CUARENTA Y SEIS

El fantasma está asomado, distraídamente, a la grande y ruinosa ventana del castillo; es de noche, y contempla las abruptas pendientes, los estrechos valles, dominados por las ruinas de su castillo. En su prolongada soledad, el fantasma se ha acostumbrado a sí mismo, y no piensa en abandonar las ruinas que habita ni en hablar con otros fantasmas. Durante mucho tiempo, la desazón de no encontrar otros seres de su misma raza le ha angustiado. Le hubiera gustado encontrar a un determinado fantasma, alguien que había conocido —pero entonces su memoria ya era confusa— mucho antes de que él fuera fantasma —pero ¿existía realmente un tiempo en el que no había sido fantasma?—. Repentinamente, en la profundidad del valle, descubre algo vaporoso, semejante a él, que avanza lentamente, con cautela, tal vez pensativo: y he aquí que otro débil resplandor se va acercando a lo largo de un sendero empinado y lejano.

El fantasma se pregunta si, al cabo de los siglos, acuden precisamente a su encuentro otros dos fantasmas; se pregunta por qué vienen a verle, quién les ha movido o aconsejado; y finalmente, si vienen juntos o por separado, si son amigos o enemigos entre sí. Por primera vez después de muchos años, el fantasma conoce la ansiedad y el dolor. ¿Quién puede tener tantas ganas de hablar con él? ¿Y de qué manera, gracias al amor o al odio, le han descubierto, recluido en su castillo? Finalmente, ¿por qué han ido a buscarle en una misma noche? ¿Es posible que uno de ellos sea el fantasma Enemigo, y el otro el fantasma Amigo? ¿Y a cuál de los dos quería realmente ver? ¿Prefería aclarar el error que había generado el fantasma Enemigo, o reanudar el discurso, infinitamente imposible de terminar, con el Amigo? Lentamente, los dos fantasmas se acercan. ¿No había tal vez, se pregunta el fantasma que espera, un tercer ser, ni amigo ni enemigo, un mediador, ya no recuerda nada, quién era el tercero, acaso murió desgarrado entre los que ahora son fantasmas, quizás no se convirtió en fantasma, o no será que el tercero es precisamente él? Es decir, ¿cabe pensar que esta noche puede recomponerse, si no ha entendido mal lo que consigue recordar, si sus esperanzas no le han engañado, aquel triple discurso que le consumió hasta provocar su muerte? El fantasma se pregunta si será cierto lo que le contaron cuando niño; un encuentro como éste, que él deseaba intensamente, consume blandamente a los fantasmas, los apaga.