Capítulo 10

Salimos casi a dos kilómetros del tubo de descenso. Destrocé las tapas del filtro y los cerro jos y salimos. Deberían haber tenido más cuidado allá abajo. No se juega con Jimmy Cagney.

Nunca tuvieron una oportunidad.

Quilla June estaba agotada. No se lo reprochaba. Pero no quería pasar la noche al descubierto; había cosas allí fuera que no me gustaba pensar en encontrarme ni siquiera de día. Estaba oscureciendo.

Caminamos hacia el acceso del tubo de descenso.

Sangre estaba esperando.

Parecía débil. Pero estaba esperando.

Me acerqué y le alcé la cabeza. Abrió los ojos y muy suavemente dijo:

—Hola.

Le sonreí. Dios mío, era bueno volver a verle.

—Lo conseguimos, amigo.

Intentó levantarse, pero no podía. Las heridas tenían muy mal aspecto.

—¿Has comido? —pregunté.

—No. Agarré una lagartija ayer… o quizá fuese antes de ayer. Tengo hambre, Vic.

Entonces se acercó Quilla June y Sangre la vio. Cerró los ojos.

—Es mejor que nos demos prisa, Vic —dijo—. Por favor. Podrían subir por el tubo de descenso.

Intenté levantar a Sangre. Era peso muerto.

—Escucha, Sangre, iré a la ciudad y conseguiré algo de comida. Volveré pronto.

Espera aquí.

—No vayas, Vic —dijo—. Hice una exploración el día antes de que bajases.

Descubrieron que no nos asamos en el gimnasio. No sé cómo. Quizá los chuchos oliesen nuestro rastro. He estado vigilando y no han intentado perseguirnos. No se lo reprocho.

No sabes lo que es estar aquí fuera de noche. Amigo…, no sabes…

Se estremeció.

—Tómatelo con calma, Sangre.

—Pero estamos marcados en la ciudad, Vic. No podemos volver allí. Tendremos que ir a otro sitio.

Aquello cambiaba las cosas. No podíamos volver y con Sangre en aquellas condiciones no podíamos seguir adelante. Y yo sabía, estaba tan seguro de ello como de que era un solo, que no podía conseguir nada sin él. Yo no era un boxer. Y allí no había nada que comer. Y él necesitaba comida inmediatamente y cuidados médicos. Tenía que hacer algo. Algo positivo, algo rápido.

—Vic. —La voz de Quilla June era aguda y plañidera—. ¡Vamos! Ya se pondrá bien.

Tenemos que darnos prisa.

La miré. El sol desaparecía. Sangre temblaba en mis brazos.

Quilla June hizo un puchero.

—¡Si me amas, vendrás!

Era imposible, sin él no podía hacer nada. Lo sabía. Si la amaba… Ella me había preguntado en la caldera, ¿sabes lo que es el amor?

Fue una hoguera pequeña, lo suficiente para que ningún bandido la localizara desde los arrabales de la ciudad. Sin humo. Y después de que Sangre comió hasta hartarse, le llevé hasta el conducto de aire, a dos kilómetros de distancia, y pasamos la noche dentro en un pequeño saliente. Estuve cuidándole toda la noche. Durmió bien. Por la mañana, le curé delicadamente. Lo había conseguido; había recuperado sus fuerzas.

Comió otra vez. Quedaba mucho de la noche anterior. Yo no comí. No tenía hambre.

Empezamos a cruzar los páramos calcinados aquella mañana. Encontraríamos otra ciudad y lo conseguiríamos.

Teníamos que avanzar lentamente porque Sangre aún cojeaba. Hubo de pasar mucho tiempo para que dejara de oír la voz de ella llamándome en mi cabeza. Preguntándome, preguntándome: ¿Sabes lo que es el amor?

Claro que lo sé.

Un muchacho ama a su perro.