Capítulo 11

Demelza estaba acostada, pero no dormía. Cuando ella habló, Ross renunció al intento de desvestirse en la oscuridad.

—Te has acostado temprano —dijo Ross—. Confío en que sea un signo de que has decidido reformar tu vida.

Los ojos de Demelza tenían un destello peculiar a la luz amarillenta de la vela.

—¿Tienes noticias de Mark?

—No; es demasiado pronto.

—Corren muchos rumores acerca de Francia.

—Sí, lo sé.

—¿Cómo estuvo la reunión?

Ross se lo explicó.

Después que él terminó de hablar, Demelza guardó silencio.

—¿Quieres decir que quizá soportes dificultades más graves?

—Quizá.

Demelza permaneció en silencio mientras él terminaba de desvestirse; sus cabellos negros cubrían una parte de la almohada. Cuando él se metió en la cama, un mechón estaba extendido sobre la parte de la almohada que correspondía a Ross. Ross lo estiró suavemente y lo acarició un momento antes de unirlo con el resto.

—No apagues la luz —dijo Demelza—. Tengo que decirte algo.

—¿No puedes hablar en la oscuridad?

—Esto no. La oscuridad es a veces tan densa… Ross, creo que en estas noches tan cálidas dormiríamos mejor sin las colgaduras de la cama.

—Como gustes. —Ross puso la vela al lado de la cama, y la llama arrancó reflejos amarillos a las cortinas que estaban a los pies de ambos.

—¿Supiste algo de Verity? —preguntó Demelza.

—En todo el día no salí de la caleta de Trevaunance.

—Oh, Ross —dijo Demelza.

—¿Qué pasa?

—Yo… fui hoy a Trenwith, a ver a Francis.

—¡Por todos los demonios! Sin duda no te recibieron bien y allí no saben nada de Verity.

—No fui a buscar noticias de Verity. Fui a decirle que estaba equivocado si creía que tú habías inducido a Verity a fugarse.

—¿De qué podía servir eso?

—No quería cargar con la responsabilidad de haber provocado un distanciamiento entre vosotros. Le dije la verdad: que sin que tú lo supieras yo había ayudado a Verity.

Demelza permaneció muy quieta, y esperó.

La irritación estaba en algún lugar de su fuero íntimo, pero no alcanzaba a manifestarse: se disipaba por canales de fatiga.

—Oh, cielos —dijo al fin con expresión hastiada—. ¿Y eso qué importa?

Ella no se movió ni habló. La novedad penetró más profundamente en la comprensión de Ross, y encontró nuevas vías de pensamiento y sentimiento.

—¿Y qué te dijo?

—El… me echó. Me dijo que me fuera y… Estaba tan enojado. Jamás creí que…

Ross dijo:

—Si vuelve a descargar sobre ti su malhumor… No pude entender su actitud hacia mí el lunes. Me parecía tan absurda e irrazonable como tú la describes…

—No, Ross, no, Ross —murmuró ella con voz premiosa—. Eso no es justo. No debiste enojarte con él, sino conmigo. Yo soy la culpable. Y aún así, no le dije todo.

—¿Qué le dijiste?

—Yo… le expliqué que había llevado cartas entre Andrew Blamey y Verity desde la fiesta de abril.

—¿Y qué no le dijiste?

Los dos callaron.

Demelza dijo:

—Ross, creo que me pegarás.

—En efecto.

—Hice lo que hice porque quería a Verity, y detestaba verla desgraciada.

—¿Bien?

Demelza le explicó todo. Su visita secreta a Falmouth mientras él estaba ausente, cómo había preparado un encuentro, y el curso ulterior de los hechos.

Ross no la interrumpió una sola vez. Demelza continuó hasta el fin de su relato, balbuceando, pero decidida. El la escuchó con un extraño sentimiento de incredulidad. Y entretanto, la otra sospecha se abría paso. Todo eso era parte del asunto. Francis debía haber comprendido que Verity y Blamey habían sido reunidos intencionadamente por alguien. Francis había sospechado de él. Francis conocía los detalles de la Compañía Fundidora Carnmore…

La llama de la vela tembló, y quedó el dibujo de la luz sobre la cama.

Todo venía a confluir en Demelza. El asunto se le manifestó claramente.

—Me parece increíble —dijo al fin Ross—. Si… si alguien me lo hubiese dicho, lo habría llamado mentiroso. Jamás lo habría creído. Pensé que eras una mujer leal, digna de confianza.

Ella no dijo palabra.

Ahora la cólera crecía fácilmente, y no podía contenerla.

—Y todo a mis espaldas. Eso es lo que no puedo admitir o… ni siquiera creer. El engaño…

—Traté de hacerlo a la vista de todos. Pero tú no me lo permitiste.

Ella lo había traicionado, y era la causa de una traición aún más grave. Ahora todo concordaba.

—Y entonces lo hiciste a escondidas, ¿eh? No demostraste lealtad ni confianza, porque se oponían a tus designios.

—No lo hice por mí. Lo hice por Verity.

—El engaño y las mentiras —dijo Ross con profundo desprecio—. Las mentiras constantes durante más de doce meses. No hace mucho que nos hemos casado, pero yo me enorgullecía de que esto, esta relación entre nosotros, era la única constante de mi vida. Lo único invariable e intocable. Hubiera jurado que entre nosotros había confianza y fidelidad absolutas. Estaba dispuesto a apostar la vida a que así era.

Demelza era absolutamente sincera. En eso no había fallas… En este mundo maldito…

—Oh, Ross —dijo ella con un sollozo súbito y profundo—, me partirás el corazón.

—¿Esperas que te golpee? —dijo él—. Eso es lo que entiendes. Una buena paliza, y a otra cosa. Pero no eres un perro o un caballo para que te corrijan a golpes. Eres una mujer, y tienes instintos más sutiles para juzgar el bien y el mal. La lealtad no es cosa que se compre: se otorga o se niega libremente. ¡Y por Dios, elegiste negarla…!

Demelza comenzó a descender ciegamente de la cama; apoyó los pies en el suelo y sollozando se aferró a las cortinas, las soltó y a tientas rodeó la cama. Y mientras lloraba se le estremecía todo el cuerpo.

Cuando ella llegó a la puerta Ross se sentó en la cama. Su cólera no se calmaba.

—¡Demelza, ven aquí!

Pero ella ya había salido, y había cerrado la puerta tras de sí.

Ross bajó de la cama, tomó la palmatoria y abrió de nuevo la puerta. Demelza no estaba en la escalera. Ross descendió, regando de grasa su camino, y llegó al salón. Ella intentaba cerrar la puerta, pero él la abrió con un fuerte golpe.

Demelza huyó de él en dirección a la puerta del fondo, pero Ross dejó la vela y la alcanzó junto a la chimenea, y la atrajo hacia sí. Ella se debatió en los brazos del hombre, débilmente, como si el dolor le hubiese arrebatado las fuerzas. Ross le aferró los cabellos y la obligó a echar hacia atrás la cabeza. Demelza hizo un gesto negativo.

—Déjame, Ross. Déjame.

La sostuvo, y miró las mejillas de Demelza, sobre las cuales se deslizaban las lágrimas. Después, le soltó los cabellos, y ella permaneció inmóvil, llorando contra el pecho de Ross.

Pensó: «Ella se merece esto, y más. ¡Más, mucho más! ¡Que sufra! De buena gana la habría golpeado, la habría castigado con el cinturón. Campesina tonta y vulgar. ¡Qué absurdo embrollo!»

¡Y qué maldito descaro! Verity casada con Blamey y toda, toda esta cuestión a causa de la interferencia de Demelza. La hubiera golpeado hasta que le castañetearan los dientes.

Pero su sentido de justicia ya estaba pugnando por hacerse oír. Tenía parte de la culpa, pero no podía imputársele toda la responsabilidad. Por lo menos, no podían achacársele las consecuencias. Que Verity se hubiese casado con Blamey era lo que menos importaba. Maldito Francis. ¡Qué increíble traición! ¿Quizá se apresuraba demasiado, iba demasiado lejos? No, porque todo concordaba.

—Ven, cogerás frío —dijo con voz áspera.

Ella no le prestó atención.

Demelza ya había peleado con Francis. Sin duda también eso la había conmovido, porque cuando él regresó a la casa la había visto muy deprimida. Era extraño que el incidente la hubiese transformado así.

Su cólera se calmaba lentamente; no desaparecía, sino que hallaba su verdadero cauce. Demelza no podía soportar el lenguaje ácido de Ross. ¿Qué había dicho? ¿O cómo lo había dicho? Los Poldark eran gente desagradable cuando se les contrariaba. Maldito Francis, porque el origen de todas las dificultades estaba en él: la primera ruptura entre Verity y Blamey, y después su obstinada negativa a reconsiderar el asunto. No cabía duda de que Demelza había actuado con las mejores intenciones. El camino al Infierno estaba pavimentado de ese modo.

Pero, para bien o para mal, ella no tenía derecho a proceder así. No tenía derecho. Había interferido y mentido al propio Ross; y aunque ahora parecía desesperadamente conmovida, un día o dos después se sentiría feliz y volvería a sonreír. Pero las consecuencias perdurarían indefinidamente, y afectarían la vida de varios hombres.

Ahora, Demelza había dejado de llorar, y se apartó de él.

—Estaré bien —dijo.

—Bueno, no te quedes aquí toda la noche.

—Vete. Iré en seguida.

Le dejó la palmatoria con la vela y regresó al dormitorio. Encendió otra vela y se acercó a la cuna. Julia había apartado a puntapiés toda la ropa de cama. Estaba acostada como un musulmán devoto, la cabeza contra el colchón y el trasero al aire. Ross se disponía a cubrirla cuando llegó Demelza.

—Mira —dijo él.

Demelza se acercó y contuvo la respiración.

—Oh —dijo cuando vio a la niña. Tragó saliva, y la puso de espaldas. Los rizos castaños de Julia formaban un halo alrededor del rostro inocente de querube. Demelza se apartó en silencio.

Ross permaneció un momento mirando a la niña, y cuando se volvió, Demelza ya se había acostado. Estaba casi totalmente oculta por las cortinas, y él sólo alcanzaba a ver la pirámide de sus rodillas.

Un momento después, Ross ocupó su lugar en el lecho, apagó la vela y se acostó. Durante largo rato ella permaneció en la misma postura. Ross pensó que ella se mostraba siempre extravagante y contradictoria: así eran sus sentimientos de lealtad y sus penas. «Me traiciona y me engaña sin vacilar por amor a Verity. ¿Puedo criticarla, yo que sé tanto de sentimientos antagónicos y divididos de lealtad? Provoca esta ruptura entre Francis y yo. Una actitud terrible, quizá la causa de nuestro fracaso y nuestra ruina».

—Ross —dijo ella de pronto—, ¿lo que hice es tan grave?

—No hablemos más de eso.

—No, pero debo saberlo. En el momento no me pareció tan terrible. Sabía que engañaba, pero pensé que era lo mejor para Verity. Créeme. Quizá todo se debe a que no entiendo bien las cosas, pero te aseguro que pensé así.

—Ya lo sé —dijo él—. Pero no se trata sólo de eso. Con eso se han mezclado otras cosas.

—¿A qué te refieres?

—Todavía no puedo decirte nada.

—Lo siento mucho —dijo ella—. Nunca pensé que habría dificultades entre tú y Francis. Ni lo imaginé. De haberlo sabido no habría hecho nada.

Ross suspiró.

—Con tu casamiento te uniste a una familia peculiar. Nunca debes suponer que los Poldark se comportarán muy racionalmente. Hace mucho que yo dejé de esperar tal cosa. Somos gente irreflexiva… a veces en una medida increíble, y tenemos el temperamento vivo; nuestras simpatías y antipatías son profundas e irrazonables… más de lo que nunca hubieras supuesto. Quizá pueda decirse que tu actitud fue la propia del sentido común. Si dos personas se quieren, que se casen y resuelvan su propia situación, que no hagan caso del pasado, y al demonio con las consecuencias…

Se hizo otro silencio prolongado.

—Pero yo… aún no comprendo —dijo Demelza—. Ross, se diría que hablas en acertijos. Y me siento tan vil y… tan horrible…

—Ahora no puedo explicarte nada más. Y no podré hacerlo hasta que esté seguro. Con respecto a lo que te dije antes… lo hice impulsado por la cólera. De modo que olvídalo si puedes, y duérmete.

Ella se deslizó unos centímetros más bajo las mantas.

Emitió un suspiro prolongado.

—Ojalá… la verdad, no me sentiré muy feliz si esta disputa entre tú y Francis no se arregla pronto.

—En ese caso, me temo que serás desgraciada mucho tiempo.

Los dos callaron, y esta vez ninguno volvió a quebrar el silencio. Pero tampoco durmieron. Ella se sentía tensa después de la pelea, desesperadamente insatisfecha y no muy aliviada por sus lágrimas. Se sentía insegura, y sin saber a qué atenerse en muchos aspectos. El le había dicho que su cólera respondía también a otras razones, pero Demelza no alcanzaba a adivinarlas. Detestaba profundamente dejar las cosas a medio hacer, y sobre todo dejar sin resolver un problema. Y sin embargo, sabía que esa noche no podían continuar hablando. El estaba nervioso, profundamente fatigado e irritable. En la mente de Ross los pensamientos se sucedían en una procesión interminable. Después de un rato, Demelza cerró los ojos y trató de dormir. Pero e ni siquiera lo intentó.