DOCE

Un señor juvenil y de aspecto medianamente culto, asiduo al cine y aficionado a las películas de episodios, espera, en la esquina de dos calles poco frecuentadas, a una mujer que él considera fascinante, genial, de delicada belleza. Es su primera cita, y saborea la humedad del aire —es el final de la tarde— y se distrae con los escasos transeúntes, ornamento de sus pensamientos solitarios. El señor juvenil ha llegado con tiempo sobrado, nada podría humillarle más que la idea de hacer esperar a aquella mujer. Respecto a ella, a la que nunca ha visto si no es en compañía de extraños, experimenta un sentimiento complejo, que no alcanza por poco el deseo e incluye forzosamente la veneración, el respeto, la esperanza de realizar cosas agradables para ella. Llevaba tiempo sin experimentar por una mujer una mezcla tan rica y afortunada de sentimientos. Se descubre ligeramente orgulloso de sí mismo, y le recorre un escalofrío de vanidad. En aquel momento, cuando descubre que está invadido por unos sentimientos que había abandonado, y por los cuales no siente aprecio, se da cuenta de lo que está haciendo. Se ha dirigido a una cita. Nada lo demuestra, pero ésta podría ser la primera de una prolongada serie de citas. Mientras un leve sudor de angustia y de esperanza le humedece la frente, piensa que en la esquina de aquellas dos calles puede comenzar una «historia», un inagotable depósito de recuerdos. Algo le dice, bruscamente: «Aquí empieza tu matrimonio». El paso rápido de una mujer le hace sobresaltarse. «¿Empieza ahora?» Faltan pocos minutos, y algo en los astros, en los cielos de las estrellas fijas, en la contabilidad de los ángeles, en el Volumus de los dioses, en la matemática de la genética comenzará a zumbar. Ella apoyará la mano en su brazo, e iniciará un recorrido que no tendrá fin. Les espera una casa vacía, felicidad obvia, lento marchitamiento, crecimiento de los hijos, perezoso primero, después precipitado. En aquel momento, su rostro adquiere una expresión astuta y malvada; ha recordado que es un canalla. Desea al mismo tiempo salvación y perdición, e ignora cuál es una y cuál la otra. Es un incendiario, y tiene sueño. La tarde se ha convertido en crepúsculo, la mujer fascinante no ha venido. La insulta en voz baja, y cuando una tímida muchacha le pide una información, finge considerarla una prostituta que le ha confundido con un cliente.