Un joven se está dirigiendo a una cita con una joven, a la que pretende decir que considera inútil, pernicioso, dispersivo y monótono seguir viéndose; en realidad, él nunca ha amado a la joven, pero ha sentido por ella, sucesivamente, sentimientos de galantería, de devoción, de admiración, de esperanza, de perplejidad, de distancia, de desilusión, de irritación; hasta la irritación se está convirtiendo apaciblemente en una forma de suave e insultante aburrimiento, porque él supone que en cierto modo la mujer no está dispuesta a olvidarle, y teme haber alcanzado en su vida una posición que le alarma. Al repasar la serie de sentimientos que ha experimentado hacia la joven, reconoce que en ocasiones se ha comportado con excesiva fragilidad, y que ha confiado —¿confiado en qué?—. Confiado en que ambos fueran diferentes, y que tuvieran un espacio en el que inventar una historia; admite que parte de su malestar no depende de ella, sino de su comportamiento ridículamente fantástico e irresponsable.
En el mismo momento la joven se dirige a la misma cita, con la intención de ponerlo todo en claro; es una mujer que ama la sencillez y la claridad, y piensa que las ambigüedades y las imprecisiones de una relación que no existe se han prolongado excesivamente. Nunca ha amado a aquel hombre, pero debe reconocer que ha sido débil; ha pedido su ayuda de manera imprudente, ha tolerado el crecimiento de un tácito equívoco en el que ahora se siente injustamente atrapada. La mujer está irritada, pero la prudencia le aconseja tranquilidad y calma. Sabe que aquel hombre es un pasional, un fantasioso, capaz de ver cosas que no existen, y de poner en ellas una fe tan constante como infundada y vana; sabe también que aquel hombre tiene un elevado concepto de sí miso y es propenso a mentir con tal de no soportar humillaciones. Por dicho motivo será prudente, benévola, lúcida.
Puntuales, el joven y la joven se acercan al lugar de la cita: ya está, se han visto, se saludan con un gesto en el que la costumbre sustituye a la cordialidad. Cuando están a pocos metros, ambos se detienen y se miran, atentamente, en silencio; y repentinamente les invade un arrebato de alegría, cuando ambos comprenden, saben, que ninguno de los dos ha amado jamás al otro.