4. ¡Contacto!

¡Ahí estaba!

Un magnífico trabajo de duplicación, tal como hubiera deseado. Cal podía jurar que no había ninguna diferencia visual entre él y el original. Pero la prueba eléctrica diría la palabra definitiva.

En el laboratorio, puso el duplicado en el comprobador que había preparado, y comprobó el albión. Aquél era el factor crítico.

Frunció el ceño cuando el indicador señaló una desviación de un diez por ciento, pero dos de los originales tenían tolerancias de una magnitud similar. Funcionaría.

Su mano no estaba muy firme cuando colocó el tubo en su alvéolo. Retrocedió unos instantes, contemplando el instrumento completo.

Luego dio la vuelta al conmutador principal del panel de energía.

Contempló ansiosamente las invisibles manos eléctricas que avanzaban a lo largo de los paneles, energizando los circuitos uno tras otro.

Intrincados ajustes en los paneles de control pusieron los indicadores en línea con las especificaciones del catálogo, que a aquellas alturas se sabía prácticamente de memoria… pero que estaban escritas junto a los indicadores para mayor seguridad.

Luego, lentamente, la grisácea pantalla del cubo visor se iluminó. Oleadas de polícromos matices la barrieron. Parecía como si una imagen estuviera intentando formarse, pero permanecía desenfocada, tan sólo una mancha de color.

—Gire el intensificador —dijo de pronto una voz masculina—. Eso dará nitidez a su pantalla.

Para Cal, aquello fue como palabras brotando de pronto a medianoche en una casa repleta de fantasmas. El sonido procedía del lugar desconocido al que estaba conectado el interocitor…, pero la voz era humana.

Avanzó hacia el panel y ajustó el mando. La informe mancha de color cambió a líneas definidas, fundiéndose en una imagen. Y Cal miró.

No sabía lo que había esperado. Pero la prosaica imagen en color del hombre que le miraba desde la pantalla era demasiado vulgar después de las largas semanas de esfuerzos pasadas con el interocitor.

Y sin embargo, había algo ignoto en los ojos del hombre…, algo afín a lo ignoto que había también en el interocitor. Cal se acercó lentamente a la pantalla, incapaz de apartar la mirada de aquel rostro, con la respiración intensa y acelerada.

—¿Quién es usted? —dijo, casi inaudiblemente—. ¿Qué es lo que he construido?

Por un momento el hombre no respondió, como si no hubiera oído. Su imagen era imponente y aparentaba estar entrando en la edad madura. Era de anchas espaldas y de rasgos masculinamente atractivos. Pero eran sus ojos los que atraían a Cal con una fuerza tan intensa…, unos ojos que parecían ser conscientes de la responsabilidad de toda la gente en el mundo.

—¿Quién es usted? —repitió suavemente Cal.

—Lo habíamos dado ya por perdido —dijo finalmente el hombre—. Pero lo ha conseguido. Y con gran éxito además.

—¿Quién es usted? ¿Qué es este… este interocitor que he construido?

—El interocitor es simplemente un instrumento de comunicación. Construirlo era algo mucho más difícil. Entenderá lo que quiero decir dentro de un momento. Su primera pregunta es más difícil de responder, pero lo intentaré.

»Soy el representante de contratación de un grupo…, un cierto grupo que tiene urgente necesidad de hombres, de expertos tecnólogos. Tenemos una gran demanda de empleados prospectivos. De modo que les exigimos que pasen una prueba de aptitud a fin de medir algunas de esas cualificaciones que deseamos de ellos.

»¡Usted ha pasado esa prueba!

Por un momento, Cal se quedó mirando sin comprender.

—¿Qué quiere decir? Esto no tiene sentido. No he hecho ninguna solicitud para trabajar con sus…, con su empresa.

La débil huella de una sonrisa cruzó el rostro del hombre.

—No. Nadie lo hace. Nosotros elegimos a nuestros propios solicitantes y los probamos, sin que ellos se den cuenta en absoluto de que están siendo probados. Debo felicitarle por sus resultados.

—¿Qué le hace pensar que estoy interesado en trabajar para su empresa? Ni siquiera sé quiénes son, y mucho menos el trabajo que quieren que realice.

—No hubiera llegado usted hasta tan lejos a menos que estuviera interesado en el trabajo que tenemos que ofrecerle.

—No comprendo.

—Usted ha visto el tipo de tecnología que poseemos. No importa quiénes o qué seamos: habiendo llegado hasta tan lejos, usted nos perseguirá hasta los confines de la Tierra para descubrir cómo alcanzamos esa tecnología y aprender su maestría para sí mismo. ¿Es o no cierto?

La arrogante verdad de la afirmación del hombre fue como un golpe físico que hizo retroceder a Cal. No había inseguridad en la voz del hombre. Sabía lo que Cal iba a hacer con más seguridad de la que lo sabía el propio Cal en aquel momento.

—Parece usted muy seguro de eso.

A Cal le fue difícil alejar de su voz una impulsiva hostilidad.

—Lo estoy. Elegimos a nuestros solicitantes muy cuidadosamente. Efectuamos nuestras ofertas únicamente a aquellos que estamos seguros que van a aceptar. Ahora, puesto que está usted a punto de unirse a nosotros, aliviaré su mente de algunas tensiones innecesarias.

»Indudablemente se le habrá ocurrido, como se les ocurre a todos los seres pensantes de nuestros días, que los científicos han efectuado un trabajo particularmente abominable ofreciendo las herramientas que han creado. Como operarios descuidados e indiferentes, han arrojado los productos de su ingenio a parloteantes monos y babuinos. Los resultados han sido como mínimo desastrosos.

»Pero no todos los científicos, sin embargo, han sido tan indiferentes. Hay un grupo de nosotros que hemos formado una organización con la finalidad de obtener una mejor y más conservadora distribución de esas herramientas. Podemos llamarnos a nosotros mismos los Ingenieros de la Paz. Nuestros motivos tal vez engloban todas las implicaciones que usted pueda darle honestamente al término.

»Pero necesitamos hombres… Técnicos, hombres imaginativos, hombres de buena voluntad, hombres de excelentes habilidades en ingeniería…, y nuestro método no puede ser precisamente directo. De ahí nuestra forma de entrar en contacto con usted. Implica simplemente una intercepción del correo en una manera que usted aún no podría comprender.

»Usted ha superado nuestra prueba de aptitud, y de una forma mucho mejor que algunos de sus compañeros ingenieros en esa comunidad.

Cal pensó inmediatamente en Edmunds y en los engranajes sin dientes y en el contenido de la pulidora de tambor.

—Esas otras cosas… —dijo—. ¿Su misión era conducir a la misma solución?

—Sí. De una forma algo diferente, por supuesto. Pero esta es toda la información que puedo darle por el momento. La siguiente consideración es que venga usted aquí.

—¿Dónde? ¿Dónde está usted? ¿Cómo puedo ir?

La facilidad con que su mente aceptó el hecho de su marcha le impresionó y le hizo estremecerse. ¿No había ninguna otra alternativa que debiera considerar? ¿Por qué razón debía aliarse con aquel grupo desconocido que se llamaba a sí mismo los Ingenieros de la Paz? Buscó razones racionales por las que no debiera hacerlo.

Había pocas que pudiera encontrar. De hecho, ninguna. Estaba solo, sin familia ni obligaciones. No tenía lazos profesionales particulares que le impidieran marcharse en cualquier momento.

Y en cuanto a cualquier amenaza personal que pudiera existir en su aliarse a los Ingenieros de la Paz… Bien, no temía demasiado a lo que pudiera ocurrirle personalmente.

Pero en realidad ninguno de esos factores poseía la menor influencia. Había únicamente una cosa que le preocupaba. Tenía que saber más acerca de aquella fantástica tecnología que ellos poseían.

Y ellos habían sabido cuál era el factor capaz de arrastrarle.

El entrevistador hizo una pausa como si captara lo que había en la mente de Cal.

—Conocerá usted las respuestas a todas sus preguntas a su debido tiempo —dijo—. ¿Puede estar listo mañana?

—Estoy listo ahora —dijo Cal.

—Mañana será suficiente. Nuestro avión aterrizará en su campo de aviación exactamente al mediodía. Aguardará allí quince minutos. Partirá sin usted si no está usted allí a tiempo. Lo conocerá por su color. Un aparato negro con una sola franja horizontal de color naranja, del tipo BT-13 del ejército.

»Eso es todo por ahora. Mis felicitaciones, y buena suerte. Dentro de poco tendremos la oportunidad de conocernos personalmente.

»Ahora retroceda. Cuando yo corte la conexión, el interocitor será destruido.

¡Retroceda!

Cal se alejó rápidamente hacia el extremo más alejado del cuarto. Vio al hombre asentir con la cabeza, su rostro sonriendo en un amable adiós, luego la imagen se desvaneció de la pantalla.

Casi instantáneamente se oyó el silbido de los aislantes quemándose, el crujir del cristal partiéndose. Del armazón del interocitor surgió una creciente humareda que lentamente llenó la habitación a medida que el cableado se fundía y los aislantes goteaban y caían al suelo.

Cal salió rápidamente del cuarto y tomó el extintor más cercano, que accionó contra el humo que surgía del cuarto. Lo vació por completo, y fue a buscar otro.

Lentamente, el calor y el humo fueron cediendo. Volvió a entrar en el cuarto y comprendió que el interocitor nunca podría ser analizado o duplicado a partir de aquella ruina. La destrucción había sido absoluta.

Fue inútil intentar dormir aquella noche. Permaneció sentado en el parque hasta después de medianoche, cuando un policía suspicaz lo echó. Después de aquello simplemente caminó por las calles hasta el amanecer, intentando deducir las implicaciones de lo que había visto y oído.

Ingenieros de la Paz…

¿Qué significaba aquel término? Podía implicar un millar de cosas, un grupo secreto con ambiciones dictatoriales en posesión de una poderosa tecnología…, una pandilla de chiflados con extraño acceso a la genialidad…, o podía ser lo que el término implicaba literalmente.

Pero no había ninguna garantía de que sus propósitos fueran altruistas. Con su anterior conocimiento de la naturaleza humana se sentía más inclinado a creer en la posibilidad de que estaba siendo conducido a un melodrama tipo Sax Rohmer.

Al amanecer regresó a su apartamento. Allí se lavó y desayunó y dejó el importe del alquiler y una nota dando instrucciones al casero para que dispusiera a su antojo de sus pertenencias. A media mañana se dirigió a la planta y presentó su renuncia, en medio de una tormenta de protestas de Billingsworth y una oferta de un aumento de un cuarenta por ciento en su sueldo.

Cuando terminó con todo ello era casi mediodía, y subió a ver a Joe Wilson.

—Me preguntaba qué te había ocurrido esta mañana —dijo Joe—. Estuve un par de horas intentando llamarte.

—Dormí hasta tarde —dijo Cal—. Acabo de renunciar.

—¿Renunciar? —Joe Wilson se lo quedó mirando incrédulo—. ¿Por qué? ¿Y el interocitor?

—Me estalló ante las narices. Está completamente inutilizable.

—Esperaba que hubieras podido ponerlo en funcionamiento —dijo Joe, un poco tristemente—. Me pregunto si llegaremos a saber alguna vez de dónde venía.

—Seguro —dijo Cal descuidadamente—. Se trató evidentemente de algún error. Algún día sabremos lo que pasó.

—Cal… —Joe Wilson estaba mirándole directamente al rostro—. Lo descubriste, ¿verdad?

Cal vaciló un momento. No le habían exigido que guardara el secreto. Y además, ¿qué importaba? Comprendía algo de la fascinación del problema para un frustrado ingeniero convertido en un agente técnico de compras.

—Sí —dijo—. Lo descubrí.

Joe sonrió irónicamente.

—Esperaba que lo hicieras. ¿Puedes hablarme de ello?

—No hay nada que decir. No sé quiénes son. Todo lo que sé es que hablé con alguien.

Me ofrecieron un trabajo.

Allí estaba. Lo vio llegar rápido y bajo, un avión negro y naranja. Bajó los alerones, frenó, y tocó la pista. Ya era como un símbolo de un enorme e importante futuro que lo arrastraba consigo. Los conocidos alrededor de Ryberg empezaban a ser ya algo perteneciente a un difuso y poco importante pasado.

—Me hubiera gustado saber más del interocitor —dijo Joe.

Los ojos de Cal estaban fijos todavía en el avión mientras era dirigido por el campo.

Estrechó solemnemente la mano de Joe.

—Yo también —dijo—. Créeme…

Joe Wilson permaneció de pie junto a la ventana, y cuando Cal se dirigió hacia el avión supo que había acertado en aquel atisbo que tuvo de la cabina de pilotaje silueteada contra el cielo. El avión no llevaba piloto.

Otro susurrado indicio de una tecnología poderosa, alienígena.

Sabía que Cal también tenía que haberse dado cuenta de ello, pero los pasos de Cal eran firmes mientras caminaba hacia el aparato.