TREINTA Y OCHO

No hay duda de que está pensativo, situación no excepcional, ya que es hombre al que le gusta pensar metódica, lúcida y finamente, diferenciando los conceptos que maneja con competencia profesional. En cierto modo, hoy está pensativo sobre el hecho de estar pensativo, ya que su reflexión ha rozado un tema que, en su conjunto, no le parece adecuado o, más exactamente, le parece contaminado por una fundamental repugnancia a las ideas claras y precisas, y eso le infunde un vago malestar, o tal vez sea mejor dejarlo en molestia. El tema es el amor. Siente un vivo e indudable interés por una joven, la cual, en opinión de algunos expertos, muestra manifiestos indicios de enamoramiento. Ahora bien, él está totalmente convencido de que su vivo e indudable interés corresponde a una variante de la amistad, de la participación, de la colaboración afectiva —es un término que le parece muy satisfactorio— pero es totalmente ajeno al amor. Sin embargo, tiene la impresión de que la joven, a la que no niega unas considerables cualidades tanto físicas como mentales, tiende a proponer una interpretación poco clara, poco razonadamente precisa de sus relaciones. La cosa le molesta, ya que no hay duda de que aprecia la presencia de la joven en su vida con sincero fervor. Por otra parte, no puede, por el respeto que debe a su propia probidad mental, aceptar ni la joven, tal vez un poco precipitada, crea estar prácticamente en puertas de una relación, ni que se le atribuyan a él pensamientos poco claros, que por ejemplo, no se establezca una sólida aduana léxica entre «violento afecto» y «amor». Él es absolutamente consciente de que en él no hay amor, no hay predisposición a una relación privada, y que en ningún futuro imaginable puede suponerse nada parecido. Su posición le parece clara, honesta y explícita. No entiende por qué a la joven le cuesta esfuerzo entender proposiciones tan lúcidas, y permanezca cerrada a su propuesta de una relación no relacional, sin amor pero afectuosa, cálida pero distanciada, que, en su opinión, combinaría la claridad y la utilidad. Por otra parte, él no niega que el enamoramiento de la joven le halaga enormemente, y si la joven se desenamorara, la cosa le parecería muestra de inconstancia; y le resultaría difícil ser amigo de un ser inconstante y poco claro. Al llegar aquí, se queda pensativo. Tiene la impresión de haber caído en la trampa de lo «no claro» y experimenta un ligero ataque de angustia que sólo finalizará cuando haya escapado total e irreparablemente de ella.