La máquina alienígena

Raymond F. Jones

Filmada como ESTA ISLA LA TIERRA (Universal-International, 1955).

Horribles batallas espaciales con láseres, sistemas estelares desgarrados por mortales combates galácticos, y un malvado líder que gobierna con mano de hierro… ¿Les suena familiar? La generación actual recordará, por supuesto, las frases publicitarias de la película campeona de todos los tiempos, La guerra de las galaxias. Pero hace un cuarto de siglo, un público distinto permanecía clavado en sus asientos viendo parecidas hazañas en Technicolor en el primer space-opera interestelar, Esta isla la Tierra.

Indudablemente el más ambicioso filme de ciencia ficción montado hasta aquella fecha, se dijo que la producción había costado cerca de un millón de dólares…, suma inaudita en una época en que la mayoría de las películas de ciencia ficción eran filmadas con aproximadamente una décima parte de esa cantidad. Pero gracias a que los inversionistas creían firmemente en el proyecto, los hombres de los efectos especiales fueron capaces de darle visos de «una nueva realidad» a las futuristas visiones del autor Raymond F. Jones.

Un nombre prominente en las añoradas revistas pulp de ciencia ficción de los años 40 y 50, Jones introdujo por primera vez los personajes de Esta isla la Tierra en La máquina alienígena. Apareciendo en un número de 1947.de la revista Thrilling Wonder Slories, el cuento fue tan aclamado por los lectores que en los siguientes dos años fueron escritas un par de secuelas.

Finalmente, mediante un contrato con una pequeña firma editora especializada en fantasía, los tres relatos fueron unidos y ampliados en una espectacular novela, que finalmente se convirtió en la película.

El autor, que actualmente vive con su familia en el Medio Oriente, admitió recientemente: «Aunque efectuaron algunos pocos cambios lamentables, me sentí impresionado con los notables efectos conseguidos. Y aunque no fui consultado una vez firmado el contrato inicial, los guionistas efectuaron un admirable trabajo de adaptación de mi obra».

Uno de los «cambios lamentables» se refiere obviamente al enorme monstruo mutante de dos metros y medio de altura que afortunadamente no aparece en la novela.

Aparentemente fue incluido en honor al «público de las palomitas de maíz», que los productores tienen la impresión de que no puede sobrevivir sin alguna especie de ansiosa criatura merodeando por ahí.

Afortunadamente, los más bien infantiles elementos fueron suavizados en la sala de montaje, y Esta isla la Turra sigue emergiendo como un coloreado rayo de esperanzadora luz en el mundo más bien sombrío y en blanco y negro del cine de ciencia ficción.

La máquina alienígena, reproducida aquí por primera vez en treinta años en su versión original, sigue siendo por sus propios méritos un ejemplo de ficción especulativa de primer orden.

JIM WYNORSKI