Él salió de la casa de la mujer que hubiera podido amar, y que hubiera podido amarle a él, con un alivio no exento de amargura. A partir de entonces quedaba claro que ningún tipo de amor surgiría jamás entre ellos, ni siquiera el tibio y pobre vínculo de la lujuria, ya que ella era mujer fuerte y casta, ni siquiera la lánguida ternura de los enamorados un poco tardíos, ya que no era cosa capaz de interesar prolongadamente a sus cerebros ansiosos de emociones. A fin de cuentas, se decía, la imposibilidad de un amor es algo mucho mejor que la terminación de un amor. En efecto, la imposibilidad pertenece a la fábula, transforma todas las quimeras de la espera amorosa, que se ha convertido en algo totalmente decepcionante, en un género menor de literatura, algo infantil y, sobre todo, inexistente. Él, y tal vez en menor medida también ella, habían concebido un universo diferente del existente, ya que, estaba claro, el universo en el que vivían no preveía su amor, de modo que cualquier pensamiento contrario, ya que no podía alcanzar las dimensiones de lo heroico, se revelaba como algo fútil, irrisorio, e incluso jocoso. Cabía añadir que un amor que no comienza, tampoco acaba, aunque resulte reconocible, en su no nacer, algo de la fútil amargura de una posible conclusión. Pero ¿llegó él a desear vivir una historia diferente con aquella mujer? La pregunta era, teológicamente, imposible, y por tanto no exigía respuesta, o sólo una respuesta de dimensiones inauditas, por ejemplo: yo deseo vivir en un universo totalmente diferente, y consideraría un indicio de dicha diferencia el hecho de poder amar a una mujer así, siendo a su vez amado por ella. De modo que el problema que dividía sus efímeros cuerpos y sus animillas fantasiosas, no era, pese a las apariencias, un problema sentimental o moral; sino que era un problema teológico o, puestos a ser más modernos, un problema cósmico. Y desde este punto de vista el problema se esfumaba: en efecto, en aquel otro universo que Dios habría podido crear, en el universo paralelo que podía existir, tal vez aquella mujer no habría existido nunca, o, de haber existido en el paralelo, del cual era la condición, podía ser de tal naturaleza que él jamás la habría querido para sí, y la habría debido rechazar, recurriendo a sutiles y acaso capciosos argumentos teológicos.