Gary esperaba mientras chorros de sudor le corrían por el cuello. Sabía lo cerca que estaba de aquellos hombres, y se sentía muy intranquilo. Estaban detrás de él; se arrastraban, moviéndose lentamente, aunque sin demostrar audacia ni bravura, dado lo que eran, pero acercándose a pesar de ello, porque él estaba solo y ellos eran tres. Gary apretó el rifle entre sus rodillas y esperó, tenso.
—¡No te muevas!
Gary se irguió en un salto de simulada sorpresa y luego se quedó quieto, esperando que se manifestara el hombre cuya voz lo había conminado. La voz no le resultó en exceso inesperada. Era estridente y nerviosa, pero con cierto dejo de bravata, reforzado por el arma que su poseedor apretaba contra la espalda de Gary. El individuo debía de tener dos compañeros. Sí, seguramente eran tres; Gary no había podido distinguir bien el número a través de los sordos rumores de su lento aproximarse. Había sido un avance afanoso, y Gary pudo percibirlo con claridad mientras se mantenía de espaldas, con una nerviosa comezón que lo torturaba.
—¡Tira ese rifle! —la fustigante voz habló de nuevo—. Y ahora ponte de pie… sin brusquedades.
—No tengo nada —dijo Gary con voz calmada.
—¡Silencio! —el tono del bravucón era más evidente ahora que Gary estaba desarmado y en desventaja física frente al trío.
Las manos se alejaron de su cuerpo, y la segunda voz se hizo escuchar.
—No tiene nada, Harry.
—Será mejor que no tengas ocurrencias absurdas —le previno el llamado Harry.
—Esa arma… —dijo Gary—. Nunca he visto una igual. ¿Qué es?
—Nada de tu incumbencia —el dueño del arma se acercó hasta un objeto que yacía en el suelo, sin dejar de apuntar a Gary con la escopeta—. ¿Y eso qué es?
—Nada de tu inc… —Gary interrumpió la réplica no bien el arma del otro apuntó a su estómago—. Un equipo de buceo —replicó malhumorado.
—¿De dónde lo sacaste?
Gary vaciló lo suficiente como para imbuir en su interlocutor la sospecha.
—Lo encontré.
—Eres un embustero.
—Bueno… lo saqué de una tienda.
—Échale una ojeada a eso, Sully.
—Está bien, Harry —dijo el otro por todo comentario.
—Extiéndelo ahí —pidió Harry—. Vamos a echarle un vistazo.
—A mí me parece una máscara para gases.
—Es un equipo de buceo —repitió Gary.
—¿En qué pensabas usarlo?
—No sé… Hace poco que lo encontré…
No le creían.
—¿Dónde? —urgió Harry, mientras golpeaba la máscara con su raído zapato—. ¿Qué tipo de tienda tenía semejante utensilio? Contesta y termina con las mentiras.
—¡No estoy mintiendo! Y no lo golpees… Acabarás rompiendo el vidrio que cubre los ojos.
—Haré con ella lo que me dé la gana, ¿te das por enterado? —el matón blandió el arma amenazadoramente y asestó otra patada a la máscara—. Quien manda aquí soy yo. ¿Qué tipo de comercio era?
—Uno que queda allá, en la ciudad —dijo Gary, malhumorado mientras señalaba imprecisamente a sus espaldas—. Era el negocio de un barquero. Allí se vendían repuestos para botes y cosas de ese tipo. En el escaparate estaba esto. De ahí lo saqué.
—¿Ah, sí? Tú lo que esperabas eran gases venenosos, imagino. Pero suponiendo que fuera un equipo de buceo, ¿para qué te iba a servir?
—No sé… —dijo Gary, con cautela—. Ellos lo usan para descender a las embarcaciones que han naufragado.
—A mí me sigue pareciendo una máscara para gases… —Harry espió a Gary con recelo, erizándose de sospechas e incredulidad—. ¿Acaso ibas a investigar alguna embarcación sumergida?
—Por supuesto que no. Simplemente lo traje conmigo; eso es todo.
—Eres un embustero —repitió Harry.
Uno de los otros se acercó hasta él.
—Harry…
—¿Qué?
—Ya sé… ya sé qué es lo que éste quería hacer.
—Bueno, ¿qué quería?
—Pensaba ponerse esto y nadar hasta el otro lado.
El jefe le arrojó a Gary una mirada llena de asombro y luego se volvió a su camarada. Después, sopesó la botella metálica.
—No es posible —declaró—. Ellos lo verían pasar.
—¡Por debajo del agua, Harry, por debajo del agua! —Sully brincaba junto al equipo, en su agitación por evidenciar la importancia de su descubrimiento. Palmeó la botella con violencia—. En esta botella hay aire… tú sabes: ese chisme que produce aire condensado… ¿Cómo se llama? ¡Te digo que éste pensaba nadar por debajo del agua y cruzar el río!
—¡Maldito sea yo!… —dijo lentamente—. ¿Cómo no se me ocurrió a mí pensarlo antes?
—Eso es mío —dijo Gary con rapidez, para retornar la conversación al asunto principal—. Tú no puedes llevártelo.
—Puedo tomar cuanta maldita cosa se me antoje, ¿está claro? Pregúntale a estos dos quién es el jefe aquí —avanzó hacia Gary para apretarle la boca del arma contra la cintura—. Así que me mentiste, ¿no? Pretendías cruzar el río y no querías decírmelo, ¿eh? Tengo grandes tentaciones de apretar el gatillo.
Gary dijo apresuradamente:
—Podemos hacer un cambio, Harry. Esa arma que tú tienes me interesa. Tal vez lleguemos a un acuerdo. Yo me quedo con el arma ¡y con la máscara! —el bravucón retrocedió unos pasos—. Sully, ven aquí.
El hombrecillo se colocó a su lado.
—Sí, Harry.
—Ponte eso.
—¿Yo?… —Sully estaba horrorizado—. Pero, Harry, ¡yo no sé nadar!
—¿Y quién ha dicho que tú vas a nadar? —vociferó Harry—. Te digo que te pongas eso. Tenemos que probarlo, ¿no es cierto?
Sully manipuló infructuosamente con la máscara.
—No sé cómo, Harry, no sé cómo… No me gusta esto.
—Él te enseñará —concluyó Harry terminante, mientras movía el arma para apuntar directamente a Gary—. Vamos, ponle eso… Y te aconsejo hacerlo sin equivocaciones.
—Ya lo he preparado. Está respirando.
Harry observó a Sully unos momentos.
—Está bien. Ahora vamos al río.
El grupo se detuvo a la orilla del agua. El río no era muy ancho en esa parte. Gary arrojó una mirada a la ribera del Minnesota, pero no vio ningún centinela que estuviera patrullando. En realidad, los cuatro podían esconderse bien en la oscuridad de la noche.
—Zambúllete en el agua —ordenó Harry.
Sully lo miró fijamente a través de los redondos ojos de vidrio.
—¡Te he dicho que te zambullas!
El hombre dio un empujón a Sully, por la espalda, y éste cayó de bruces sobre el agua; la borrosa superficie casi cubría su cuerpo. Harry plantó entonces su pesado pie sobre la espalda del caído y lo empujó al fondo, manteniéndolo bajo el agua durante largos minutos.
A un lado de la escena, Gary aguardaba impaciente, observando alternativamente al hombre que se agitaba desesperado bajo el agua y a la negrura que se extendía tras ellos.
Harry se agachó y tomó a Sully por un brazo, sacándolo del agua de un tirón. Rápidamente lo despojó de la máscara y examinó su interior, observando en seguida el congestionado rostro del hombre.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó.
Totalmente mojado y totalmente miserable, Sully se quejó:
—No puedo nadar, te dije que no puedo nadar… ¡Querías ahogarme!
Harry proyectó un puño ante la cara de Sully.
—¡Cállate, condenado! No pretendía ahogarte, necio. ¿Tienes la cara mojada? No, ¿verdad?
Sully se llevó sorprendido a la cara las manos que todavía chorreaban agua.
—Yo…, no.
—Está bien. ¿Y respiraste todo el tiempo?
—Me parece que sí.
—Bueno, entonces este artefacto marcha, y puedes nadar bajo el agua con él.
—¡Ah, no! Yo no puedo nadar. ¡No vas a hacerme nadar bajo el agua, Harry! Te digo que no vas a hacerme… —Sully dio un salto, alejándose.
—Cállate. Nadie dice que lo hagas —Harry dio media vuelta para observar al cabo con solapada intención—. Te creíste muy zorro, ¿no? Pensaste que valías más que cualquiera de nosotros, ¿eh? Se te ocurrió que podrías escurrirte bajo el agua y abandonar aquí a los demás aguantando la carga. ¡Bueno, bueno! Pero resulta que no eres tan listo como el viejo Harry, y da la casualidad de que eres tú quien va a ser abandonado. Te voy a quitar tu fantástica máscara, y no podrás hallar ninguna en otra parte.
—Harry…, ¿no irás a dejarnos aquí…? —insinuó Sully.
El bravucón lo miró con desprecio.
—¿Y qué supones tú? ¿Acaso tengo que servirte de niñera toda la vida?
—Pero, Harry…, ¿qué va a ser de nosotros? —preguntó Sully, implorante.
—Me importa un bledo —Harry se acercó al hombrecito—. Quítate ese artefacto.
Arrancó de un tirón las correas, con ruda energía, pasándolas por sobre la cabeza de Sully, y desabrochó el cinturón del que pendía el equipo respiratorio. Sully hacía lo posible por ayudarlo, satisfecho de desembarazarse del aparato. Entonces fue cuando Harry se dio de cabeza contra el primer inconveniente. Estaba allí, parado, con un pie dentro del agua, la máscara en una mano y el rifle en la otra, fuertemente apretado. Pero necesitaba ambas manos para colocarse la máscara.
Gary sonrió con sarcasmo, al observar su dificultad.
El impaciente Harry vaciló por largos minutos, haciendo cálculos sobre la situación. Por fin decidió en quién poner su confianza. Extendió un significativo dedo hacia el silencioso compañero que permanecía parado en la orilla.
—Ven aquí.
El hombre se acercó.
—Ten el arma —dijo Harry, tendiéndosela—, y no la desvíes de ese engreído. Al primer movimiento que haga, lo quemas.
Nerviosamente, el tercero del grupo dirigió el cañón del rifle hacia Gary.
Ya con ambas manos libres, Harry se colocó rápidamente la máscara sobre la cara y se retorció para lograr ajustarse las cortas correas a los hombros. Se puso el cinturón en la cintura, apretándolo, y empleó todavía un momento en controlar su propia respiración y asegurarse de que el aparato funcionaba. Entonces, reasumiendo su anterior aire de matón, golpeó brutalmente el hombro del compañero que sujetaba el rifle, y, con toda rapidez, se zambulló en el agua.
Sully avanzó unos pasos detrás de él.
—¡Harry!…
Harry se enfrentó entonces con su segundo problema, definitivo e inmediato. Nadó unos pocos metros bajo el agua y se detuvo para respirar, habituado a la práctica del buceo. Al poco afloró de golpe a la superficie y se encontró flotando lentamente corriente abajo. Giró para colocarse contra la corriente, aspiró profundamente y se sumergió de nuevo. Esta vez avanzó unos metros más antes de reaparecer sobre el agua; pero esta segunda aparición fue involuntaria y no inconsciente: salió para observar hacia dónde iba, porque no podía ver nada bajo el agua. Cuando su cabeza emergió a la superficie, se halló mirando de frente a los tres que esperaban en la orilla. Ardiendo en una impotente furia, dejó de nadar y en seguida se hundió otra vez.
Gary estalló en carcajadas.
—¡Qué nadador más desgraciado! ¡Pobre Harry!
—¿Qué es lo que encuentras tan gracioso, tú que eres tan listo?
—Tú eres el gracioso —contestó Gary—. Ya puedes pensar en devolverme mi equipo. Jamás lograrás cruzar…
—¡Sería un idiota si lo hiciera! Tal vez estés imaginándote que tú podrías cruzar este maldito río.
—Sí… yo podría: puedo bucear con bastante facilidad.
—Bueno, no te preocupes; de todos modos, no vas a tener ninguna probabilidad de probarlo. No, no lo harás; con este equipo, no lo harás. —Harry se acercó a los demás y se apoderó nuevamente del arma—. Vamos, apartémonos de aquí. Puede encontrarnos cualquiera en este lugar.
Gary, ya tranquilizado, se encaminó hacia la seguridad un poco más firme que ofrecía el campo. Hasta ese momento había temido que el viejo tonto de Harry no advirtiera nunca el peligro en que se encontraban. Habiendo estado junto a la orilla tanto tiempo, se habían expuesto inútilmente, ofreciendo un blanco demasiado tentador para cualquier centinela curioso que investigara desde el lado opuesto, y también para cualquier vagabundo miserable que rondara cerca de ellos. Gary sabía que no podía confiarse en el andrajoso Harry para que pensara con suficiente rapidez o disparara con energía, en el caso de que alguien los sorprendiese. Si el hombre fuera sorprendido por alguien o por algo en medio de la noche, lo más probable sería que huyera en cualquier dirección y se desentendiera de la seguridad de sus compañeros. Los cuatros hombres caminaron por el barro, alejándose del río.
Aquel rifle era un arma poderosa, de alcance mortal. Gary lo necesitaba.
Si bien Harry no había descubierto de primera intención la forma adecuada de cruzar el río, no cabía dudar que haría nuevos esfuerzos.
En efecto, dos veces más, en aquella noche de septiembre, intentó alcanzar la orilla de Minnesota. En su segundo intento tuvo un éxito bastante espectacular.
—Harry…, escúchame. Has estado corriendo y dando vueltas como un tonto todo el día; has hecho escándalo suficiente como para poner en actividad a todos los soldados que están al otro lado del río y para llamar la atención de todos los rateros que pululan por éste. Si no fueras un tonto empecinado, te habrías dado cuenta, hace horas, de que estoy tan imposibilitado como tú mismo para cruzar por debajo del agua esa corriente. Ahora piensa unos segundos en lo que te estoy diciendo.
Harry era incapaz de detenerse a pensar en nada.
—¿Y con eso qué? —preguntó de inmediato, en débil desafío.
—Con eso nada…, excepto que yo sé cómo cruzar al otro lado sin luchar contra el río y sin hacer semejante ruido. Si esta tarde te hubieras esperado a observar lo que yo hacía, en vez de echarte encima de mí y apresarme, habrías visto de qué manera podía yo llegar al otro lado. Y ahora…, ¿te niegas todavía a hacer el cambio?
—¿El cambio de qué? —masculló Harry, casi convencido.
—Quiero el arma. Dámela y te diré cómo llegar a la otra orilla.
—¿Cómo? —gruñó Harry.
—Dame el rifle —insistió Gary, con toda calma.
—¡Vamos! ¿No sería yo un grandísimo idiota si te diera el arma precisamente ahora? Me arrebatarías la máscara y escaparías.
—Sólo quiero el arma… Es un buen rifle. Puedo volver mañana al mismo comercio y proveerme de otra máscara.
—No insistas. No puedo confiar en ti hasta ese extremo —apretó fuertemente contra sí el rifle motivo de la discusión—. No te lo daré hasta que me enseñes el modo de llegar al otro lado.
—Entonces permite que lo tenga uno de tus compañeros. ¡Maldita sea! No podemos estar aquí sentados, cambiando argumentos, toda la noche. Deja que cualquiera de ellos lo tenga hasta que tú regreses si es que lo que yo te digo es un engaño; pero si es cierto, si logras pasar, si no estás de regreso para el amanecer… entonces el arma es mía. Ésa es mi oferta. Di sí o no.
Harry la aceptó después de un adecuado examen del ardid o la mentira que pudiera haber en ella. Poco podía él ofrecer para alterar los términos del contrato, por cuanto alcanzar la otra orilla era la única esperanza, la única ambición que le quedaba en la vida, su constante y único objetivo diario, además de la búsqueda del alimento que le permitiera mantenerse vivo. Lo que les sucediera a sus compañeros y al rifle, una vez que él hubiera alcanzado la otra orilla, era algo que le tenía sin cuidado; de modo que… ¡al demonio con todo!
—Está bien —farfulló—. Habla de una vez.
—Deja el rifle —insistió Gary nuevamente.
Harry se lo entregó al silencioso compañero.
—Si no vuelvo dáselo por la mañana, Jonesy. Y ahora venga, habla… No puedo esperar toda la noche.
Gary le explicó entonces lo de los cables tendidos que corrían de una orilla a la otra del Mississippi.
—¿Y tú cómo lo sabes que los cables están allí? —preguntó Harry con excitación.
—Porque yo mismo ayudé a colocarlos —mintió Gary—. Yo estaba trabajando con la escuadrilla de la Western Unión. Los cables están allí; estoy seguro. Los pusimos ocho o diez años atrás. Sólo necesitas buscar el rótulo indicador…
Harry se alejó excitado, como un sabueso sobre la pista.
Gary esperó hasta que el último paso apresurado se extinguió en el silencio de la distancia. Entonces dijo:
—Bueno, Jonesy, ahora me darás el arma. El silencioso hombre se la tendió sin decir nada.
Había pasado más de una hora, desde que el sobreexcitado Harry desapareciera de la vista de todos, cuando Jonesy tomó por vez primera la palabra.
—¡Eh…, oye! ¡Tú!…
—¿Qué quieres?
—Me gustaría hablar contigo, si lo permites.
—Ya estás hablando.
—Mira, muchacho; tú a mi no me embaucas. Al pobre Harry, sí, pero a mí, no.
—El pobre Harry es un tonto rematado —replicó Gary, tendiéndose en el suelo, boca abajo, con la barbilla hundida en el barro y el codiciado rifle apretado entre ambos brazos, los sentidos totalmente alertas, ojos y oídos atentos hacia el río—. ¿Y entonces? —agregó.
—He estado observándote, claro está, desde que nos echamos sobre ti. Has estado en el ejército…, o en la marina quizá, ¿no es cierto? Pudiste haber saltado sobre Harry una docena de veces a lo largo del día; hubo muchas oportunidades. Y en cuanto a mí, pudiste despojarme del arma en cualquier momento. Pero no lo hiciste. Con toda deliberación has estado reprimiéndote. ¿Por qué?
—Porque necesitaba a Harry…, o a cualquiera…, para probar el paso del río —contestó el cabo.
—Entiendo —dijo Jonesy, por todo comentario.
—Esta arma —dijo Gary, al cabo de un rato—. ¿Dónde la consiguió?
—En mi negocio.
—¿Tu negocio?
—Sí: una casa de buenos artículos de deporte en la que yo trabajaba antes de… del desastre. Está cerca de aquí. Harry quería un buen rifle, y yo le elegí éste.
—¿Dónde está el tuyo?
—Yo no tengo ninguno… Harry no lo habría permitido. Por otra parte, jamás he disparado un arma en mi vida.
A poca distancia de ellos, el viejo flaco yacía desentendido de cuanto le rodeaba.
Gary se preguntó con fastidio:
—¿Y a ése que le pasa?
—Está asustado, solo y perdido. Es el padre de Harry. Supongo que tendré que hacerme cargo de él, si Harry no regresa.
Gary hizo correr sus dedos sobre el cargador del rifle, palpándolo con las yemas.
—Me gustaría hacerte otra pregunta —dijo Jonesy.
—¿Qué?
—Esta tarde, cuando te encontramos sentado ahí, en el suelo, ocupado con el aparato de buceo…, ¿tú sabías que nosotros nos acercábamos a ti por la espalda?
—Os había oído aproximarse desde mil metros de distancia.
—Eso pensé, yo; aunque actuaste como si hubieras sido tomado por sorpresa —comentó Jonesy, y en esto se detuvo alarmado, al ver que el cielo nocturno se iluminaba con ígnea incandescencia blanca y radiante alrededor de ellos, destacando en sus rostros azotados una hondísima emoción—. ¡Buen Dios! ¿Qué es eso? —murmuró incorporándose.
Gary se aplastó contra el suelo y se quedó inmóvil, escudriñando alrededor con los ojos entornados por el deslumbramiento. Jonesy y el viejo Sully miraron también estupefactos, la brillante luz que cubría el cielo.
—¡Tírense al suelo, estúpidos! —estalló Gary.
La oscuridad se había convertido de repente en luz y ruido.
Sonó el estampido de un rifle en la otra margen del río, a unos quinientos metros al sur de donde ellos se encontraban. Al instante, una ametralladora comenzó a astillar la noche con su rápido tableteo; otra más la siguió en seguida. Gary prestó atención a las armas, reconociendo sus marcas y calibres como a viejos amigos. Sobrevino una ráfaga de silbidos, y el fuego cesó. Al iniciarse el silencio, un rifle retrasado habló por última vez. Lentamente, la luz suspendida sobre sus cabezas fue esfumándose en el cielo, y la noche recobró su imperio de tinieblas.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó nuevamente Jonesy, con voz asustada y temblorosa.
El viejo se había apretujado junto a él.
—Eso fue tu amigo Harry —contestó el cabo—. Por lo visto, llegó hasta el otro lado.
—¡Lo… lo han matado!…
—Seguro. Esos hombres no tiraban contra los peces.
—Pero, ¿qué fue ese enorme resplandor?
—Una bengala de magnesio… Harry tropezó con un alambre de alarma, conectado a la bengala, y la hizo estallar. Si es como yo supongo, eso significa que tienen toda la ribera cercada de alambres defensivos. Lo tendré en cuenta —Gary se acomodó hundiéndose un poco en el suelo, movió el arma para colocarla en una posición más confortable y se dispuso a dormitar un rato—. Sí, señor… El pobre Harry…, al fin cruzó el río. No pensó que le esperaba eso.
Antes del amanecer, Gary ya estaba despierto y en pie; no quería que lo tomaran desprevenido, durmiendo a campo raso y a plena luz del día. De la valija del trío robó unas cuantas balas para el rifle y sacó también una caja de fósforos que encontró allí. Sus dos accidentales compañeros dormían todavía, apretujados el uno al otro, en busca de calor. Gary los contempló por un momento y, con rápida decisión, se agachó para colocar su propio revólver cerca de la mano del viejo Sully. En la fría y serena oscuridad, abandonó el lugar, dejando tras de sí a los hombres que dormían.
El aire parecía escarcha.