3. Problema de ensamblaje

A su debido momento salió a comer a la cafetería de la planta, luego regresó al ahora vacío laboratorio y caminó entre los montones de material, calculando el trabajo que se había asignado a sí mismo. Iba a ocuparle todas sus noches durante los próximos meses.

Esperaba que su proyecto no despertara demasiada curiosidad, pero veía pocas posibilidades de que pasara totalmente inadvertido. Sobre todo quería evitar que Billingsworth, el ingeniero jefe, se quejara al respecto. No se trataba de que Billingsworth y él no estuvieran en buenas relaciones, sino de que el proyecto era demasiado marginal.

Era obvio que algunas partes de la variopinta colección constituían el armazón sobre el que debían ser montados los demás componentes. Los reunió a un lado y los fue encajando tentativamente para ver si podía hacerse alguna idea del tamaño y la forma del conjunto una vez terminado.

Una cosa se hizo evidente desde el primer momento. Sobre el banco de trabajo había un cubo de cristal, de cuarenta centímetros de lado, lleno de una compleja masa de elementos. Veintitrés terminales surgían de los elementos al exterior del cubo. Uno de sus lados estaba revestido como si fuera algún tipo de pantalla. Y en uno de los paneles del armazón había una abertura exactamente del tamaño preciso para acomodar la cara del cubo.

Aquello restringía la utilidad del artilugio, pensó Cal. Proporcionaba al observador un número de datos que eran reflejados de forma gráfica o pictórica como a través de un tubo de rayos catódicos.

Pero la complejidad de los elementos del cubo y sus múltiples conexiones indicaban otra necesidad. Tendría que encargar duplicados de muchos de los componentes porque esos deberían ser diseccionados hasta la destrucción a fin de determinar algunas posibles funciones eléctricas.

Casi todos los tubos entraban en esta clasificación, y empezó a listar esas partes a fin de que Joe pudiera volver a pedirlas.

Luego empezó a familiarizarse con los nombres de cada parte en el catálogo y a establecer posibles funciones a partir de las descripciones y las especificaciones dadas.

Lentamente, a lo largo de las primeras horas de la madrugada, las claves fueron incrementándose. Algunas piezas encajaban perfectamente entre sí, como si todo el conjunto fuera un gigantesco rompecabezas diseñado por algún supercerebro.

A las tres de la madrugada, Cal cerró el cuarto con llave y se fue a casa para dormir un poco. Se sentía exaltado por el ligero éxito obtenido, por los indicios que parecía haber descubierto ya.

Estaba de nuevo allá a las ocho de la mañana. Se dirigió a la oficina de Joe. Como siempre, Joe estaba ya en su puesto. A veces Cal se preguntaba si dormía allí.

—Vi llegar tu material —dijo Joe—. Me hubiera gustado verlo, pero pensé que al principio preferirías trabajar solo.

—Me hubiera gustado que hubieras venido —dijo Cal. Comprendía las frustraciones de Joe—. Baja siempre que quieras. Hay algo que me gustaría que hicieras. En las cajas en que vino todo el material había una dirección de un almacén en Filadelfia. Tengo aquí las señas. ¿Podrías enviar a alguno de los vendedores para ver qué tipo de lugar es cuando vaya por allí? No quiero que sepan que estoy particularmente interesado. Puede ser una buena pista.

—Seguro. Creo que la Oficina de Ventas ha de enviar a alguien allá en viaje rutinario la semana próxima. Haré que hagan la gestión. ¿Qué has descubierto?

—No demasiado. El conjunto es una pantalla para ver algo, pero no hay ningún indicio acerca de qué es lo que se puede ver. Hay un componente del equipo reseñado como generador planetario que parece ser una especie de unidad central, algo como el oscilador de un transmisor, quizás. Iba montado en un soporte que parece pedir que sea montado en el armazón principal.

»Eso me da un indicio importante para terminar el armazón. Pero hay cerca de cuatrocientos noventa terminales, más o menos, en ese generador planetario. Eso es lo que me confunde. Esas partes parecen ser intercambiables en varios circuitos distintos, o de otro modo estarían señaladas para el cableado.

»El catálogo se refiere a varios elementos, que son denominados de una forma precisa, y da una serie de valores eléctricos para ellos… pero no puedo descubrir de qué elementos se trata a menos que abra las unidades selladas. De modo que aquí hay un nuevo pedido de todas las partes que voy a tener que abrir.

Joe observó la lista.

—¿Sabes el coste de este primer envío?

—No me digas que he agotado ya todo el presupuesto.

—Esta mañana acaba de llegar la factura por dos mil ochocientos dólares.

Cal silbó suavemente.

—Si todo este material fuera producido por cualquiera de los métodos tecnológicos que conozco, hubieran enviado una factura de al menos veintiocho mil.

—Oye, Cal, ¿por qué no le seguimos la pista a través de la oficina de patentes? Todo esto tiene que estar patentado.

—No hay ningún número de patente ni nada parecido. Ya lo he mirado.

—Entonces pidámosles que nos envíen el número o las copias de las patentes de algunas de esas cosas. No pueden distribuir así elementos sin patentar, estoy seguro.

Tienen que valer una fortuna.

—De acuerdo. Ponlo en la carta junto con el nuevo pedido. Aunque no creo que sirva de mucho.

Cal regresó al laboratorio y trabajó impacientemente durante toda la mañana en las consultas que le hizo el departamento de producción relativas a su transmisor. Después de comer regresó al interocitor. Decidió no abrir todavía ninguno de los tubos. Si algo le ocurría a su precario contacto con su proveedor antes de que lo localizaran…

Empezó a trabajar en la identificación de los tubos. Afortunadamente, los redactores del catálogo habían puesto en todos ellos los datos de corriente y voltaje. Pero había nuevas unidades que no tenían sentido para Cal… factores dealbión, índice inverso de reducción, eficiencia de dispersión.

Siguió adelante lentamente. Los filamentos eran fáciles, pero algunos de los tubos no tenían nada que se pareciera a filamentos o cátodos. Cuando aplicó comprobadores de voltaje no supo si estaba ocurriendo algo o no.

Gradualmente fue hallando los datos. Había un diseño casual mostrando un tubo caterimino dentro de una bobina generadora de campo. Aquello le dio un indicio de todo un principio de operaciones completamente nuevo.

Al cabo de seis días fue capaz de conectar los voltajes adecuados a más de la mitad de los tubos y obtener respuestas correctas tal como estaban indicadas en las especificaciones del catálogo. Con toda aquella información disponible era capaz de seguir adelante y construir todo el equipo energético del interocitor. Entonces Joe lo llamó una tarde.

—¡He, Cal! ¿Has abierto ya alguno de esos tubos?

—No. ¿Porqué?

—¡No lo hagas! Se han vuelto locos o algo así. No van a enviar el nuevo pedido que hicimos, y dicen que no tienen ninguna patente del modelo. Además, esa dirección de Filadelfia ha resultado ser falsa.

»Cramer, el vendedor que investigó, dice que no hay nada allí excepto un viejo almacén que no se utiliza en años. Cal, ¿quiénes pueden ser esos tipos? Está empezando a no gustarme la forma en que huele todo esto.

—Léeme su carta.

—«Querido Sr. Wilson», dicen. «No podemos comprender la necesidad de un pedido tan grande de elementos que ya les hemos servido. Confiamos que el equipo no se haya roto o averiado por el camino. De todos modos, si este es el caso, por favor devuélvannos las partes dañadas y les remitiremos sin ningún costo los correspondientes reemplazos.

De otro modo, nos tememos que, debido a la actual carestía de elementos de interocitor, nos veamos en la necesidad de no poder atender su pedido.

»No comprendemos su referencia a las patentes. No hay nada de esa naturaleza en relación con el equipo. Por favor, pueden llamarnos siempre que lo deseen, en cualquier momento. Si pueden ustedes trabajar en las actuales circunstancias, por favor contacten con nosotros a través del interocitor a su mejor conveniencia y discutiremos más ampliamente ese asunto».

—¿Qué dice ese último párrafo? —preguntó Cal.

—«… contacten con nosotros a través del interocitor…»

—¡Eso es! Eso nos indica lo que es el aparato…, un sistema de comunicación.

—¿Pero de dónde a dónde y de quién a quién?

—Eso es lo que pretendo descubrir. Y créeme, lo haré… ¡ahora más que nunca!

No iban a permitirle que abriera los tubos u otras partes selladas, eso era obvio. Cal preparó un equipo de rayos X y un fuoroscopio y empezó a obtener algunas nociones de la construcción interna de los tubos que no podía analizar de ninguna otra manera. Pudo rastrear las terminaciones hasta sus conexiones internas y estar razonablemente seguro de no quemar nada con voltajes inadecuados en los elementos.

Junto a la fuente de energía erigió todo el armazón con el generador planetario y lo alimentó con una bancada de dieciocho tubos cateriminos. La salida de estos se convirtió en un pesadillesco conjunto de tuberías que incluía inconcebibles ensanchamientos y espirales. De nuevo encontró prealineados orificios de montaje que le permitieron encajar entre sí la mayor parte de las tuberías con únicamente alguna referencia casual al catálogo.

Dentro de él crecía la sensación de que todo aquel conjunto era algún rompecabezas diseñado de una forma increíblemente intrincada y que habían sido establecidos deliberadamente algunos indicios para cualquiera que quisiera fijarse en ellos.

Entonces uno de los tubos cateriminos rodó sobre la mesa y fue a estrellarse contra el suelo. Cal se dio cuenta más tarde de que debía de haber permanecido al menos cinco minutos contemplando los trozos de vidrio antes de realizar ningún movimiento. Se preguntó si todo el proyecto se habría destruido allí con aquella pieza hecha añicos.

Suavemente, con unas pinzas, recogió los complejos elementos del tubo y los depositó cuidadosamente sobre un papel de embalaje. Luego llamó a Joe.

—Envía otra carta a la Continental… por correo aéreo —dijo—. Pregúntales si pueden enviar un repuesto de caterimino. Acabo de romper uno.

—¿No vas a enviarles los trozos como han pedido?

No. No voy a correr ningún riesgo con lo que ya tengo. Diles que los trozos del roto les serán enviados inmediatamente si pueden remitirnos un repuesto.

—De acuerdo. ¿Te importa si bajo esta tarde y echo un vistazo?

—En absoluto. Puedes bajar cuando quieras.

Era un poco antes de las cinco cuando Joe Wilson entró finalmente en el cuarto. Miró a su alrededor y silbó suavemente.

—Parece como si estuvieras sacando algo en concreto después de todo.

Una ordenada hilera de paneles de casi cinco metros de largo se extendía a lo largo del centro de la habitación. En el armazón de detrás había un pesadillesco ensamblaje de cachivaches y conducciones. Joe pensó en el significado de los centenares de conducciones que estaban ya en su lugar.

—¡Realmente lo estás sacando!

—Creo que sí —dijo Cal casualmente—. Pero es difícil.

Joe observó una vez más la enorme masa del equipo.

—¿Sabes?, los catálogos de los fabricantes son mi especialidad —dijo—. Veo cientos de ellos cada año. Apuesto a que casi puedo decir lo que hay dentro viendo simplemente su fachada.

»Los escritores de catálogos no son muy listos, ya sabes. Son en su mayor parte chicos de cuarenta a cincuenta dólares la semana que acaban de salir de la universidad con unas nociones superficiales de periodismo pero son demasiado tontos como para hacer algo con ellas. Así que terminan escribiendo catálogos.

»¡Y ningún catálogo que yo haya visto nunca te permite construir esto!

Cal se alzó de hombros.

—Nunca habías visto un catálogo como ése.

—No creo que sea un catálogo.

—¿Qué crees que es, entonces?

—Un libro de instrucciones. Alguien deseaba que tú montaras eso.

Cal se echó a reír de buen grado.

—Tienes que haber leído mucha ciencia ficción en tus buenos días. ¿Por qué debería alguien poner deliberadamente todo esto de modo que yo pudiera montarlo?

—¿Por qué crees tú que es simplemente un catálogo?

Cal dejó de reír.

—De acuerdo, tú ganas. Lo admitiré, pero sigo creyendo que es una locura. Hay cosas en él que hubieran sido del todo innecesarias si se tratara únicamente de un catálogo. Por ejemplo, mira este listado de tubos cateriminos.

»Dice que con la panilla del deflector en un campo de cuatrocientos gauss la corriente de la placa del acelerador será de cuarenta milésimas. Bien, no importa que sea en un campo o no. Eso es normal para el elemento bajo cualquier condición.

»Pero ese es el único lugar en todo el libro que indica que la operatividad normal del tubo es en este campo en particular. Había un montón de bobinas, pero ninguna designación, excepto que eran bobinas de campo estático.

»Sobre las bases de ese único indicio puse los tubos y las bobinas juntos y descubrí una explicación para el desconocido «factor albión» que había estado buscando. Y todo funciona así. No puede ser meramente accidental. Tienes razón sobre el catálogo y los escritores técnicos en general, pero el tipo que ha elaborado éste era un genio.

»Sin embargo, sigo sin poder aceptar la conclusión de que se suponía que yo debía montar esto, de que iba a ser forzado deliberadamente a ello.

—¿Puede tratarse de alguna especie de dispositivo tipo caballo de Troya?

—No veo cómo pudiera serlo. ¿Qué es lo que puede hacer? Como arma de radiaciones no puede tener un radio de acción muy amplio…, espero.

Joe se volvió hacia la puerta.

—Quizá sea una buena suerte que hayas roto ese tubo.

El montón de componentes cuyo lugar en el conjunto aún faltaba por determinar era sorprendentemente pequeño, pensó Cal, mientras abandonaba el laboratorio poco después de medianoche.

Muchos de los circuitos estaban completados y habían sido probados, con una respuesta que podía ser o no adecuada a su diseño. Pero, al menos, nada había estallado.

A la tarde siguiente Joe llamó de nuevo.

—Hemos perdido nuestro contacto. Acabo de recibir simplemente un télex de la Continental. Quieren saber de qué demonios estamos hablando en nuestra carta de ayer…, la que pedía un repuesto.

Hubo tan sólo un largo silencio.

—Cal…, ¿sigues ahí?

—Sí, estoy aquí. Llama de mi parte a la Compañía Oceánica de Tubos y pídeles que manden aquí a uno de sus mejores ingenieros… Jerry Lainer, si está por ahí en estos momentos. Veremos si puede reconstruir el tubo para nosotros.

—Eso va a costar dinero.

—Lo pagaré de mi propio bolsillo si es necesario. Esto está ya casi terminado.

¿Por qué habían interrumpido el contacto?, se preguntó Cal. ¿Habían descubierto que su conexión había sido un error? ¿Y qué iba a ocurrir si él terminaba el interocitor? Se preguntó si habría alguien con quien comunicarse cuando lo hubiera terminado.

Estaba tan cerca del final ahora, que estaba empezando a sufrir los habituales ataques que asaltan normalmente a los ingenieros cuando un esquema atrevido está finalmente listo para ser probado. Sólo que esta vez era mil veces peor debido a que ni siquiera sabía si podría reconocer la correcta operatividad del interocitor cuando la viera.

Estaba completo en un noventa por ciento, y seguía sin poder detectar ninguna coherencia en el conjunto. Parecía estar totalmente vuelto hacia sí mismo. De acuerdo, había allí una masiva fuente de radiación, pero parecía disiparse por entero dentro del instrumento. No había ninguna parte que pudiera actuar concebiblemente como una antena para radiar o recoger radiaciones, proporcionando así los medios de la comunicación.

Cal repasó una y otra vez sus deducciones de los circuitos, pero cuanto más repasaba los indicios disponibles, más seguro estaba de que el montaje era correcto. No había ninguna ambigüedad en ninguno de los indicios, que parecían haber sido distribuidos estratégicamente.

Finalmente apareció Jerry Lainer. Cal se limitó a tenderle el roto tubo caterimino, y no le dejó ver nada del resto del equipo.

Jerry miró el tubo y frunció el ceño.

—¿Desde cuándo ponéis jaulas de ardilla en tubos de cristal? ¿Qué demonios es esta cosa?

—Alto secreto —dijo Cal—. Todo lo que deseo saber es si puedes duplicarlo.

—Por supuesto. ¿Dónde obtuviste éste?

—Secreto militar.

—Parece muy simple. Probablemente podremos duplicarlo en tres semanas o así.

—Mira, Jerry. Deseo tenerlo de vuelta en tres días.

—Cal, tú sabes que no podemos…

—La Oceánica no es el único fabricante de tubos…

—De acuerdo, explotador. Te garantizo que lo recibirás por correo aéreo urgente dentro de quince días.

—Estupendo.

Durante dos noches consecutivas Cal no fue a casa. Se concedió una cabezada de media hora sobre un banco del laboratorio a primeras horas de la mañana. Y al segundo día le podía cualquier técnico del laboratorio recién llegado.

Pero el interocitor estaba terminado. La realización parecía más un sueño que una realidad, pero cada una de las casi cinco mil partes habían sido finalmente incorporadas al conjunto detrás de los paneles… excepto el tubo roto.

Sabía que el montaje era correcto. Con una casi obsesiva convicción, estaba seguro de que había construido el interocitor exactamente tal como los desconocidos ingenieros lo habían diseñado.

Cerró con llave el cuarto y dejó una nota a Joe para que lo llamara apenas Jerry hubiera enviado el tubo, luego se fue a casa y durmió veinticuatro horas seguidas.

Cuando finalmente regresó al laboratorio se encontró con una docena de problemas de producción en el transmisor de las líneas aéreas, y por una sola vez se sintió agradecido por ello. Le ayudaron a reducir la tensión de la espera, el ansia de averiguar cómo actuaría el ensamblaje de todos aquellos componentes alienígenas cuando finalmente conectara la energía a todo el conjunto.

Estaba aún trabajando en la remodelación de uno de los subensamblajes del transmisor cuando llegó la hora de salida. Sólo fue debido a que Nell Joy, el recepcionista de la entrada principal, estaba esperando a un amigo, que recibió el paquete.

Le llamó a las ocho y cinco.

—¿Señor Meacham? No sabía si estaría usted aún aquí o no. Aquí hay un chico con un envío especial a su nombre. Parece importante. ¿Lo desea ahora?

—¡Claro que lo deseo!

Ya estaba fuera de su despacho, firmando el recibo del envío, antes incluso de haber colgado el teléfono. Abrió el paquete durante el camino de vuelta al laboratorio.