El inventor del cisne negro es un hombre melancólico, que rara vez se despoja del abrigo, y anhela vivir en un universo a poder ser más amable; por dichos motivos ha elegido el cisne, animal elegante, taciturno, acuático, y le ha sumado la fascinación de una viudedad putativa. Considera al cisne negro como uno de sus inventos más afortunados, y el cisne negro le compensa mirándole de lejos con ojos llenos de afectuosa melancolía. En las mañanas de niebla, el señor melancólico acude a las orillas del lago y espera con tierna ansia la aparición del único cisne negro existente. Siendo el único, no es, exactamente, viudo; pero ahí está precisamente la sutileza, ya que se trata de una viudedad intrínseca, un «haber-perdido-lo-inexistente», algo, por consiguiente, que no puede ser enmendado por ninguna historia amorosa, específicamente negadas al cisne, que es negro. Duda acerca de si crear un segundo cisne negro, y formar de este modo una pareja; mentalmente admira la pareja de cisnes reales y silenciosos, pero teme que la pareja pueda disminuir en algún modo la coherencia de aquel triste negro. Podría crear otro cisne negro, pero sin situarlo en el mismo curso de agua, sino en otro lejano e inaccesible —ya que sus cisnes tendrían vuelo corto y ala quebrada—. Sin embargo, cada cisne debiera tener alguna noción de la existencia, en otro lugar, en otras aguas, de un cisne semejante, únicos ambos en vestir aquel color; en tal caso, su tristeza no quedaría confiada únicamente a una languidez solitaria, sino que se exacerbaría, incurable herida, por la conciencia de que existe, invisible e inalcanzable, un ser con el que conversar. Sólo él sabría dónde se encuentran los dos cisnes negros, y esta custodiada sabiduría le convertiría no sólo en un creador, lo que ya es, sino en un creador que colabora en la infelicidad de sus criaturas, y por tanto en un ser ambiguo, binario, que alterna y mezcla maldad y amor; en tanto que alterna, es temible y dulcísimo, en tanto que mezcla es, asimismo, el depósito de la infelicidad del mundo, de cuya infelicidad los dos cisnes negros, que se deslizan sobre aguas lejanas y silenciosas, recíprocamente conocidos e ignorados, no son más que un sobrecogedor ejemplo.