El joven se echa en la cama, y busca paciente, prudentemente, una posición que él define «posición de la rendición». En primer lugar debe descubrir si se trata de una posición permitida; y, por tanto, debe investigar cuál es la relación de las piernas, de los brazos, del vientre y después también de los dedos, de los cabellos, de las uñas, de los ojos, con todo el mundo. Cada vez esta afirmación le parece insensata y demencial, y sin embargo no consigue describir de otro modo su búsqueda. No hay duda, además, de que, en el momento en que comienza la búsqueda, efectúa un gesto mental de extracción del mundo, y, por consiguiente, aunque sea por un mero juego dialéctico, él no es mundo. En ese punto, cualquier cosa que entra en contacto con él es el punto inicial del mundo, y todo el mundo, sin lagunas, principia en el punto de contacto entre su cuerpo y el mundo. En ocasiones, incluso con mucha frecuencia, su cuerpo y el mundo no están en paz: las piernas perciben el mundo como una funda áspera y persecutoria, los brazos se ahogan en el mundo, el mundo inmoviliza sus uñas, para que no le arañen. Entonces él sabe que la posición de la paz le es negada; no la busca, sino que se deposita a sí mismo de cualquier modo, siempre guerreando, cierra los ojos y aspira, no tanto al sueño como a la inconsciencia, que él considera una penetración bélica respecto al mundo. En ocasiones el mundo se abstiene; no le toca el cuerpo, y parece ignorar su voluntad de ser el inicio del mundo. Entonces él intenta seducirlo, y comunicarle que él no está en paz, sino rendido a la totalidad del mundo, a todos sus modos de ser. Se acurruca en el borde de la cama, dobla las piernas de manera que asomen un poco y den a entender que él no se defiende, sino que se propone entrar en el mundo, colocar su cuerpo de manera que no, que él no sea ya el inicio del mundo, sino simplemente un lugar del mundo. Si este gesto es aceptado, dobla los brazos, e inspecciona todas las partes del cuerpo, con los ojos cerrados. Si ninguna parte se escapa o rebela o manifiesta desesperación, o expresa muestras de persecución, ruega entonces a su cuerpo que se disuelva, desanude los lazos, y deje que lo que es específico de las uñas pase al vientre, y que el ojo sepa lo que es el dedo pulgar del pie. Para que esto suceda, es preciso que el mundo haya tomado posesión del cuerpo, y por tanto es el momento excepcional y exquisito de la rendición; y él, finalmente, puede aceptar y, abandonadas las aristas de su vida cotidiana, puede dormir.