CUARENTA Y DOS

Un hombre está intentando olvidar a una mujer; no es una situación excepcional, a no ser por el hecho de que no ama a esa mujer. Una mujer intenta olvidar a un hombre, también a un hombre al que no ama. No han mantenido ninguna relación amorosa, ni siquiera por error, no se han hecho declaraciones, pero tal vez han formulado hipótesis y proyectos para el futuro. Las hipótesis tenían siempre en cuenta el hecho de que el hombre y la mujer no se amaban, y, sin embargo, eran hipótesis que concernían a la mujer y al hombre. Han hablado de muchas cosas indiferentes, y de algunas cosas importantes pero extremadamente genéricas. No, abstractas sería tal vez la palabra más adecuada. De modo que ambos se han enredado en un juego inconsistente de abstracciones, afectivamente desiertas, pero cuya fuerza mental es intensa. ¿Intentan olvidar las abstracciones? Ambos saben que no es así. Su desazón obedece a haber hablado de estas cosas entre ellos, en una condición de absoluto desamor, realizando un gesto en cierto modo ilícito, y que, sin embargo, ahora les afecta. Se han confesado, riendo, que se sentían cómplices casuales de un delito que, en el fondo, era ajeno a ambos: pero en realidad aquel delito ajeno les interesaba enormemente. En efecto, ahora su vida se ve molestada por el paso de figuras abstractas, de hipótesis inaferrables que no consiguen disolver ni fortalecer: cada uno de los dos ha traspasado al otro las propias abstracciones y por una extravagancia no excepcional pero sí excepcionalmente elaborada, con tanta minuciosidad las abstracciones han creado un sistema, se han fundido en una trama que les liga, aunque se sientan, a cualquier otro nivel, absolutamente extraños. Pero su misma extrañeza forma parte, es incluso uno de los centros, o tal vez simplemente el centro, de esa máquina de abstracciones, por la cual se ven ambos arrastrados. Ellos dos, que no son pasionales, han tenido la extraña fortuna de verse empujados hacia una experiencia pasional que no se refiere al cuerpo, ni a las palabras, ni al futuro, ni al pasado. Lentamente, oponiendo abstracción a abstracción, erosionan la imagen del otro; pero temen que, borrada la imagen, expulsada de la propia vida la figura del otro, permanecerá aquella trama de la pasión abstracta, aquella extravagancia del destino, que, por carecer de rostro, es imposible olvidar.