El cuerpo celeste del cual tratamos es de existencia improbable o por lo menos hipotética; sin embargo, ha sido visto y descrito por frecuentadores y habitantes del espacio —inquilinos de cometas, cielícolas caídos, miniaturizados por asteroides, buscadores de polvo cósmico— de maneras no sólo totalmente semejantes, sino con palabras que, en los respectivos idiomas, son consideradas de utilización culta y poco habitual. El cuerpo celeste tiene forma de vastísima plaza, prácticamente cuadrada; el suelo presenta algunas peculiaridades: es casi siempre de tierra desnuda, sin traza de vida; y, sin embargo, convendría llamarla «desnudada», ya que diríase que con aquella arcilla se mezclaban fragmentos de edificio, partes de un Prohibido aparcar, e incluso un volátil, bullicioso, frenético recorte de diario, con un titular sensacionalista en una lengua ininteligible —el testimonio es del «sosias» de un contrabandista duplicado—. El contrabandista recorrió parte de la plaza celeste, efectuando otro descubrimiento, que podía resultarle fatal, de no haber sido por su singular carácter duplicado. En realidad, el suelo, si bien aparentemente firme y continuo, se reduce en ocasiones hasta convertirse en una lámina tan delgada, que cede al paso de un fantasma; y debajo se extiende un pozo vacío y liso, que se abre sobre el vacío. En una esquina de la plaza se han pretendido reconocer los restos de una conducción de agua, tal vez una fuente. Unas muescas en los bordes hacen pensar que a dicha plaza han confluido o confluirán otras calles. Se ha descubierto un peine, junto a una lima de uñas de minúsculas dimensiones. Un farmacéutico melancólico ha declarado, bajo juramento, que avistó algunas sombras, y escuchó voces apagadas. En el espacio, tanto en los cafés como en los burdeles de lujo para señores castos, se discute si el cuerpo celeste ha escapado de una ciudad odiosa, o si es el centro de una ciudad inédita del espacio; y las voces y las sombras hubieran llegado, como si fueran de andares más rápidos, antes que los habitantes, en cualquier caso corpóreos. En realidad, observada atentamente, la plaza celeste presenta características contradictorias; en efecto, parece dominada por una penosa pero obstinada espera, una despechada confianza y, al mismo tiempo, despide un olor de desolación, que podría remontarse a memorias amargas pero no olvidables, o a la oculta espera de una catástrofe, tal vez una dispersión por el espacio a través de las lisas catacumbas, en las que la nada llega a rozar el suelo mismo de la plaza.