Querida Nancy, temo que estas palabras sean todo cuanto quedará de mí, y eso me entristece. Me entristece sobre todo saber que sufrirás, pero conozco tu fuerza, y sé que el refinado poder de tu inteligencia te hará compañía. Nuestro chico ha aprendido mucho, cuando Renato y yo nos enzarzamos en una discusión sobre el destino de Italia, él se ríe por lo bajo, nos considera —¡él!— dos chiquillos a quienes les falta un hervor.
Interrumpí la lectura.
—Abuelo, me abochorna, no quiero leer tu cara.
—Lee y calla.
El barón nos ha traído la cena y nos ha dicho que aunque el águila bicéfala esté acorralada, con las garras rotas, en nombre de la gloria pasada está decidida a no ceder. Estaba rabioso. Nos ha contado algo de su familia, parece que en Viena hay más hambre que aquí, dice que siente que pronto nos alcanzará «allá donde ustedes están yendo»; hizo un gesto con la mano que tendrías que haber visto. Le he pedido que me dejara abrazarte una última vez. Me lo ha denegado. Ley de guerra. Pero me ha concedido la gracia de ser fusilado, así que le he pedido otra: que me aten a un palo. Verás, no quisiera que en el último momento me flaquearan las piernas, quiero morir de pie, pardiez, hemos de demostrar a esos canallas quiénes somos, no podemos ser menos que esos muchachos checos. El barón no ha podido negarse y me alegro, pues no confío mucho en mi valentía, a ti te lo puedo decir.
Querría también pedirte una cosa, muy importante. Quema todos mis papeles. Tú tenías razón, nunca he conseguido escribir el libro, y si de Belcebú ha salido alguna buena página, alguna frase, bueno…, estoy seguro de que ha sido por casualidad. Quémalo todo; mejor desaparecer, mejor nada que poco. Tú me conoces, me han faltado fuerzas, puede que tuviera talento para hacer algo, pero no valor, eso me ha faltado.
En cambio tú, Nancy, siempre has tenido valor. Permanece cerca de Maria: es una mujer orgullosa, como tú, pero se guarda demasiadas lágrimas. Espero que nuestra hermosa villa, cuando esta carnicería sea un recuerdo, vuelva a conocer la alegría de antaño. Los lugares tienen la manía de sobrevivimos. Cuídala, en cualquier caso, y cuando te dé por pensar en mí te ruego que olvides los arrebatos y el sarcasmo. Yo, por mi parte, te prometo que desde arriba no hablaré mal de tus lavativas y que si conozco a algún matemático sabihondo le diré que no se dé demasiadas ínfulas, pues he estado casado con el mejor de todos ellos. Una última cosa, tenías razón sobre Renato, un tipo listo, caray, y de mucha labia, imagínate que ha tenido la impudencia de rebatirme más de una vez con sus argumentos sobre la historia patria. Debe de ser un hijo de la viuda, se lo he preguntado pero no me ha respondido, lo que para mí viene a ser como una confirmación. Sin duda, como mayor del Servicio de Información deja un poco que desear: con esa perra de Loretta, si intuyo bien, debe de haber hecho alguna tontería.
Una cosa más, no te olvides de abrazar a Teresa de mi parte.
Te he querido como he podido, Nancy, y ahora que tengo que dejarte te echo de menos. Permanece firme y hazte valer como siempre has hecho. No cambies. Nunca. Tu Guglielmo.
Le devolví la carta al abuelo y me di la vuelta hacia la pared, conteniendo las lágrimas.