CAPÍTULO 08

—DE momento, ¿qué te parece? —preguntó Brenda.

Era lunes, y ella y Sarah estaban sentadas a una mesa de picnic de la escuela, la misma donde Miles y Sarah habían conversado un mes antes. Brenda había comprado algo para comer en la charcutería de Pollock Street, donde según ella hacían los mejores emparedados del pueblo.

—Así podremos conversar —dijo guiñándole un ojo antes de irse corriendo a la tienda.

Aunque ésa no era la primera vez que tenían una oportunidad para conversar, como decía Brenda, en general sus charlas habían sido relativamente cortas e impersonales: sobre dónde se guardaba el material, con quién tenía que hablar para conseguir un par de pupitres nuevos…, cosas así. Por supuesto, la primera persona a la que Sarah había preguntado por Jonah y Miles había sido Brenda, y como sabía que era muy amiga de ellos comprendió que esa comida era un intento por su parte de averiguar qué ocurría, si es que sucedía algo.

—¿Te refieres a mi trabajo aquí? Es distinto del colegio de Baltimore, pero me gusta.

—Trabajabas en una de las zonas más deprimidas de la ciudad, ¿no es así?

—Sí, estuve cuatro años allí.

—¿Y qué tal?

Sarah desenvolvió su emparedado.

—No estaba tan mal como imaginas; los niños son niños, sean de donde sean, sobre todo cuando son pequeños. Puede que el barrio fuera duro, pero al final me acostumbré y aprendí a ir con cuidado. Nunca tuve ningún problema, y la gente con la que trabajé era maravillosa. Es fácil ver los resultados de los exámenes y pensar que los profesores no se preocupan, pero eso no es verdad. Había muchas personas a las que yo admiraba.

—¿Cómo es que decidiste ejercer allí? ¿Tu exmarido también era maestro?

—No —contestó ella sin más.

Brenda vio un asomo de dolor en sus ojos, pero desapareció casi con la misma rapidez con que lo advirtió.

Sarah abrió una lata de Pepsi light.

—Se dedica a la banca, o se dedicaba… Ahora ya no sé lo que hace. Nuestro divorcio no fue precisamente amistoso; ya sabes a lo que me refiero.

—Lo siento —dijo Brenda—, pero lo que más lamento es haber sacado el tema.

—No lo sientas. No lo sabías. —Hizo una pausa antes de esbozar una sonrisa—. ¿O sí? —le preguntó.

Ella abrió mucho los ojos.

—No, no lo sabía. —Sarah la miró con expectación—. De verdad —repitió.

—¿Nada?

Brenda se removió en su asiento.

—Bueno, a lo mejor sí que he oído un par de cosas —admitió con timidez, y Sarah se echó a reír.

—Ya me lo parecía. Lo primero que me dijeron cuando llegué era que te enterabas de todo lo que pasaba por aquí.

—No me entero de todo —protestó Brenda aparentando indignación—. Y pese a lo que te puedan haber dicho de mí, no suelto todo lo que sé; si alguien me pide que no cuente algo, me lo callo. —Se tocó una oreja con un dedo y bajó la voz—. Sé cosas sobre la gente que te harían girar la cabeza como si necesitaras urgentemente un exorcismo —añadió—, pero si me lo dicen en confianza, lo respeto.

—¿Me lo cuentas para que me fíe de ti?

—Claro —contestó. Miró a su alrededor y después se inclinó hacia ella—. Y ahora, desembucha. —Sarah sonrió y Brenda agitó una mano mientras seguía hablando—. Era una broma, por supuesto. Y a partir de ahora, y ya que trabajamos juntas, recuerda que no me ofendo si me dices que me he pasado. A veces pregunto cosas sin pensar en lo que digo, pero no lo hago para herir a nadie. De verdad.

—Me parece bien —dijo Sarah, satisfecha.

Brenda cogió su emparedado.

—Y como eres nueva aquí y no nos conocemos muy bien, no te preguntaré nada demasiado personal.

—Te lo agradezco.

—Además, de todos modos no es asunto mío.

—Exacto.

Brenda hizo una pausa antes de dar un mordisco.

—Pero si quieres averiguar algo sobre alguien, no te cortes.

—De acuerdo —replicó Sarah tan tranquila.

—O sea, ya sé lo que es estar en el pueblo y sentirte como si vieras las cosas desde fuera.

—Seguro que sí.

Las dos callaron un momento.

—Así que… —Brenda pronunció la última palabra con expectación.

—Así que… —repitió Sarah, sabiendo exactamente lo que quería.

Se hizo otro silencio.

—Así que… ¿quieres saber algo sobre… alguien en particular? —insistió Brenda.

—Humm… —musitó Sarah fingiendo que se lo pensaba hasta que, sacudiendo la cabeza, contestó—: En realidad, no.

—Ah —dijo Brenda, incapaz de disimular su decepción.

Sarah sonrió al ver cómo su compañera intentaba ser sutil.

—Bueno, a lo mejor sí que hay una persona sobre la que querría preguntarte algo.

A Brenda se le iluminó la cara y dijo inmediatamente:

—Por fin hablamos en serio. ¿Qué quieres saber?

—Pues me gustaría saber si… —Sarah hizo una pausa y Brenda la miró como una niña a punto de abrir un regalo de Navidad.

—¿Sí? —susurró. Casi parecía desesperada.

—Pues… —Sarah miró a su alrededor—. ¿Qué puedes decirme de… Bob Bostrum?

Brenda se quedó boquiabierta.

—Bob… ¿el conserje?

Sarah asintió.

—No está mal.

—Pero si tiene setenta y cuatro años… —dijo, atónita.

—¿Está casado?

—Desde hace cincuenta. Tiene nueve hijos.

—Ah, qué pena —se lamentó. Brenda la observaba perpleja y Sarah sacudió la cabeza; a continuación alzó la vista y la miró con un brillo en los ojos—. Supongo que en ese caso sólo nos queda Miles Ryan. ¿Qué puedes contarme de él?

Brenda tardó un momento en asimilar lo que acababa de oír y la miró detenidamente.

—Si te conociera mejor, pensaría que te burlas de mí.

Sarah le guiñó un ojo.

—No tienes que conocerme mejor; lo admito: una de mis debilidades es tomarle el pelo a la gente.

—Y se te da bien. —Calló un momento antes de sonreír—. Pero ahora, ya que hablamos de Miles Ryan… Me he enterado de que os veis a menudo; no sólo después del colegio, sino también los fines de semana.

—Ya sabes que he estado dándole clases a Jonah, y me pidió que fuera a verlo jugar al fútbol.

—¿Sólo eso?

Como Sarah no contestó de inmediato, Brenda siguió, esta vez con una mirada de complicidad.

—Muy bien… En lo que se refiere a Miles, perdió a su mujer hace un par de años en un accidente en el que el conductor se dio a la fuga. Es lo más triste que he visto en mi vida. Él la quería mucho, y durante largo tiempo no fue el mismo; ella había sido su amor del instituto. —Hizo una pausa y apartó el emparedado—. El culpable huyó.

Sarah asintió. Ya había oído fragmentos de la historia.

—Fue un golpe muy duro para él, sobre todo al ser sheriff. Se lo tomó como un fracaso personal; no sólo no se resolvió el caso, sino que encima se echó la culpa. A partir de entonces fue como si se hubiera retirado del mundo.

Juntó las manos cuando vio la expresión de Sarah.

—Ya sé que suena horrible, y lo fue. Pero últimamente parece que vuelve a ser el de antes, como si empezara a salir del cascarón; y no sabes lo feliz que me hace verlo así. Es un hombre maravilloso, de verdad: es bueno, paciente, haría lo que fuera por sus amigos… Y lo mejor de todo es que quiere a su hijo. —Vaciló.

—¿Pero? —preguntó Sarah por fin.

Brenda se encogió de hombros.

—No hay ningún pero, no en su caso. Es una buena persona, y no te lo digo sólo porque me cae bien; lo conozco desde hace tiempo. Es uno de esos pocos hombres que cuando quieren a una persona, la quieren con toda su alma.

Sarah asintió.

—Eso sí que es raro —dijo muy seria.

—Es cierto. E intenta recordar todo lo que te acabo de decir si alguna vez tú y él intimáis.

—¿Por qué?

Brenda apartó la mirada.

—Porque —respondió llanamente— no me gustaría que volvieran a hacerle daño.

Más tarde, Sarah se encontró pensando en Miles. La conmovía saber que había gente en su vida que se preocupaba tanto por él, personas que no eran familiares, sino amigos.

Sabía que Miles había querido invitarla a salir después del partido de fútbol de Jonah. Era evidente por cómo había flirteado y la había abordado.

Pero al final no lo hizo.

En su momento le había hecho gracia. Se había reído de ello mientras se iba en el coche, pero no tanto de él como de lo mucho que le había costado. Lo había intentado, Dios lo sabía, pero por alguna razón no había podido pronunciar las palabras. Y entonces, después de hablar con Brenda, lo entendió.

Miles no lo había hecho porque no sabía cómo. En toda su vida de adulto seguro que nunca había tenido que invitar a una chica: su mujer había sido su amor del instituto. Sarah no había conocido a nadie así en Baltimore, a alguien de treinta y tantos años que nunca hubiera propuesto a nadie ir a cenar o al cine. De un modo extraño, le resultó simpático.

Y a lo mejor, como reconoció, también la reconfortaba porque ella no era muy diferente.

Había empezado a salir con Michael a los veintitrés años y se había divorciado a los veintisiete. Desde entonces sólo había salido con un par de hombres, la última vez con uno que había sido demasiado directo. A partir de entonces, se dijo que simplemente no estaba preparada; y a lo mejor era cierto, pero el tiempo que había pasado con Miles Ryan le recordó lo sola que había estado en los últimos dos años.

En general, en clase le resultaba fácil no pensar en esas cosas. De pie delante de la pizarra podía concentrarse por completo en sus alumnos, en esas caritas que la miraban maravilladas. Para ella eran sus niños, y quería asegurarse de que les brindaba todas las oportunidades de tener éxito en la vida.

Pero ese día estaba distraída de una manera inusitada, y cuando por fin sonó el timbre se quedó fuera hasta que al final Jonah se acercó y le tendió la mano.

—¿Se encuentra bien, señorita Andrews?

—Sí, estoy bien —contestó ella con aire ausente.

—No tiene muy buen aspecto.

Sonrió.

—¿Has hablado con mi madre?

—¿Eh?

—Da igual. ¿Listo para empezar?

—¿Tiene galletas?

—Claro.

—Pues vamos.

Cuando se dirigieron al aula, Sarah advirtió que Jonah no le había soltado la mano. Se la estrechó y él le devolvió el apretón.

Con eso casi le bastaba para pensar que la vida valía la pena. Casi.

Cuando Jonah y Sarah salieron del colegio tras la clase, Miles esperaba apoyado en el coche como siempre, pero esta vez apenas la miró cuando su hijo corrió hacia él para abrazarlo. Tras repetir la rutina de siempre —las preguntas habituales sobre el trabajo y la escuela—, el niño se metió en el automóvil sin que nadie se lo dijera. Cuando Sarah se acercó, Miles miró hacia otro lado.

—¿Buscando maneras de proteger a los ciudadanos, agente Ryan? Parece como si intentara salvar el mundo —dijo muy relajada.

Él sacudió la cabeza.

—No, sólo estoy un poco preocupado.

—Ya se nota.

De hecho, no había tenido tan mal día; hasta que llegó la hora de ver a Sarah. En el coche rezó para que ella hubiera olvidado el ridículo que había hecho aquel día, tras el partido.

—¿Cómo le ha ido a Jonah? —preguntó, reprimiendo esos pensamientos.

—Muy bien. Mañana le daré un par de libros de ejercicios que lo están ayudando mucho y le señalaré las páginas que tiene que hacer.

—Muy bien —contestó sin más.

Cuando ella le sonrió, Miles movió los pies mientras pensaba en lo guapa que estaba. Y en lo que debía de pensar de él.

Se metió las manos en los bolsillos.

—Me lo pasé muy bien en el partido —comentó Sarah.

—Me alegro.

—Jonah me ha pedido que vaya al próximo. ¿Le importaría?

—No, en absoluto, pero no sé a qué hora es. El calendario está colgado de la nevera, en casa.

Ella lo miró con atención, preguntándose por qué de pronto estaba tan distante.

—Si prefiere que no acuda, no tiene más que decirlo.

—No, está bien. Si a Jonah le apetece, entonces claro que debe ir; si usted quiere, por supuesto.

—¿Seguro?

—Sí. Mañana le diré a qué hora es. —Y luego, sin poder contenerse, añadió—: Además, a mí también me gustaría que fuera.

No contaba con decirle algo así. Desde luego, había querido hacerlo, pero ya estaba otra vez diciendo tonterías sin ton ni son…

—¿De veras? —preguntó ella.

Miles tragó saliva.

—Sí —contestó, haciendo todo lo posible para no meter la pata—, me encantaría.

Sarah sonrió. En su interior, sintió que temblaba por la expectativa.

—En ese caso seguro que iré; pero hay una cosa…

«Oh, no…»

—¿Qué es?

Lo miró a los ojos.

—¿Se acuerda de cuando me preguntó por el ventilador?

Al oír esa palabra, Miles revivió todo lo que había sentido el fin de semana, casi como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

—Sí… —dijo con cautela.

—El viernes por la noche también estoy libre, si es que todavía le interesa.

Sólo tardó un momento en asimilarlo.

—Me interesa —replicó con una gran sonrisa.