Un señor amó locamente a una joven durante tres días, y fue amado por ella durante un período de tiempo prácticamente igual. La encontró por casualidad el cuarto día, cuando hacía dos horas que había dejado de amarla. Al principio, fue un encuentro ligeramente incómodo; sin embargo, la conversación se agilizó, cuando resultó que también la mujer había dejado de amar al señor, exactamente una hora y cuarenta minutos antes. En los primeros momentos, el descubrimiento de que su loco amor pertenecía, en cualquier caso, al pasado, y que presumiblemente dejarían de torturarse con preguntas tontas, penosas e inevitables, infundió al hombre y a la mujer una cierta euforia; y les pareció que se miraban con ojos amistosos. Pero la euforia no pasó de efímera. En efecto, la mujer se acordó de esos veinte minutos de diferencia; ella le había amado durante veinte minutos más mientras, como había confesado el señor, él ya había dejado de amarla. La mujer se sintió presa de amargura, frustración y rencor. Él intentó demostrarle que aquellos veinte minutos revelaban en ella una constancia afectiva que la calificaba de moralmente superior. Ella replicó que su constancia quedaba fuera de toda discusión, pero que en este caso alguien había abusado de ella, y la había ultrajado, de manera calculada y fría. Esos veinte minutos durante los cuales, amando, ella no había sido amada, habrían creado entre ellos un abismo que ya nada podía colmar. Ella había amado a un frívolo y a un sensual, cosa que le llenaría de vergüenza tanto en esta vida como en la otra. Él intentó hacer notar que, puesto que ya no se amaban, el problema podía considerarse superado, y en cualquier caso no era de tanta envergadura que tuviera que inducirle a unas consideraciones demasiado amargas: pero lo dijo con una cierta vivacidad, que traicionaba a la vez miedo y aburrimiento. La mujer replicó que el fin de su amor no era ya un consuelo, sino únicamente el indicio de que algo depravado se había consumido fatuamente, y que ella llevaba sus cicatrices. Él soltó una breve carcajada, nada cordial. En aquel instante comenzó entre ambos un gran odio, un odio meticuloso y avasallador; en cierto modo, ambos percibían que aquella diferencia de veinte minutos era realmente algo atroz, y que había sucedido algo que hacía imposible la vida de al menos uno de los dos. Ahora comienzan a pensar que están destinados a una muerte dramática, juntos, como habían supuesto, febrilmente, durante su loco amor.