TREINTA Y SIETE

La mujer que él esperaba no ha acudido a la cita. No obstante, él —el hombre vestido de una manera más juvenil de lo que parecería conveniente— no se siente ofendido; más aún, no experimenta ningún dolor. De estar más atento, tendría que confesar que experimenta un pequeño, pero indudable placer. Puede formular varias hipótesis sobre los motivos por los cuales la mujer no ha acudido puntualmente al encuentro. Mientras sondea las hipótesis, no se aleja del punto señalado para la cita, sólo se aparta un poco de él, como si fuera un agujero en el cual algo de ella, o ella por entero, se agazapa. Tal vez se ha olvidado. Como le gusta pensar en sí mismo como en una persona inconsistente, se complace con tales hipótesis, que significarían que también ella le ha identificado como exiguo, casual, hasta el punto de que la única manera de recordarle es olvidarle. Puede haberlo decidido en un momento de extravagancia, tal vez de cólera, ya que es una mujer impetuosa: y entonces le hubiera reconocido su función de estorbo, una minúscula desgracia, no evidentemente una congoja del corazón, pero sí algo que ella no puede alejar de su propia vida, o al menos durante algunos días. Puede haber confundido la hora de la cita, y en ese momento se da cuenta de que, tampoco él, tiene claro a qué hora era. Pero no se preocupa, ya que le parece natural que la hora sea imprecisa, puesto que él se considera perpetuamente citado con la mujer que no ha llegado. ¿No podría tratarse de un error de lugar? Sonríe. ¿Tal vez significa que ella se oculta, se refugia en algún lugar secreto, y que la ausencia es en tal caso miedo, fuga, o quizás juego, reclamo? ¿O que la cita era en todas partes, por lo que nadie, en realidad, ha podido fallar al otro, ni respecto al lugar ni respecto a la hora? Así que él debiera aceptar que, en realidad, la cita no sólo ha sido respetada, sino obedecida con absoluta precisión, más aún, que ha sido interpretada, comprendida y consumada. El leve placer se está convirtiendo en un comienzo de alegría. Decide incluso que la cita ha sido vivida hasta tal punto que ahora ya no puede dar de sí nada más elevado y total. Bruscamente, da la espalda al lugar del encuentro, y susurra tiernamente «Adiós» a la mujer que está dispuesto a encontrar.