Vernon con otros ojos. Para ir tan peripuesto, desde luego parecía estar al corriente de todo lo que pasaba en el centro. Le pasó los formularios y Charlie los hojeó un momento: eran los mismos de siempre.
—¿Sabes a quién acusa de haberlo engañado? —preguntó.
—Espera un segundo —contestó Vernon, levantando un dedo—. Ahora mismo te lo digo.
Se acercó al teléfono de su escritorio, marcó un número y aguardó a que contestaran. Habló con alguien, escuchó y dio las gracias.
—Al parecer, según él, fue un tal Otis Timson.
Charlie no sabía si reír o llorar.
Claro que Earl culpaba a Otis.
Eso facilitaba una parte de su trabajo.
Pero de pronto la otra se complicaba todavía más.
Aunque no hubiera perdido el ojo, la cárcel había tratado a Earl Getlin peor que a la mayoría de la gente. Tenía mechones de pelo más cortos por un lado que por el otro, como si él mismo se lo hubiera cortado con unas tijeras oxidadas, y la piel de color cetrino. Aunque siempre había sido delgado, había perdido peso y se le veían los huesos bajo la piel de las manos.
Pero, sobre todo, Charlie vio el parche: negro, como el de un pirata o el del malo en las antiguas películas de guerra.
Earl llevaba unas esposas que le sujetaban las muñecas y que tenían una cadena que le llegaba hasta los tobillos. Entró en la sala arrastrando los pies y, al ver al sheriff, se detuvo un momento y luego siguió hasta sentarse a una mesa de madera, delante de él.
Tras consultar con Charlie, el guardia salió de la sala sin hacer ruido.
Earl lo miró fijamente con su único ojo. Parecía como si hubiera ensayado esa mirada, a sabiendas de que la mayoría de la gente se vería obligada a bajar la vista. Charlie fingió que no se percataba del parche.
—¿Por qué está aquí? —gruñó Earl.
Aunque estaba más débil, su voz no había perdido su dureza; estaba herido pero no dispuesto a rendirse. Charlie tendría que vigilarlo cuando saliera de allí.
—He venido a hablar contigo —contestó.
—¿De qué?
—De Otis Timson.
Earl se puso tenso al oír ese nombre.
—¿Qué pasa con Otis? —preguntó con cautela.
—Necesito saber algo de una conversación que tuvisteis hace un par de años. Lo esperabas en el Rebel, y él y sus hermanos se sentaron en tu reservado. ¿Te acuerdas?
Eso no era lo que se esperaba. Tardó un momento en asimilar lo que le había dicho Charlie y después parpadeó.
—Refrésqueme la memoria. Eso ocurrió hace ya mucho tiempo.
—Tiene que ver con Missy Ryan. ¿Ahora lo recuerdas?
Earl levantó un poco el mentón y se miró la nariz. A continuación miró hacia un lado y luego hacia el otro.
—Depende.
—¿De qué? —preguntó Charlie inocentemente.
—De lo que yo saque a cambio.
—¿Qué quieres?
—Ah, vamos, sheriff, no se haga el tonto. Ya sabe lo que quiero.
No hacía falta decirlo. Era obvio para los dos.
—No puedo prometer nada hasta que sepa lo que tienes que decir.
Earl se reclinó en la silla, tomándoselo con calma.
—En ese caso tenemos un problema, ¿no le parece?
Charlie lo miró.
—Tal vez. Pero creo que al final acabarás contándomelo.
—¿Por qué?
—Porque Otis te tendió una trampa, ¿no es así? Si tú me cuentas lo que se dijo entonces, después yo escucharé tu versión de los hechos. Y cuando vuelva a New Bern, te prometo que lo investigaré. Si Timson te metió aquí, lo averiguaremos; y al final a lo mejor acabáis intercambiando los lugares.
Earl no necesitó nada más para ponerse a hablar.
—Le debía pasta —dijo Earl—, pero iba un poco escaso, ¿sabe lo que quiero decir?
—¿Cuánto? —le preguntó Charlie.
Earl se sorbió la nariz.
—Un par de miles de dólares.
Charlie sabía que se trataba de algo ilegal, seguramente tenía que ver con un asunto de drogas; pero asintió, como si estuviera al tanto y no le importara.
—Y de pronto llegaron los Timson. Todos. Me dijeron que tenía que pagar, que los hacía quedar mal y que no podían seguir conmigo. Yo les dije que les devolvería el dinero en cuanto lo tuviera. Mientras, Otis no decía nada, como si escuchara lo que yo tenía que decir. Estaba muy tranquilo, y era el único al que parecía interesarle lo que yo decía; así que empecé a explicarle la situación y él asentía mientras los demás callaban. Cuando acabé, esperé a que dijera algo, pero se quedó un rato callado hasta que de pronto se inclinó hacia mí y me dijo que, si no pagaba, me pasaría lo mismo que a Missy Ryan. Sólo que esa vez volvería a atropellarme.
Bingo.
Así que Sims había dicho la verdad. Que interesante.
Sin embargo, el rostro de Charlie permaneció inalterable.
De todos modos, sabía que ésa era la parte fácil; lo que le preocupaba no era conseguir que Earl hablara. Se daba cuenta de que todavía le faltaba lo más difícil.
—¿Cuándo ocurrió?
Earl se detuvo a pensar.
—Creo que en enero. Hacía frío.
—De modo que tú estabas allí, sentado delante de él, y te dijo eso. ¿Y cómo reaccionaste?
—No supe qué pensar. Sé que no dije nada.
—¿Le creíste?
—Claro que sí —contestó asintiendo con la cabeza, como para hacer hincapié en la respuesta. ¿Quizá asintió demasiado? Charlie se miró una mano y se examinó las uñas.
—¿Por qué?
Earl se inclinó hacia él y la cadena chocó contra la mesa.
—Si no ¿por qué iba a decirlo? Además, ya sabe cómo es; es muy capaz de hacer algo así.
«Puede que sí y puede que no.»
—¿Y qué te hace pensar eso?
—Usted es el sheriff, lo sabrá mejor que yo.
—Lo que yo opine no es importante. Lo que vale es lo que piensas tú.
—Ya se lo he dicho.
—Le creíste.
—Sí.
—¿Y pensaste que te haría lo mismo?
—Eso dijo, ¿no?
—¿Así que te asustaste?
—Sí —respondió con brusquedad.
«Conque impacientándote, ¿eh?»
—¿Cuándo te detuvieron por el robo del coche?
Earl se quedó desorientado un momento por el cambio de tema.
—A finales de junio.
Charlie asintió como si eso tuviera sentido, como si ya lo hubiera comprobado antes.
—¿Qué sueles beber? O sea, cuando no estás en la cárcel.
—¿Y eso qué importa?
—¿Cerveza, vino, licores?… Sólo por curiosidad.
—En general, cerveza.
—¿Esa noche bebiste?
—Sólo un par; no lo suficiente para estar borracho.
—¿Antes de llegar? A lo mejor ibas un poco zumbado…
Earl negó con la cabeza.
—No, me las tomé allí.
—¿Cuánto tiempo estuviste sentado con los Timson?
—¿Qué quiere decir?
—Es una pregunta fácil. ¿Estuviste cinco minutos? ¿Diez? ¿Media hora?
—No me acuerdo.
—Pero lo bastante para beber dos cervezas.
—Sí.
—A pesar de que estabas asustado.
Earl vio al fin por dónde iba Charlie. Éste esperó pacientemente, con el rostro inexpresivo.
—Sí —contestó—. No es el tipo de gente a la que puedes dejar plantada para marcharte.
—Ah —dijo Charlie. Pareció aceptarlo, y se llevó los dedos al mentón—. Vale…, y ahora, a ver si lo entiendo. Otis te dijo, no, te insinuó, que ellos mataron a Missy, y tú creíste que te harían lo mismo porque les debías un montón de pasta. ¿Correcto? —Earl asintió con cautela. Charlie le recordaba al maldito fiscal que lo había encerrado—. Y tú sabías a qué se referían, ¿verdad? Cuando Otis mencionó a Missy ya sabías que estaba muerta, ¿no es así?
—Como todo el mundo.
—¿Te enteraste por los periódicos?
—Sí.
Charlie abrió las manos.
—¿Y por qué no se lo contaste a la policía?
—Sí, claro —dijo con sorna—, como que me habrían creído.
—Pero ahora sí que deberíamos hacerlo.
—Él lo dijo. Yo estaba allí: dijo que la había matado.
—¿Estás dispuesto a testificar?
—Depende de lo que me ofrezcan.
Charlie se aclaró la garganta.
—Vale, cambiemos de tercio un momento. Te detuvieron por robar un coche, ¿no? —Earl volvió a asentir—. Y según tú, Otis tiene la culpa de que te cogieran.
—Sí. Habíamos quedado en el viejo Falls Mili, pero no fueron y al final me arrestaron.
Charlie asintió. Se acordaba de que eso había salido en el juicio.
—¿Todavía le debías dinero?
—Sí.
—¿Cuánto?
Earl se removió en el asiento.
—Unos dos mil dólares.
—¿Ésa no es la misma cantidad que antes?
—Más o menos.
—¿Seguías con miedo de que te mataran? ¿A pesar de que habían pasado seis meses?
—No podía pensar en nada más.
—Y si no fuera por ellos, ahora mismo no estarías aquí, ¿no es así?
—Ya se lo he dicho.
Charlie se inclinó hacia él.
—Entonces, ¿por qué no intentaste usar esa información para reducir tu condena o para vengarte de Otis? ¿Y por qué, en todo el tiempo que has estado aquí quejándote de que te había tendido una trampa, nunca has mencionado que él mató a Missy Ryan?
Earl volvió a sorberse la nariz y miró la pared.
—Porque nadie me habría creído —contestó por fin.
«Me pregunto por qué.»
En el coche, Charlie volvió a repasar todos los datos.
Sims había contado la verdad sobre lo que había oído; pero era un alcohólico conocido y esa noche había bebido.
Había oído las palabras, pero ¿y el tono?
¿Otis lo dijo en broma o en serio?
¿O mintió?
¿Y de qué habían hablado los Timson con Earl durante la siguiente media hora?
Earl no le había aclarado ninguna de esas dudas. Era evidente que ni siquiera recordaba la conversación hasta que se la mencionó Charlie, y todo lo que contó después era insostenible. Creyó que eran capaces de matarlo, pero se quedó a tomar un par de cervezas con ellos. Se pasó varios meses aterrorizado, pero no lo suficiente para reunir el dinero que les debía, a pesar de que robaba coches y habría podido conseguirlo. No dijo nada cuando lo detuvieron. Acusaba a Otis de haberlo engañado y no tenía reparos en contarlo en la prisión, pero no mencionó el hecho de que éste había confesado que había matado a alguien. Perdió un ojo y, aun así, siguió sin decir nada. Y prescindió de la recompensa.
Un alcohólico empedernido pasa información para librarse de la cárcel. Un preso resentido de pronto se acuerda de algo crítico, pero cuenta una historia llena de lagunas y de puntos débiles…
Cualquier abogado defensor que se preciase daría mil vueltas tanto a Sims Addison como a Earl Getlin. Y Thurman Jones era bueno, muy bueno.
Charlie no había dejado de fruncir el entrecejo desde que se había metido en el coche.
Aquel asunto no le gustaba.
No le gustaba nada.
Pero la cuestión era que, de verdad, Otis había dicho «te pasará lo mismo que a Missy Ryan». Dos personas lo habían oído, y eso significaba algo; lo bastante como para retenerlo, quizá. Al menos de momento.
Pero ¿bastaba para acusarlo?
Y, sobre todo, ¿realmente todo eso eran pruebas de que lo había hecho Otis?