Llegados a un cierto punto del camino hay que tener presente la posibilidad de que, ocultos entre los despeñaderos y las espesuras, estén los bandidos. Los bandidos son pequeños, demacrados, desnutridos y melancólicos; no tienen armas de fuego, sino únicamente pedazos de madera recortados como fusiles, pero de manera absolutamente infantil. Nadie, que no sea cómplice suyo, podría temerles como bandoleros de caminos; sin embargo, la aventura de encontrar los bandidos tiene en sí misma tanto de romántico, que son muy pocos los que renuncian a ella, especialmente llegado el buen tiempo. Salen en carroza, porque el asalto sale mejor en carroza que en automóvil o tren. En general, van familias enteras, con los niños y los criados. Para los niños, el asalto de los bandidos es una especie de ceremonia de iniciación, y quien ha sido asaltado tiene historias que contar hasta el día de su boda. En realidad, en la ciudad ya nadie acude al teatro o al circo, sino que se queda en casa hablando de los bandidos, especialmente quien ha sido asaltado a quien no lo ha sido. Cuando una familia de la alta burguesía va a hacerse asaltar, lleva consigo una cantidad razonable de dinero, que no parezca ostentación pero tampoco tacañería, y algunas fruslerías; sobre todo, aquellos regalos que pasan de boda en boda, y que nadie sabe dónde meter. Cuando llegan a uno de los puestos de las emboscadas, dan muestras de apresurarse, de estar alerta, porque piensan que eso infunde ánimo a los bandidos, y les parece a los burgueses un gesto socialmente sensato y loable. Sin embargo, desde hace algún tiempo los bandidos comienzan a escasear; los asaltos han disminuido, y se ha llegado a abrir una investigación para saber qué ha sucedido. Parece que algunos bandidos han comenzado a tender emboscadas en los alrededores de una ciudad vecina, donde la gente no se hace asaltar con los regalos de boda. En efecto, gracias a una Historia del arte en fascículos, los bandidos han mejorado últimamente su gusto, dándose cuenta de que sus casas, llenas de perros de alabastro y muñecas de tamaño natural, eran feas. Esto ha ocasionado tensiones entre ambas ciudades, que nunca se habían visto con buenos ojos. Actualmente, la ciudad que cada vez sufre menos asaltos —ha transcurrido un mes desde el último— se está preguntando si debe afirmar que ha derrotado a los bandidos, o intentar atraérselos nuevamente con botines más interesantes, dibujos firmados, libros encuadernados en piel, y arcones de anticuario.