CINCO

Un señor que no había matado a nadie fue condenado a muerte por homicidio; se suponía que había matado, por razones de interés, a un socio de negocios, cuya conducta privada no pretendía explicar ni comentar. En su conjunto, le pareció que, tratándose de su socio, hubiera podido tocarle en suerte una condena más infamante. Los jueces llegaron a admitir que él, el condenado, había sido injustamente estafado. Realmente, aunque estuviese convencido de ello, él nunca había intentado saber si había sido engañado, y en qué medida. Había aceptado mentalmente el porcentaje de dos tercios como una aproximación sensata. En realidad, en el proceso había descubierto que la estafa era mucho menor. En cierto sentido, el proceso le alegró; le proporcionó la certidumbre de que su amigo era un estafador, pero descubrirlo tímido y mojigato le conmovió profundamente. Intentó explicar que él estaba convencido de haber sido estafado en unos dos tercios, y, sin embargo, jamás había pensado en matar. ¿Podría haber matado por un perjuicio tan pequeño? Fue inútil; le explicaron que tenía un mal carácter, y que sufría fantasías de omnipotencia. Sin embargo, no estaba loco, pese a que experimentase, más que inclinación, una especie de amor hacia la demencia. Admitió que la observación estaba fundada. A partir de aquel momento, dejó de defenderse de manera razonable y bien argumentada. El hecho de que a él, hombre apacible hasta la escrupulosidad, le hubiera tocado acabar en un tribunal, acusado de homicidio, le pareció tan extraordinario e improbable, que decidió que había conseguido uno de los grandes temas de su vida: la conquista de una demencia objetiva, no sólo la propia demencia, sino una demencia estructural, en la que todo estaba firmemente ligado, todo deducido, todo concluido. ¿Delirio de omnipotencia? Era realmente omnipotente. Puesto que él, el inocente, había sido juzgado culpable del homicidio, él y sólo él era la piedra angular de la estructura demente. Qué papel tan difícil: no podía mentir, ni simular locura, sin poner en peligro el edificio total de la locura. Se precisaba mucha sagacidad, y la poseía.