OCHENTA Y CINCO

Despertarse. Se despierta siempre con una sensación de desorientación. La desorientación no procede de la duda acerca del lugar donde se encuentra, sino de la absoluta certeza. Se encuentra en su casa, en la que lleva muchos años viviendo. El hecho de despertarse allí, en un lugar que ya ha experimentado con indiferencia, le fastidia, le provoca un ligero aburrimiento, como una desesperación en miniatura, que podría ser aplicada a un insecto. Durante la noche ha conocido no ya la felicidad, sino la relación con algo central. Ha soñado, y aunque, recordados ahora, los sueños parezcan desprovistos de sentido, en el momento en que los soñaba eran centrales; así que el centro, desde el punto de vista de quien está despierto, reside en la ausencia de sentido. Piensa de nuevo en sus sueños, los incidentes imprevisibles, las figuras que ve aparecer y desaparecer en un tejido impenetrable y fastuoso. Vuelve a experimentar la sensación de que en la noche alucinada estaba el significado, y que el mundo al que regresa cada mañana sea simplemente la ausencia de sentido. La ausencia de sentido es coherente y previsible, y la sensatez es enigmática y distanciadora. Donde no se entiende, se está cerca del centro; donde se entiende, se está en la extrema periferia, que está fuera. Él quisiera iniciar el día con una oración; no sabe qué y cómo rezar, pero sabe qué entiende por oración: introducir en la coherencia del día la incoherencia de la alucinación sensata. Tal vez podría decir palabras sin sentido, o limitarse a emitir sonidos. Pero, ya que está despierto, no puede fingir que está en otra parte, en el centro del mundo, donde todo es imagen. Su jornada comienza con la limpieza personal y con la evacuación; junto con los excrementos, expulsa los significados que han contaminado su cuerpo durante la noche. En ocasiones se pregunta si en sus excrementos no se ocultarán imágenes extraordinarias, si sus heces no serán desesperación, o indecorosa oración. Sonríe, sin alegría. Ahora debe levantarse, y no sabe por qué motivo, cualesquiera que sean las cosas que el día le aporte, él estará siempre, sustancialmente, a la espera. Por la mañana se prepara para aquel momento insondable del día, aquel momento de paz y soledad, en el que espera entrar en la noche, y ser admitido al lugar donde se persiguen las deformes e indescifrables imágenes del centro.