CINCUENTA Y CUATRO

El fantasma que quiere escapar de la soledad sólo puede hacerlo generando por sí mismo a otro fantasma; pero aunque se sepa que la cosa es posible, no se tienen noticias precisas acerca de esta generación. El fantasma no sólo desea generar a un fantasma, sino que se da cuenta de que no puede hacer otra cosa: casi como si en su cuerpo irreal creciera otro cuerpo irreal; e ignora, sin embargo, de qué modo puede contribuir a hacerla crecer, a hacerla salir del cuerpo. Sabe que engendrar fantasmas es un privilegio que alcanzan pocos fantasmas; y que el camino hasta llegar ahí es largo y arduo. En efecto, no hay nada obvio en la historia de un fantasma. Para empezar, necesita nacer entre los vivos; cosa, más que imposible, irrazonable, puesto que lo vivo es una mínima discontinuidad en la nada, que es eterna e inmortal y está en todas partes. Ahora bien, lo vivo debe vivir en el tiempo, que no existe, al ser una forma de la nada; de modo que lo vivo debe generar tiempo y, por decirlo de alguna manera, meterse dentro de él; hasta que, incomprensible acontecimiento, después de muchas aventuras, muere. Se equivoca quien cree que cualquiera, al morir, se convierte en fantasma. Quien ha muerto ya no está obligado a generar el tiempo, sino que debe subsistir en un espacio que es, al mismo tiempo, estrecho e infinito. Quien quiere convertirse en fantasma debe ingeniárselas para penetrar todavía en otro espacio, pero un espacio que aun siendo semejante al mismo que ha habitado cuando vivo, está desprovisto de tiempo. Pocos de los que lo intentan llegan a tanto; pero quien lo consigue acaba por encontrarse en una situación extremadamente onerosa; en efecto, recupera la utilización de los objetos y en ocasiones de las personas que ha practicado en vida, pero es una utilización totalmente mental, abstracta, como si las cosas vivas estuvieran muertas, y él estuviese vivo, pero solitario e inalcanzable. Así, pues, el fantasma a veces quiere generar un fantasma de sí mismo, casi a través de un embarazo, de no ser porque el fantasma no tiene sexo. Debe elegir en su vivienda el lugar que le genera el dolor más insoportable; en el cual el pasado le contempla con inagotable rencor; el lugar donde la inexistencia del otro es tan intensa que es una forma de existencia. Debe entrar en la nada, él que es frágil y fútil forma, y dejarse tocar, tentar, interrogar, desafiar por ella. Si bien la frase carece de sentido para un fantasma, debe sufrir una nueva agonía. Y, finalmente, rara vez sucede que los miembros surjan de los miembros, de la luz una luminiscencia fugaz; y deberá, extenuado, seguirla, y, como no se pueden tocar, retenerla con una exacta equidad de indiferencia y amor: y tal vez, en aquella sede de la desolación, podrá oírse, no escuchándola, una silenciosa conversación.