El dragón, obviamente, fue muerto por el caballero. Sólo un caballero puede matar a un dragón —no, por ejemplo, un militar de carrera, o un campeón deportivo—. Hay caballeros que se vanaglorian de haber dado muerte a varios dragones: mienten. No está en los planes del mundo permitir la muerte de más de un dragón por caballero; y a muchos hasta esto se les niega; hay alguno, incluso, que es abatido por el dragón, antes de que éste caiga bajo los golpes de otro predestinado caballero. El dragón yace atravesado, desangrado y exangüe, en medio de culebras, ranas y moluscos; esos animales no muestran su parentesco con el dragón, sino, al contrario, su total extrañeza. En efecto, lo que no debemos olvidar es que el dragón es heterogéneo respecto al lugar de su propia muerte, respecto a los animales, al cielo, y sobre todo respecto al caballero. No sabemos mucho acerca de los dragones, pero, en general, los caballeros ignoran incluso lo poco que se sabe. Muchos creen que existen regiones en las cuales habitan los dragones, regiones lejanas y tal vez técnicamente inaccesibles, lo que parece verosímil. Se alejan de esa región; viajan siempre solos: nadie ha oído hablar nunca de una pareja de dragones, una familia, dos dragones amigos. El dragón se dirige hacia el lugar de su propia muerte. Por lo que se sabe, éste es el único modo de morir permitido a los dragones. El dragón se dirige hacia los muros de las ciudades en las que, sin embargo, no penetra nunca; no está interesado por sus habitantes, sino que busca caballeros, ya que solo de uno de ellos obtendrá la muerte. En ocasiones el dragón se retira a una gruta, la convierte en su refugio, amontona piedras en la entrada. El dragón despide fuego por la boca, que le sirve de habla. Es muy probable que tenga muchas cosas que contar, pero la prolongada soledad le ha hecho arisco, y la íntima preocupación asoma en forma de lenguas de fuego. Sorprende, en toda la historia del caballero y del dragón, la absoluta falta de comprensión del caballero respecto al dragón. No advierte sus distancias, la soledad, la grandeza inmanente y deforme, y tampoco descifra los signos del fuego. Ignora las fatigas que el dragón ha tenido que soportar para llegar con puntualidad a su terrible cita. El caballero ignora que él mismo ha acudido a una cita. Si, inmóvil sobre su hermoso caballo, apoya la lanza en el suelo, limitándose a sostenerla, sin ira y sin miedo, el dragón, viendo decepcionada su ansia de muerte, tal vez iniciaría el diálogo.