SESENTA

Un señor meticuloso pero un poco abstracto, recibió cierto día una carta, que realmente llevaba tiempo esperando. La carta procedía de la Oficina de Existencias y le decía, con lacónica cortesía, que era inminente su declaración de existencia, y que por tanto se preparase a entrar en existencia dentro de breve tiempo. Se alegró del mensaje, y no hizo nada, ya que con mucha antelación había hecho todo lo necesario para existir, a partir de cualquier momento, con o sin preaviso. Ligeramente eufórico ante la idea de existir, considero el momento en que se encontraba entonces, esa laguna entre el existir y el no existir como una especie de vacaciones; puesto que nada podía ocurrirle hasta que no hubiese comenzado realmente a existir, se trató con cierta indulgencia: se levantaba tarde, paseaba gran parte del día, realizaba breves viajes a lugares relajantes y pintorescos. Esperaba la carta definitiva, sin impaciencia, ya que sabía que los trámites eran delicados, las operaciones sutiles, las distancias enormes, el servicio de correos poco eficiente. Al cabo de tres meses de la primera carta, recibió una segunda, que le informaba de un error: la carta anterior le había llegado por culpa de una homonimia diacrónica, ya que un hombre con su mismo nombre y apellido tenía que nacer dentro de seis siglos, en aquella misma ciudad. Por consiguiente, la carta anterior quedaba anulada, y su expediente había sido abierto de nuevo, y estaba en curso de dictamen; aunque la carta no insinuara una inminente existencia, el tono era alentador. Experimentó una ligera contrariedad, pero no estimó oportuno disgustarse, ya que en el universo él seguía siendo una cosa muy pequeña: e intentó considerar el aplazamiento como unas nuevas vacaciones: pero no podía negar que sus inocentes desahogos tenían algo de amargo. La tercera carta llego al cabo de otros seis meses; evidentemente no se refería a él, y alguien debía haberle enviado una carta ajena, ya que en ella se hablaba de su muerte ya producida, y se lamentaba la fallida entrega en el despacho de la compañía del hombro izquierdo. No pudo dejar de pensar que la Oficina de Existencias cometía graves errores, cosa que le entristeció. Al cabo de un año, una nueva carta, escrita de manera extrañamente al margen de la gramática, aludía por segunda vez al problema del hombro izquierdo, y llevaba una fecha que era nueve siglos posterior al día en que le había llegado. Examinando atentamente el sobre, se dio cuenta de que su nombre estaba escrito con una ligera inexactitud, y en aquel mismo momento dejó tanto de preexistir como de no existir.