En la ciudad semiabandonada, devastada por la peste y por la historia, viven pocas personas, que cambian constantemente de casa. La lúgubre historia de la ciudad es la causa de que los supervivientes, y los pocos que han acudido a habitarla, tiendan a una actitud abstraída y meditativa. Puesto que las viviendas son innumerables, si bien todas algo deterioradas, cada cual se busca una residencia adecuada al humor, a la preocupación, a la angustia del momento. A un señor de pelo gris, antiguo cocinero de un rey desaparecido, le gusta vivir en un edificio de cinco pisos, con treinta habitaciones por piso. Cuando se interesa por la historia vive en el primer piso, en el segundo medita sobre la providencia, en el tercero reconstruye e interpreta los propios sueños y el propio pasado, confía la metafísica al cuarto y la ascesis al quinto. En cada piso hay cinco dormitorios, que le sirven según se sienta hosco, enfadado, melancólico, irritado, indiferente; no está previsto que se sienta alegre, pero de estarlo dormiría en el suelo. Un señor diminuto y nervioso busca chabolas y casitas, con habitaciones pequeñas, que él acorta construyendo tabiques divisorios; es un apasionado de los susurros, de los murmullos, de los suspiros, y en los espacios pequeños los escucha mejor; toma apunte para una gran obra sobre los suspiros; para estar seguro de no dejar de suspirar, cultiva con cuidado una desdicha, que es minúscula como él. El alcalde de la ciudad —que en realidad no tiene alcalde, pero vive en ella un tipo a quien se llama «alcalde» sin que él lo sepa— tiene tres casas: una columna con escalera de caracol y una habitación en la cima; una catacumba con inscripciones latinas; una jaula para leones: las hace corresponder a los tres momentos del Espíritu, de las Tinieblas Inconscientes, de los Instintos. Cuando el viento es impetuoso, se oye aquí y allí el fragor de los derrumbamientos; alguna casa cede al tiempo, y basta una lluvia para convertirla en un montón de barro que obstruye la calle. Un señor obstinado, antiguo clarinetista en fa en una orquesta clásica, recoge fragmentos de pared, ladrillos y piedras, y en el interior de un parque abandonado quiere construir un laberinto, que tendrá en su centro una casa con una sola habitación; ha dibujado la planta del laberinto, y cuando lo haya terminado, le prenderá fuego. En general, su comportamiento es considerado poco sociable.