CAPÍTULO 14

LOS siguientes días, Sarah y Miles compartieron todo el tiempo que tenían libre; además de salir, también se veían en casa. Jonah, en lugar de intentar aclarar qué ocurría, se abstuvo de hacer preguntas. En su habitación, le mostró a Sarah su colección de cromos de béisbol, le habló de pesca y le enseñó a lanzar el sedal. En ocasiones la sorprendía cogiéndola de la mano para llevarla a ver algo nuevo.

Miles lo observaba todo de lejos, pues entendía que su hijo necesitaba averiguar dónde encajaba Sarah en su mundo y lo que sentía por ella. Sabía que el hecho de que no fuera una extraña facilitaba las cosas, pero no podía disimular su alivio al ver que se llevaban tan bien.

El día de Halloween se pasaron la tarde buscando conchas en la playa y después fueron a pedir caramelos por las casas del barrio. Jonah fue con un grupo de amigos, y Miles y Sarah los siguieron con los demás padres.

Brenda, por supuesto, acribilló a Sarah a preguntas en cuanto corrió la voz por el pueblo, y Charlie también se lo mencionó a Miles. «La quiero», se limitó a decir éste, y aunque Charlie, que era de la vieja escuela, pensó que a lo mejor se habían precipitado un poco, le dio una palmada en la espalda e invitó a los dos a cenar en su casa.

En cuanto a Miles y Sarah, su relación progresó con una intensidad casi de ensueño. Cuando estaban separados se morían de ganas de verse; cuando estaban juntos, deseaban tener más tiempo. Se veían para comer, hablaban por teléfono y hacían el amor en cuanto tenían un momento de tranquilidad.

Pese al tiempo que Miles le dedicaba a Sarah, procuraba estar a solas con Jonah lo máximo posible. Ella también hacía cuanto podía para que la vida del niño no cambiara. Cuando estaba con él después del colegio, lo trataba igual que antes, como a un alumno necesitado de ayuda. Y si a veces veía que él interrumpía su trabajo para mirarla con cara pensativa, no lo presionaba.

A mediados de noviembre, tres semanas después de que hicieran el amor por primera vez, Sarah redujo el número de clases de Jonah de tres a una. En general, se había puesto al día; ya no tenía problemas con la lectura y la ortografía, y aunque necesitaba un poco más de apoyo con las matemáticas, decidió que bastaría con un repaso a la semana. Esa noche, Miles y ella lo llevaron a cenar una pizza para celebrarlo.

Después, sin embargo, cuando arropó a su hijo en la cama, Miles notó que estaba más callado de lo habitual.

—¿A qué se debe esa cara, campeón?

—Estoy un poco triste.

—¿Por qué?

—Porque ya no tengo tantas clases.

—Creía que no te gustaba tener que quedarte después de la escuela.

—Eso era al principio, pero ahora sí que me gusta.

—Ah, ¿sí?

Jonah asintió.

—Es que la señorita Andrews hace que me sienta especial.

—¿Te dijo eso?

Miles movió la cabeza afirmativamente. Sarah y él estaban sentados en la escalera del porche y observaban cómo Jonah y Mark montaban en bici por una rampa de contrachapado instalada en el camino de entrada. Ella tenía las piernas dobladas y los brazos a su alrededor.

—Eso dijo. —En ese momento el niño pasó a su lado seguido por Mark, en dirección a la hierba donde volverían a dar la vuelta—. Si quieres que te diga la verdad, me preguntaba cómo se tomaría nuestra relación, pero no parece tener ningún problema.

—Me alegro.

—¿Has notado algún cambio en la escuela?

—Yo no he visto nada. Me pareció que los primeros días algunos de los niños de la clase le hacían preguntas, pero creo que ya no.

Los pequeños volvieron a pasar a toda velocidad, sin percatarse de su presencia.

—¿Te apetece celebrar el día de Acción de Gracias con Jonah y conmigo? —le preguntó Miles—. Esa tarde trabajo, pero podemos comer temprano si es que no tienes nada que hacer.

—No puedo; mi hermano viene de la universidad y mi madre va a preparar una gran comida para todos. Ha invitado a un montón de gente: tías, tíos, primos y abuelos. Me temo que no se lo tomaría muy bien si le digo que no cuente conmigo.

—No, supongo que no.

—Pero quiere conocerte. No para de decirme que te lleve a casa.

—¿Y por qué no lo haces?

—Creía que no estabas listo todavía. —Le guiñó un ojo—. No quería ahuyentarte.

—No puede ser tan horrible.

—No estés tan seguro. Pero si te animas, puedes venir ese día; así podremos pasarlo juntos.

—¿Tú crees? Por lo que cuentas habrá mucha gente.

—Pero ¿qué dices? Si vienen dos personas más ni se notará. Además, así los conocerás a todos; a menos, claro, que todavía no estés preparado para algo así.

—Lo estoy.

—¿O sea, que vendrás?

—Que no te quepa la menor duda.

—Muy bien. Pero, oye, si mi madre te pregunta cosas raras, acuérdate de que yo a quien me parezco es a mi padre, ¿vale?

Esa misma noche, sin Jonah, porque se había ido otra vez a dormir a casa de Mark, Sarah siguió a Miles a su habitación. Era la primera vez: hasta entonces, siempre habían dormido en su apartamento, y ninguno de los dos pasó por alto el hecho de que estaban en la cama que él había compartido con Missy. Hicieron el amor con urgencia, con una pasión casi frenética que los dejó sin aliento. Después no hablaron mucho; Sarah se quedó a su lado con la cabeza apoyada en su pecho mientras él le acariciaba suavemente el pelo.

Intuyó que Miles quería estar a solas con sus pensamientos. Cuando miró a su alrededor, se dio cuenta de que estaban rodeados de fotos de Missy; en la mesilla había una que incluso podía tocar con la mano.

De pronto se sintió incómoda. También vio la carpeta que él le había mencionado, la que contenía toda la información que había reunido tras la muerte de su mujer. Estaba en la estantería, gruesa y manoseada, y Sarah se quedó observándola mientras su cabeza subía y bajaba al compás de la respiración de Miles. Al final, cuando el silencio empezó a agobiarla, se recostó en la almohada para mirarlo.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Sí —contestó Miles sin mirarla a la cara.

—Estás un poco callado.

—Es que estoy pensando —murmuró.

—Cosas buenas, espero.

—Sólo las mejores. —Le pasó un dedo por el brazo—. Te quiero —susurró.

—Yo también te quiero.

—¿Te quedarás toda la noche conmigo?

—¿Te apetece?

—Mucho.

—¿Seguro?

—Absolutamente.

Aunque seguía un poco inquieta, dejó que él la estrechara. Miles la besó y luego la cogió entre sus brazos hasta que Sarah se durmió por fin. Cuando despertó por la mañana, tardó en recordar dónde estaba. Miles le pasó un dedo por la columna y ella sintió cómo respondía su cuerpo.

Esa vez hicieron el amor de una manera distinta, de una forma más parecida a la primera, con ternura y sin prisas. No fue sólo por cómo la besó y le susurró, sino también por su expresión mientras se movía encima de ella, que mostraba lo seria que se había vuelto la relación.

Además, en algún momento mientras Sarah dormía, Miles había retirado en silencio las fotos y la carpeta que la noche anterior habían proyectado su sombra sobre ellos.