CUARENTA Y OCHO

A partir del momento en que se ha dado cuenta de que es imposible dejar de estar en el centro del mundo, y que esto vale tanto para él, como para cualquier ser humano, o animal, o incluso piedra, o alga, o bacteria, ha debido aceptar que sólo existen dos únicas soluciones, en tanto que descripción del comportamiento a mantener en esa situación. O el centro del mundo es activo, y en tal caso el mundo, dotado y enriquecido de infinitos centros, será infinitamente activo; o deberá ser asediado por la totalidad del mundo; más exactamente, ser el punto de mira del mundo. Actualmente, él experimenta la segunda condición; sabe que es psicológicamente esférico, y que está en el centro de un gran número de rayos que, extrañamente se concentran sobre él, y le atraviesan con sus puntas de luz. Advierte, en las cavidades desiertas del espacio, cómo se tensa sin manos un arco de imposible dureza, y lanza la flecha que le alcanzará con motivo de su sexagésimo aniversario. Intenta desplazarse, fluctuar, pero sabe que cualquier movimiento de su cuerpo esférico le convierte en blanco de otras constelaciones, astros ocultos por astros, nubes y animales. Sin embargo, más que cualquier estrella o niebla, le aterra la atención que hacia él dispensan continuamente la nada y le silencio. Él no sabe dónde está la nada, y sospecha que está oculta dentro de él; en tal caso, sería el blanco de una herida interna, una herida tal que su esfera no podría dominar, si bien no sepa qué significa esta conclusión; en cuanto al silencio, está dado, y eso sí que lo ha entendido perfectamente, por la supresión de todas las voces, y de la totalidad de las voces que pudieran dirigirse a él de manera definitiva, hiriéndole, y esto es lo más horrible, sin ninguna arma. En cualquier punto donde exista silencio, está oculta una voz; y esa voz le piensa, le examina, le escruta. Si se alían la nada y el silencio, si se pasan información con gestos que él no consigue captar, ¿qué será de él? Oh, no teme la jabalina arrojada por el centauro el día de su nacimiento, y que ahora le alcanza; no se defiende de la cansada lanza que recorre el mundo con voluntad de herirle; pero lo que le preocupa es no poder ya distinguir entre sí mismo dolor, inutilidad, muerte, y entre sí mismo centro del mundo.