Un hada del país de las hadas, célebre por sus distracciones, y por una cierta irritante inutilidad de sus iniciativas, se equivocó un día de tren, y en lugar de llegar a un país en el que vivían otras hadas consanguíneas suyas, todas ellas un poco atolondradas, llegó a un país en el que no había una sola hada y donde nunca habían estado. El hada sólo se dio cuenta de ello después de bajar del tren, y descubrir que ni siquiera sabía dónde se hallaba; durante algún tiempo vagabundeó con la esperanza de encontrar otra hada; pero al poco rato tuvo que rendirse a la evidencia de que aquél no era un país de hadas. La distraída se sintió perdida, y experimentó una gran angustia. No sabía qué tren había tomado en lugar del correcto, y por consiguiente no podía tomarlo de vuelta. Decidió recurrir a una solución poco digna, la de elegir una persona ante la cual aparecerse. Por una parte los niños le gustaban, pero no les creía capaces de darle las informaciones necesarias; también le caían bien los ancianos, pero le asustaba su charla, su obsesión por ser indiscriminadamente útiles. Al final eligió a un señor con un aire a un tiempo tranquilo y excesivamente pensativo; el cual, a decir verdad, era ligeramente propenso a las alucinaciones, fantasías paranoicas, estados crepusculares: en suma, tenía una idea del mundo extremadamente realista y articulada. Creía en las hadas, en los números mágicos, en el buque fantasma. Cuando el hada se materializó delante de él, el señor le saludó de manera solemne, y expresó con sobria elocuencia el placer de encontrar un hada tan distinguida. Aunque era un hombre modesto, ¿podía serle útil en algo? Sí, podía. Se sintió muy halagado. El hada le explicó su problema, y el señor excesivamente pensativo le acompañó gentilmente a la estación, le subió al tren adecuado, le explicó en qué estación debía apearse, y se despidió con una reverencia. Se alejó con los ojos llenos de lágrimas, ya que se había dado cuenta de que en aquel momento quedaba explicada toda su vida, pero que la explicación no se repetiría. El hada sintió nostalgia del señor pensativo, y pensaba que sería correcto volver a visitarle; después se le olvidó. El señor pensativo jamás olvidó al hada; de vez en cuando acude a la estación a ver pasar aquel tren; de vez en cuando sube a él, y recorre dos o tres estaciones. Después baja, regresa, e intenta conservar firmemente en sus débiles manos aquel mínimo significado, pero significado total, gracia concedida por un hada distraída, a él, el hombre más insignificante y tonto de toda la ciudad.