Capítulo 4

La chica, Quilla June, estaba bastante segura. Le hice una especie de cobijo con colchonetas de lucha, quizás una docena de ellas. Así no podría alcanzarla ninguna bala perdida; y si no tropezaban directamente con ella, no la encontrarían. Subí por una de las cuerdas que colgaban de las vigas y me situé allí con la Browning y un par de puñados de peines. Pensé que daría cualquier cosa por tener en aquel momento una automática, una Bren o una Thompson. Comprobé la 45, me aseguré de que estaba cargada y de que había una bala en la recámara y coloqué los peines extra sobre la viga. Tenía un ángulo de tiro que cubría perfectamente todo el gimnasio.

Sangre estaba tendido en la sombra junto a la puerta principal. Me había sugerido que liquidase primero a los perros que viniesen con el grupo, si podía. Eso le permitiría actuar libremente.

Esa era la menor de mis preocupaciones.

Hubiese preferido atrincherarme en otra habitación, una que tuviese sólo una entrada, pero no tenía medio de saber si los merodeadores estaban ya dentro del edificio, así que aproveché lo mejor que pude lo que tenía.

Todo estaba tranquilo. Hasta aquella Quilla June. Me había costado valiosos minutos convencerla de que estaría mucho mejor oculta y sin hacer ruido, que estaría mucho mejor conmigo que con aquellos otros veinte.

—Si quieres volver a ver alguna vez a tu papá y a tu mamá… —le advertí.

Después de eso no me causó más problemas.

Silencio.

Luego oí dos cosas, ambas al mismo tiempo. En el fondo del sector de la piscina oí el roce de unas botas que aplastaban yeso. Un rumor muy suave. Y de un lado de la puerta central me llegó un tintineo de metal golpeando madera. Al parecer intentaban rodearnos.

Bien, yo estaba preparado.

Silencio de nuevo.

Apunté con la Browning a la puerta del sector de la piscina. Aún estaba abierta de cuando había pasado yo. Si lo suponía de un metro setenta y bajaba la mira unos cincuenta centímetros podía alcanzarle en el pecho. Había aprendido hacía mucho que no se debe apuntar a la cabeza. Es preferible la parte más ancha del cuerpo: el pecho y el vientre. El tronco.

De pronto oí ladrar un perro fuera, y parte de la oscuridad junto a la puerta de entrada se separó y entró en el gimnasio. Directamente frente a Sangre. No moví la Browning.

El merodeador de la puerta principal se apartó de Sangre. Luego movió el brazo y arrojó algo (una piedra, un trozo de metal, algo) al otro lado de la habitación para atraer la atención. Yo no moví la Browning.

Cuando la cosa que él había arrojado llegó al suelo, irrumpieron dos merodeadores por la puerta del sector de la piscina, uno a cada lado, los rifles dispuestos, preparados para rociar. Antes de que pudiesen abrir fuego, efectué el primer disparo, desvié el arma y disparé sobre el otro. Ambos cayeron. Impactos mortales, justo en el corazón. Quedaron tendidos, ninguno se movió.

El tipo que estaba junto a la puerta dio la vuelta para huir y Sangre se arrojó sobre él.

Exactamente así, brotó de la oscuridad, ¡riiiip!

Sangre saltó sobre el cañón del rifle del tipo que lo tenía preparado y hundió sus colmillos en su garganta. El tipo lanzó un grito y Sangre se separó de él llevándose en la boca un trozo de carne. El tipo gorgoteaba extraños sonidos y por fin cayó sobre una rodilla. Le atravesé la cabeza con un disparo y cayó de bruces.

Todo quedó tranquilo otra vez.

No estaba mal. No estaba mal en absoluto. Tres atacantes eliminados y aún no conocían nuestras posiciones. Sangre había vuelto a ocultarse en la oscuridad, junto a la entrada. No decía nada, pero yo sabía lo que estaba pensando: quizá fuesen tres eliminados de diecisiete, o de veinte, o de veintidós. No había medio de saberlo; podíamos estar allí metidos toda una semana y no saber si los habíamos liquidado a todos, a alguno o a ninguno. Podían irse y volver otra vez repuestos y yo me encontraría al final sin munición y sin alimento, y aquella chica, aquella Quilla June lloraría y me haría desviar la atención hacia ella, y la claridad del día… y ellos estarían allí aún ocultos esperando a que sintiésemos suficiente hambre como para hacer algo estúpido, o a que se nos acabasen las municiones y entonces caerían sobre nosotros.

Uno de los atacantes cruzó la puerta a toda velocidad, dio un salto, se tiró al suelo, rodó, se levantó siguiendo en una dirección distinta y lanzó tres andanadas a distintos rincones de la estancia antes de que pudiese alcanzarle con la Browning. Estaba por entonces lo bastante próximo debajo de mí como para que no tuviese que desperdiciar un proyectil del 22. Recogí silenciosamente la 45 y le volé la nuca. El proyectil penetró limpiamente, salió y se llevó con él la mayor parte de su pelo. Cayó a plomo.

—¡Sangre! ¡El rifle!

Salió de las sombras, lo cogió con la boca y lo arrastró hasta el montón de colchonetas de lucha del rincón del fondo. Vi que del montón de colchonetas brotaba un brazo y que una mano cogía el rifle y lo arrastraba hacia adentro. Bien, al menos allí estaba seguro, hasta que lo necesitase. Una zorrita muy valiente. Sangre se acercó al atacante muerto y empezó a debatirse con la bandolera de municiones que llevaba. Tardó un rato en poder soltarla; podrían haber disparado contra él desde la puerta o desde una de las ventanas, pero lo consiguió. Un cabroncete valiente. Tenía que acordarme de darle algo bueno para comer en cuanto saliésemos de aquello. Sonreí, allá arriba en la oscuridad. Si conseguíamos salir de aquello no tendría que preocuparme de conseguirle algo tierno.

Había bastante sobre el suelo del gimnasio.

Cuando Sangre arrastraba la bandolera retirándose de nuevo hacia las sombras, otros dos con sus perros lo intentaron. Penetraron por una ventana que quedaba a nivel del suelo, uno detrás de otro, dando vueltas y saltando y corriendo en direcciones opuestas, mientras los perros (un horroroso akita, grande como una casa, y una perra doberman color mierda) penetraban por la puerta principal y se separaban en dos direcciones desocupadas. Alcancé con el 45 a uno de los perros, el akita, y cayó pataleando. El doberman quedaba para Sangre.

Pero al disparar había delatado mi posición. Uno de los atacantes disparó desde la cadera y proyectiles 30-06 de punta blanda astillaron las vigas a mi alrededor. Dejé caer la automática, y empezó a deslizarse fuera de la viga mientras yo buscaba la Browning.

Intenté coger la 45 y eso me salvó. Caí hacia delante para agarrarla, se me escurrió y golpeó en el suelo del gimnasio con estruendo, y el atacante disparó hacia donde yo había estado. Pero yo estaba pegado a la viga, el brazo colgando, y el estruendo le sorprendió. Disparó hacia el ruido y justo en aquel instante oí otro disparo de un Winchester; el otro atacante, que se había colocado en posición segura en la sombra cayó hacia delante tapándose un gran agujero chorreante en el pecho. Le había disparado aquella tal Quilla June desde detrás de las colchonetas.

No tuve tiempo siquiera de pensar qué demonios pasaba. Sangre luchaba rodando con el doberman, y los rugidos y el rumor de la lucha eran espantosos. El atacante del 30-06 lanzó otro disparo y alcanzó el cañón de la Browning que sobresalía por un lado de la viga, y zas, desapareció, cayendo. El hijo de puta estaba oculto en las sombras, esperándome.

Otro disparo del Winchester y el atacante disparó contra las colchonetas. Quilla June se ocultó, y me di cuenta de que no podía contar con ella para nada más. Pero tampoco lo necesitaba; en aquel segundo, mientras el atacante estaba pendiente de ella, agarré la cuerda y me descolgué de la viga. Aullando como un loco me deslicé cuerda abajo, sintiendo cómo me desollaba las pahuas. Bajé lo suficiente como para poder balancearme. Empecé a bambolearme en el aire, lanzando mi cuerpo en direcciones distintas, variando de dirección constantemente. El hijo de puta seguía disparando, intentando seguir una trayectoria, pero yo logré apartarme de su línea de fuego. Luego, se quedó sin munición y yo me eché hacia atrás con todas mis fuerzas y luego me lancé hacia su esquina en sombras, solté la cuerda y caí sobre aquel rincón y allí estaba él y hundí mis pulgares en sus ojos. Chillaba y los perros chillaban y la chica chillaba y machaqué la cabeza de aquel hijo de puta contra el suelo hasta que dejó de moverse y luego cogí el 30-06 vado y le aticé en la cabeza hasta que me di cuenta de que no podía hacerle más daño. Luego busqué la 45 y liquidé al doberman.

Sangre se levantó y se sacudió. Tenía bastantes cortes.

—Gracias —murmuró, y fue a tenderse en las sombras para lamerse.

Fui hasta dónde estaba Quilla June. Lloraba. Por todos los tipos que habíamos matado.

Sobre todo por el que ella había matado. No pude conseguir que dejase de berrear, así que le pegué en la cara y le dije que me había salvado la vida y eso ayudó algo.

Sangre vino arrastrando el culo.

—¿Cómo vamos a salir de esto, Albert?

—Déjame pensar.

Pensé y me di cuenta de que no había esperanza. Por muchos que matáramos, habría más. Y ahora era cuestión de machos. Su honor estaba en juego.

—¿Qué te parece un incendio? —sugirió Sangre.

—¿Escapar mientras esto arde? —negué con la cabeza—. Deben de tener todo el lugar rodeado. No sirve.

—¿Y si no nos vamos? ¿Y si ardemos con todo?

Le miré. Valiente… y listo como un diablo.