SESENTA Y NUEVE

El astrólogo —un hombre de aspecto tranquilo y en absoluto fantástico— acaba de terminar sus cálculos, y los está examinando con una pizca de amarga diversión. De estos cálculos, efectuados y controlados con cuidado, resulta lo siguiente: deberá encontrar a la mujer de su vida dentro de un año y seis meses; por muchos aspectos parece mujer del destino, y no exige otra cosa que ser aceptada; el astrólogo no tiene nada que objetar, siendo hombre obediente a las exigencias del cosmos, entre cuyas exigencias figura también este encuentro con una mujer para él fatal. Pero sus cálculos le han dicho también algo más: él morirá exactamente veinte días antes del encuentro con su mujer. El astrólogo tiene un cierto sentido del humor, y no puede evitar una sonrisa; esto es realmente un rompecabezas. Así que el día del encuentro la mujer estará indudablemente viva, y él no menos indudablemente muerto; sin embargo, el cosmos entero parece organizado con un orden tan rígido, que aquel encuentro no puede dejar de producirse. El astrólogo reflexiona: ¿tal vez su fantasma se enamorará y revelará a la mujer que le está destinada? Desde un punto de vista abstracto, no es imposible, pero sería el primer caso de una profecía referente a la historia de un fantasma, los subterfugios afectivos de un difunto. Y además, ¿qué tipo de relación podría establecerse entre él muerto y ella viva? No es el caso de pensar en reencarnaciones, ya que incluso en el supuesto, técnicamente improbable, de una reencarnación instantánea, él, aquel día, tendría veinte días de vida. Fantasea: la mujer se enamora de su retrato; pero ¿su retrato puede ser considerado «él»? Así pues si existe alguna solución posible, debe estar relacionado con alguna regla del mundo que hasta entonces nadie ha sondeado ni vislumbrado. Esta regla, como en el caso que él ha descubierto, prevé algo que no sabe si definir como imposibilidad o como error. Si es imposibilidad, significa que el universo contiene en sí mismo la exigencia de algo que no puede tener existencia, y por tanto está en conflicto consigo mismo, y verosímilmente, tomado en su conjunto, el universo es desdichado; si la regla prevé e impone el error, quiere decir que el mundo ha llegado a tal punto que sólo la inexactitud pueda revelarlo a sí mismo, sólo la mentira puede comunicarle la verdad, la enfermedad curarlo, la muerte crearlo. En tal caso, el día del encuentro con su mujer sería el último de un Gran Año, día del incendio y recomienzo del mundo.