ONCE

Un señor vestido de gris y que de joven había estudiado alemán —aún no lo ha olvidado del todo, y se siente orgulloso de poder descifrar los titulares de los periódicos— está junto a un teléfono gris; en realidad, no existe ningún parentesco entre ambos. Alguien le ha dicho que llame a un determinado número, donde le será comunicada una noticia importante, que le afecta de cerca. La voz que le daba ese encargo era sin duda femenina, si bien un poco ronca, no desagradable, aunque tal vez algo embarazada por una responsabilidad que no consideraba placentera. Él, sin embargo, tiene bien claro que nada, en las palabras de la señora, aludía explícitamente a una noticia triste, dramática y funesta, o simplemente deprimente. Ni siquiera puede afirmar con seguridad que la persona en cuestión estuviera al corriente, que la mujer, quienquiera que fuese, desconocía por completo el contenido de la comunicación. Además, si la mujer, u otros próximos a ella, estuviesen informados de la cosa, carecería de sentido remitirle a otro número. Hasta el momento, ha marcado el número cuatro veces, en dos tandas separadas por un cuarto de hora. No ha respondido nadie. Ahora ha comenzado el segundo cuarto de hora, y se pregunta, sin aprensión, qué comunicación le está reservada. Lleva tiempo sin recibir más correspondencia que folletos publicitarios de gente que le ofrece lavadoras automáticas, u opúsculos encaminados a explicarle los beneficios psicofísicos de la fe en el verdadero Dios. Él no es hostil al verdadero Dios, pero desconfía de él. En general, desconfía de todo lo que es verdadero, y ha intentado ofrecer de sí mismo una imagen de la que sea difícil decir si es verdadera o falsa. No tiene parientes, ni amigos cuya pérdida deploraría. En realidad, piensa, mientras el cuarto de hora está llegando a su término, que ninguna noticie le concierne, a no ser que le concierna a él y a nadie más. Si la noticia se refiere a él y a otro hombre, otra mujer, un animal, quiere dejar bien claro que es un error, la noticia no le concierne. Por otra parte es absolutamente improbable que alguien, protegido o armado con un teléfono, le comunique algo tan pertinente y exclusivo. Sin embargo, él es un hombre disciplinado; obedecerá a la voz femenina, y hará girar, supone que inútilmente, el disco del teléfono vestido como él.