CAPÍTULO 03

TRES horas después de su encuentro con Charlie, Miles detuvo el coche en el aparcamiento del colegio de primaria Grayton justo cuando acababan las clases. Había tres autobuses escolares y los alumnos se dirigían hacia ellos en grupos de cuatro o seis. Vio a Jonah en el preciso instante en que su hijo lo veía a él. El niño lo saludó con la mano alegremente y echó a correr hacia el coche; Miles sabía que en pocos años, cuando llegara a la adolescencia, ya no haría esas cosas. Jonah se precipitó hacia sus brazos abiertos y él lo estrechó con fuerza, disfrutando con la proximidad mientras podía.

—¿Qué tal, campeón? ¿Cómo han ido las clases?

Jonah se echó hacia atrás.

—Bien. Y a ti, ¿cómo te ha ido el trabajo?

—Mejor ahora que ya he acabado.

—¿Hoy has detenido a alguien?

Sacudió la cabeza.

—Hoy no. A lo mejor mañana. Oye, ¿quieres que después vayamos a comer un helado?

Jonah asintió con entusiasmo y Miles lo dejó en el suelo.

—Pues muy bien. Eso haremos. —Se inclinó y miró a su hijo a los ojos—. ¿Crees que estarás bien en el patio mientras hablo con tu maestra o prefieres esperar dentro?

—Papá, ya no soy un niño pequeño. Además, Mark también tiene que quedarse; su madre está en la consulta del médico.

Miles alzó la vista y vio al mejor amigo de Jonah, que lo esperaba con impaciencia al lado de la canasta de baloncesto. Le metió al niño la camisa por dentro de los pantalones.

—Bueno, quedaos juntos, ¿de acuerdo? Pero no salgáis de aquí, ninguno de los dos.

—No lo haremos.

—Muy bien, y tened cuidado.

Jonah le dio a su padre la mochila y se alejó. Miles la dejó en el asiento delantero del coche y atravesó el aparcamiento, pasando entre los demás automóviles. Unos cuantos chicos lo saludaron, al igual que varias madres que iban a buscar a sus hijos, y se detuvo a hablar con algunas de ellas mientras esperaba a que disminuyera el bullicio en la puerta del colegio. Cuando se fueron los autobuses y la mayoría de los coches, las profesoras volvieron a entrar en el edificio. Miles echó un último vistazo a Jonah antes de seguirlas.

En cuanto entró en la escuela, sintió una ráfaga de aire caliente. Aquel lugar tenía casi cuarenta años, y aunque habían cambiado el sistema de refrigeración más de una vez, se había averiado nada más empezar el curso, cuando todavía apretaba el calor del verano. Empezó a sudar casi de inmediato y se apartó la pechera de la camisa mientras se abanicaba por el pasillo. Sabía que la clase de Jonah estaba al fondo. Cuando llegó, la encontró vacía.

Al principio pensó que se había equivocado, pero enseguida vio los nombres de los niños en la lista y supo que era ésa. Miró el reloj y, al ver que había llegado unos minutos antes, dio una vuelta por el aula. Vio unas palabras garabateadas en la pizarra, los pupitres dispuestos en filas ordenadas, un escritorio rectangular lleno de papeles y de pegamento… En la pared de enfrente colgaban varias redacciones cortas, y cuando empezó a buscar la de Jonah oyó una voz detrás de él.

—Lamento el retraso. He ido a dejar unas cosas en secretaría.

Ésa fue la primera vez que Miles vio a Sarah. En ese momento no sintió un escalofrío en la nuca, ni estalló ninguna premonición como fuegos artificiales; no sintió la menor corazonada, y al recordarlo —teniendo en cuenta todo lo que sucedería después— eso siempre le llamaría la atención. Sin embargo, nunca olvidaría su sorpresa al comprobar que Charlie tenía razón: era verdad que era guapa; no atractiva de una manera sofisticada, pero sin duda era de esas mujeres que los hombres miraban al pasar. Era rubia, y llevaba el pelo por encima de los hombros con un peinado que parecía elegante y manejable a la vez. Vestía una falda larga y una blusa amarilla, y aunque tenía las mejillas encendidas por el calor, sus ojos azules irradiaban frescura, como si se hubiese pasado todo el día en la playa.

—No importa —dijo él por fin—. De todos modos he llegado un poco antes de la hora. —Le tendió la mano—. Soy Miles Ryan.

Cuando habló, Sarah desvió la vista rápidamente hacia la pistolera. Él ya había visto esa mirada de aprensión, pero antes de que pudiera decir algo, ella lo miró a los ojos, sonrió y le dio la mano con tranquilidad.

—Soy Sarah Andrews. Me alegro mucho de que haya podido venir. Después de enviarle la nota me di cuenta de que no le había propuesto cambiar la cita para otro día si hoy no le iba bien.

—No ha habido ningún problema; he podido arreglarlo con mi jefe.

Ella asintió sin dejar de mirarlo.

—Es Charlie Curtis, ¿verdad? Conozco a su mujer, Brenda. Me ha ayudado a adaptarme a las cosas de aquí.

—Tenga cuidado con ella; es una cotorra.

Sarah se echó a reír.

—Ya lo he visto, pero se ha portado muy bien conmigo, se lo aseguro. Cuando uno es nuevo siempre se siente un poco intimidado, pero ella se ha desvivido para que yo esté a gusto.

—Es muy buena persona.

Durante un instante ninguno dijo nada mientras seguían de pie uno al lado del otro, y Miles percibió que ella ya no se sentía tan cómoda ahora que se había acabado la conversación preliminar. Se acercó al escritorio, como si quisiera ir al grano, y se puso a revolver papeles, buscando algo entre los montones. Fuera el sol asomó por detrás de una nube, entró por las ventanas y les dio de lleno. La temperatura subió de inmediato y Miles volvió a apartarse la camisa; Sarah lo miró.

—Ya sé que hace calor… Quería traer un ventilador, pero no he tenido tiempo de ir a buscarlo.

—Estoy bien. —Mientras lo decía, sintió que el sudor le empezaba a correr por el pecho y la espalda.

—Bueno, tenemos dos posibilidades: puede acercar una silla, nos quedamos a hablar aquí y a lo mejor nos desmayamos, o bien podemos ir afuera, donde no hará tanto calor. Hay unas mesas de picnic a la sombra.

—¿Sería posible?

—Si no le importa…

—No, en absoluto. Además, Jonah está en el patio y así podré vigilarlo.

Sarah asintió.

—De acuerdo, ahora permítame que compruebe que no me dejo nada…

Un minuto después salieron del aula, recorrieron el pasillo y abrieron la puerta.

—¿Cuánto tiempo hace que vive aquí? —le preguntó Miles.

—Desde junio.

—¿Y le gusta?

Ella lo miró.

—Es tranquilo pero agradable.

—¿De dónde viene?

—De Baltimore. Me crié allí, pero… —Hizo una pausa—. Necesitaba un cambio.

Él asintió.

—Lo entiendo. A veces a mí también me entran ganas de irme.

En cuanto lo dijo, el rostro de Sarah registró una suerte de reconocimiento, y Miles notó enseguida que ella estaba al corriente de lo de Missy. Sin embargo, no dijo nada.

Cuando se sentaron la miró detenidamente. De cerca, con el sol que pasaba entre la sombra de los árboles, se le veía un cutis suave, casi luminiscente. En ese momento llegó a la conclusión de que en la adolescencia Sarah Andrews nunca había tenido granos.

—Bien —dijo—, ¿debería llamarla señorita Andrews?

—No, Sarah está bien.

—De acuerdo, Sarah… —Calló, y, tras una pausa, ella habló por él.

—¿Se está preguntando por qué quería hablar con usted?

—Me lo he planteado.

Sarah echó una mirada a la carpeta que tenía delante y luego alzó la vista.

—Primero quiero decirle que me encanta tener a Jonah en clase. Es un chico maravilloso; cuando necesito algo siempre es el primero en ofrecerse, y también es muy bueno con los demás alumnos. Además, es un niño muy educado y se expresa muy bien para la edad que tiene.

Miles la miró con atención.

—¿Por qué tengo la impresión de que está a punto de darme malas noticias?

—¿Es tan evidente?

—Bueno… un poco —reconoció, y ella soltó una risa tímida.

—Lo siento, pero quería que supiera que no todo es malo. Dígame, ¿Jonah le ha comentado algo de lo que pasa?

—No hasta esta mañana en el desayuno. Cuando le he preguntado por qué usted quería verme, sólo me ha dicho que tenía problemas con algunas de las tareas.

—Ya veo. —Sarah hizo una pausa, como si se detuviera a pensar.

—Me está poniendo un poco nervioso —dijo por fin—. No pensará que hay algo serio, ¿verdad?

—Bueno… —vaciló—. No me resulta agradable tener que decírselo, pero creo que sí. La cuestión no es que Jonah tenga dificultades con algunos de los trabajos, sino que las tiene con todos.

Miles frunció el entrecejo.

—¿Todos?

—Jonah —prosiguió ella sin alterarse— va retrasado en lectura, escritura, ortografía y matemáticas: en casi todo. Si quiere que le diga la verdad, creo que no estaba preparado para empezar segundo. —Él se quedó mirándola sin saber qué decir. Sarah continuó—. Sé que esto es difícil. Créame, yo tampoco querría oírlo si se tratara de mi hijo; por eso he querido asegurarme antes de hablar con usted. Aquí…

Abrió el archivador y le pasó varias hojas; eran los ejercicios de Jonah. Miles los miró: dos controles de matemáticas sin una sola respuesta correcta, un par de cuartillas en que tenía que escribir una pequeña redacción (había garabateado unas pocas palabras ilegibles) y tres breves pruebas de lectura que también había suspendido. Tras una larga pausa, Sarah le dio la carpeta.

—Puede quedársela. Yo ya no la necesito.

—No sé si la quiero —dijo él, todavía atónito.

Ella se inclinó ligeramente hacia delante.

—¿Alguna de las anteriores maestras le dijo que tenía problemas?

—No, nunca.

—¿Nada?

Miles apartó la mirada. En el otro extremo del jardín vio a su hijo, que se deslizaba por el tobogán del patio, y a Mark detrás de él. Juntó las manos.

—La madre de Jonah murió justo antes de que empezara párvulos. Yo sabía que a veces él apoyaba la cabeza en el pupitre y se ponía a llorar, y eso nos preocupaba a todos; pero su profesora nunca me comentó nada de su rendimiento. Las notas siempre eran buenas, y el año pasado igual.

—¿Usted le repasaba los deberes?

—Nunca tenía; sólo los trabajos.

Ahora, claro, sonaba ridículo, incluso para él. ¿Por qué, entonces, no se había dado cuenta antes? «Porque estabas demasiado ocupado con tu propia vida, ¿eh?», respondió una voz en su interior.

Miles resopló, enfadado consigo mismo y con la escuela. Sarah pareció adivinar sus pensamientos.

—Sé que se preguntará cómo ha podido suceder esto, y tiene toda la razón en alterarse. Las maestras de Jonah tenían la responsabilidad de enseñarle, pero no lo hicieron. Estoy segura de que no tenían mala intención; seguramente todo empezó porque no quisieron presionarlo demasiado.

Miles se quedó pensativo.

—Eso es genial, de verdad —murmuró.

—Mire —dijo Sarah—, no le he pedido que viniera sólo para darle malas noticias; si lo hiciera, sería yo la que no cumpliría con mi deber. Quería hablar con usted de cuál es la mejor manera de ayudar a Jonah. No quiero que repita este curso, y con un pequeño esfuerzo creo que no será necesario. Aún puede ponerse al día.

Miles tardó un momento en asimilar lo que acababa de oír, y cuando alzó la vista, ella asintió.

—Es un niño muy inteligente; en cuanto aprende algo, lo retiene. Sólo le hace falta trabajar un poco más de lo que trabaja en clase.

—¿Y eso qué significa?

—Ayuda al salir del colegio.

—¿Un profesor particular?

Sarah se alisó la falda.

—Es una posibilidad, pero eso puede ser caro, sobre todo si tiene en cuenta que lo que necesita Jonah es aprender lo básico. No hablamos de álgebra; ahora mismo estamos haciendo sumas de un solo dígito, como tres más dos. Y en lo que se refiere a la lectura, ha de practicar un poco, igual que con la escritura. A menos que le sobre el dinero, lo mejor sería que lo hiciera usted mismo.

—¿Yo?

—No es tan difícil. Puede leer con él, y que él le lea a usted, ayudarlo con los deberes…, cosas así. No creo que tenga dificultades con las tareas que le dé.

—No ha visto mis notas del colegio.

Sarah sonrió antes de continuar.

—También le iría bien tener un horario fijo, porque he comprobado que los niños asimilan mejor las cosas cuando siguen una rutina. Además, también es una manera de asegurar que usted sea constante, y eso es lo que Jonah más necesita.

Miles se removió en su asiento.

—Eso no es tan fácil como parece. No siempre tengo el mismo horario. A veces llego a casa a las cuatro, otras vuelvo cuando él ya está en la cama…

—¿Y quién está con él cuando sale de clase?

—La señora Knowlson, una vecina. Es maravillosa, pero no sé si estaría dispuesta a trabajar con él todos los días; tiene más de ochenta años.

—¿Y no hay nadie más? ¿Un abuelo o algo así?

Miles sacudió la cabeza.

—Cuando murió Missy, sus padres se fueron a vivir a Florida, así que no están aquí. Mi madre murió cuando acabé el instituto, y mi padre se marchó en cuanto me fui a la universidad; normalmente ni siquiera sé dónde está. Este último par de años Jonah y yo hemos estado bastante solos. No me malinterprete; es un chico estupendo y a veces siento que soy afortunado por tenerlo sólo para mí. Pero en ocasiones no puedo evitar pensar que las cosas habrían sido más fáciles si los padres de Missy se hubiesen quedado aquí, o si mi padre estuviera un poco más disponible.

—Se refiere para algo así.

—Exacto —replicó, y Sarah volvió a reír. A Miles le gustó su risa; tenía un timbre inocente, del tipo que relacionaba con niños que todavía no saben que el mundo no es sólo diversión y juegos.

—Al menos se lo toma en serio —dijo ella—. No podría decirle la cantidad de veces que he tenido esta conversación con padres que no me creyeron o que intentaron echarme la culpa.

—¿Eso pasa mucho?

—Más de lo que imagina. Antes de enviarle la nota a su casa incluso hablé con Brenda para ver cuál sería la mejor manera de abordarlo.

—¿Y qué le dijo?

—Que estuviese tranquila, que seguro que no reaccionaría mal, que ante todo se preocuparía por Jonah y que estaría abierto a lo que yo le dijera. Después me comentó que no debía inquietarme en absoluto, aunque fuera armado.

Miles se horrorizó.

—No es posible.

—Pues sí, pero tenía que haber estado allí cuando lo dijo.

—Voy a hablar con ella.

—No, no lo haga. Es obvio que usted le cae bien; eso también me lo confesó.

—A Brenda todo el mundo le cae bien.

En ese momento, Miles oyó que Jonah le gritaba a Mark que lo siguiera. Pese al calor, los dos niños echaron a correr por el patio y rodearon unos postes antes de dirigirse hacia el otro extremo.

—Es increíble la energía que tienen —se maravilló Sarah—. Hoy a la hora de comer estaban igual.

—Créame, lo sé. No recuerdo cuándo fue la última vez que me sentí así.

—Ah, vamos, no es usted tan viejo. ¿Qué edad tiene? ¿Cuarenta años? ¿Cuarenta y cinco?

Miles volvió a espantarse y ella le guiñó un ojo.

—Era una broma —añadió.

Él se enjugó la frente fingiendo alivio, sorprendido al ver que disfrutaba con la conversación. Por algún motivo casi le pareció que ella estaba flirteando y eso le gustó, más de lo que creía que debía.

—Gracias…, creo.

—Ningún problema —replicó Sarah intentando disimular una sonrisa, aunque sin conseguirlo—. Pero ahora… —Hizo una pausa—. ¿Por dónde íbamos?

—Me comentaba que no había envejecido bien.

—Antes de eso… Ah, sí, hablábamos de su horario y me decía que le sería imposible seguir una rutina.

—No he dicho imposible, pero no será fácil.

—¿Qué tardes tiene libres?

—Normalmente los miércoles y los viernes.

Mientras Miles intentaba encajar las cosas, Sarah tomó una decisión.

—No tengo costumbre, pero estoy dispuesta a hacer un trato con usted —dijo lentamente—; si está de acuerdo, por supuesto.

Miles arqueó las cejas.

—¿De qué clase?

—Trabajaré con Jonah los demás días de la semana si usted promete hacer lo mismo las dos tardes que libra.

Él no pudo ocultar su asombro.

—¿Haría usted eso?

—No por todos los alumnos, desde luego; pero ya le he dicho que Jonah es un chico encantador, y estos dos últimos años lo ha pasado mal. Me encantaría echarle una mano.

—¿De veras?

—No se sorprenda tanto. La mayoría de las maestras se entregan bastante a su trabajo. Además, de todos modos suelo quedarme aquí hasta las cinco, así que tampoco será mucha molestia.

Como Miles no respondió de inmediato, Sarah calló.

—Sólo se lo ofreceré una vez, así que o lo toma o lo deja —dijo por fin.

Él pareció avergonzarse.

—Gracias —dijo muy serio—. No sabe cuánto se lo agradezco.

—Es un placer. Pero para poder hacerlo bien voy a necesitar una cosa; considérelo mis honorarios.

—¿Qué?

—Un ventilador, y que sea bueno. —Señaló la escuela con la cabeza—. Eso es un horno.

—Trato hecho.

Veinte minutos más tarde, después de que se hubieran despedido, Sarah estaba de nuevo en el aula. Mientras recogía sus cosas pensó en Jonah y en la mejor manera de ayudarlo. Se alegraba de la oferta que había hecho; así vería cómo progresaba en clase y podría orientar a Miles cuando hiciera los deberes con su hijo. Aunque tendría un poco más de trabajo, era lo mejor para el niño, a pesar de que no lo había planeado. Y realmente no se le había ocurrido antes, no hasta que lo dijo.

Seguía sin entender por qué se lo había propuesto.

A su pesar, también pensaba en Miles. No era como se lo esperaba, eso desde luego. Cuando Brenda le dijo que era sheriff, enseguida pensó en una caricatura del típico agente de la ley del sur: obeso, con el pantalón por debajo de la cintura, gafas de sol pequeñas, la boca llena de tabaco para mascar… Se lo había imaginado entrando en el aula con aire arrogante, con los pulgares colgados de la cinturilla del pantalón y diciendo: «A ver, señorita, ¿de qué tiene que hablar conmigo?» Pero Miles no era en absoluto así.

Además, era guapo; no como Michael —tan moreno y sofisticado, con todo siempre perfectamente en su lugar—, pero sí atractivo de una manera natural y dura. Su rostro tenía cierta aspereza, como si de niño se hubiera pasado muchas horas al sol. Pero al contrario de lo que ella le había dicho, no aparentaba cuarenta años, y eso la sorprendía.

Tampoco debía extrañarse; al fin y al cabo, Jonah sólo tenía siete, y sabía que Missy Ryan era joven cuando murió. Supuso que su error se debía al hecho de que su mujer se hubiera muerto y a que no concebía que eso pudiera ocurrirle a alguien de su edad. No era justo; parecía que no concordaba con el orden natural de las cosas.

Sarah seguía cavilando cuando miró a su alrededor por última vez para asegurarse de que no se dejaba nada. Sacó el bolso del cajón inferior de su escritorio, se lo colgó del hombro, se puso todo lo demás bajo el otro brazo y apagó las luces antes de salir.

Mientras se dirigía hacia el coche, sintió una ligera decepción cuando vio que Miles ya se había ido. Reprendiéndose por sus pensamientos, se dijo que seguro que un viudo como él no abrigaría ideas similares sobre la maestra de su hijo.

Sarah Andrews no sabía lo equivocada que estaba.