Un señor de mediana cultura y decorosas costumbres encontró, al cabo de una ausencia de meses, debida a acontecimientos horriblemente bélicos, a la mujer que amaba. No la besó; sino que, apartándose en silencio, vomitó copiosamente. No quiso dar ninguna explicación de aquel vómito a la mujer estupefacta; ni se la dio a nadie; y sólo con paciencia llegó a entender que aquel vómito expulsaba de su cuerpo las innumerables imágenes que de la mujer amada se habían depositado, intoxicándolo amorosamente. Pero, en aquel momento, comprendió que ya no le sería posible tratar a aquella mujer como si entre los dos sólo hubiera existido amor, un amor suave, ansioso únicamente de superar cualquier obstáculo y de tocar la epidermis del otro, para siempre; él había experimentado la toxicidad del amor, y había entendido que la toxicidad de la distancia sólo era una alternativa a la toxicidad de la intimidad, y que había vomitado el pasado para dar lugar al vómito del futuro. Aunque resultara imposible explicárselo a nadie, sabía que precisamente el vómito, y no los suspiros, era el síntoma de un amor necesario, al igual que la muerte es el único síntoma seguro de la vida.
A partir de aquel momento, se halla en la situación deliciosamente atormentada de no poder desdeñar, ni cortejar, ni acariciar, ni contemplar a la mujer que, indudablemente, se ama —es más, ama de manera insoportable, ahora que la ha hecho partícipe del vómito—, ni dejarla al margen de su secreto; para aceptarla totalmente debe absorberla, apoderarse de ella hasta el momento en que ella se revele como veneno, cosa que ignora que es, y que él no desea explicarle. Mientras tanto, por doquier, la vida se hace inestable, amenazan nuevas guerras. Los muertos previstos se preparan, y la tierra se reblandece, en espera de fosas. Por todas partes se pegan carteles que explican la sangre. Puesto que nadie habla del vómito, el enamorado piensa que el problema es ignorado o dado por ignorado o excesivamente conocido. Besa a la novia, deja a su antojo la noche de bodas, cabalga vomitando el poderoso caballo de la muerte.