El grito se oyó repentinamente en toda la aldea, y por lo que después se supo fue oído con similar intensidad en cualquier punto, incluso en las viviendas periféricas. Lo oyó también, claramente, un carpintero casi sordo; lo oyó un forastero que pasaba en bicicleta, y que se detuvo con la sangre congelada. El grito fue descrito posteriormente por los que lo habían oído: todos coincidían en el hecho de que expresaba profunda desolación, tal vez, desesperación, y que podía ser el grito de alguien en inminente peligro de muerte, amenazado tal vez por un cruel asesino. A todos sorprendió la intensidad del grito y la sensación de que todos lo hubieran oído con singular nitidez; alguien aventuró la hipótesis de que no se había tratado de un solo grito, sino de varios gritos, procedentes simultáneamente de diferentes partes. Cuando el momento de angustia quedó mínimamente atrás, algunos de los aldeanos comenzaron a buscar por el pueblo, y se celebró en la iglesia una especie de asamblea, para descubrir si faltaba alguien: pero nadie faltaba, salvo un estudiante que ahora vivía en la ciudad, y un anciano ingresado desde hacía unos días en el hospital de un pueblo cercano. Alguien habló de fantasmas, de orcos, de fieras; pero aquélla no era tierra de fieras, y en orcos y en fantasmas no creían ya ni los niños. Fueron registradas todas las casas abandonadas, los lugares desiertos; enviaron perros por los alrededores, sin que mostraran ningún indicio de anormalidad. Hubo quienes llegaron hasta las afueras, y buscaron en los bosques, e incluso examinaron el lecho de un modesto arroyo. A última hora de la tarde, la agitación comenzó a calmarse; los hombres regresaban confirmando que no había señales de nada excepcional, y ninguna indicación de acontecimientos anormales. Permaneció una vaga inquietud pero al atardecer los niños volvieron a jugar por las calles. Grupos de aldeanos recorrieron las calles del pueblo, después se cansaron y volvieron a casa. Las seis parejas reconocidas de novios se encontraron con tierna aprensión. La cena se desarrolló con tranquilidad, y le siguió una velada tibia y serena. Gradualmente, el grito se había convertido en un recuerdo terrible pero que ya no era posible revivir. ¿Terrible? Tal vez sólo una extrañeza totalmente natural: muchos ya habían olvidado que aquel grito tenía una voz. Al comienzo de la noche, se apagaron las luces, se cerraron las ventanas. Nadie sabía, en aquel momento, que en el corazón de la noche, exactamente a las dos y cuarto, el grito se repetiría.