Capítulo 14

El sábado dos de mayo por la mañana, en una de las habitaciones del piso alto de la Gran Residencia, se celebró una reunión de los tres miembros principales de la familia Warleggan. El señor Nicholas Warleggan, corpulento, concienzudo y duro, sentado de espaldas a la ventana en un hermoso sillón Sheraton; el señor George Warleggan, extendido sobre el diván, al lado del hogar, tocando de tanto en tanto con su bastón los adornos de yeso; el señor Cary Warleggan, que trabajaba sentado frente a la mesa, con algunos papeles en la mano, la respiración fuerte.

Cary dijo:

—Hay pocos datos de Trevaunance. De acuerdo con la versión de Smith, no hubo ceremonia oficial. A mediodía, sir John Trevaunance, el capitán Poldark y el señor Tonkin se acercaron a las máquinas; sir John dijo unas pocas palabras y los operarios encendieron los hornos. Después, los tres caballeros entraron en una de las cabañas construidas allí, bebieron a la salud de todos y regresaron a sus casas.

El señor Warleggan preguntó:

—¿Dónde están esas máquinas?

—En un lugar muy apropiado. Con la marea alta, un bergantín puede entrar en la caleta de Trevaunance y amarrar junto al muelle, y el carbón se descarga a pocos metros de los páramos.

George bajó su bastón.

—¿Cómo laminan y cortan?

—Por el momento han concertado un acuerdo con los accionistas de la Wheal Radiant para usar sus equipos de corte y laminado. Están más o menos una a cinco kilómetros de la otra.

—Wheal Radiant —dijo pensativamente George—. Wheal Radiant.

—¿Y la subasta? —preguntó el señor Warleggan.

Cary revisó sus papeles.

—Bright me dice que la asamblea estuvo muy concurrida. Era previsible, porque se había difundido la noticia. Las cosas se desarrollaron tal como se había planeado, y la Compañía Carnmore no pudo comprar una sola libra de cobre. Por supuesto, los precios elevados satisficieron a las minas. Todo se desarrolló con mucha calma.

George dijo:

—La última vez compraron cantidad suficiente para tres meses. Tendrán dificultades cuando empiece a escasearles el mineral.

—Después de la subasta —dijo Cary—, Premail sondeó discretamente a Martin respecto de su lealtad a la compañía. Pero Martin se mostró muy desagradable, y hubo que interrumpir la conversación.

El señor Nicholas Warleggan se puso de pie.

—George, ignoro si participas de esto, pero si la respuesta es afirmativa no constituye una novedad que me agrade. Yo llevo cuarenta años en los negocios, y gran parte o incluso la totalidad de lo que pudiste hacer se ha levantado sobre los cimientos que yo puse. Y bien, el banco, la fundición y las fábricas se organizaron aplicando principios comerciales sólidos y honestos. Tenemos esa reputación, lo cual me enorgullece. Muy bien, combatan a la Compañía Fundidora Carnmore con los medios legítimos disponibles. En efecto, me propongo obligarlos a abandonar el negocio. Pero no creo que necesitemos descender a este tipo de medidas para realizar nuestro objetivo.

Dicho esto, el señor Warleggan se volvió y fijó la vista en los jardines y el río. Cary clasificó sus papeles. George recorrió las molduras con la punta de su bastón.

Cary dijo:

—Este acuerdo secreto en realidad es una práctica desleal, destinada a engañar y confundir.

—No creo que podamos criticarlos por eso —afirmó con energía el señor Warleggan—. Tienen tanto derecho como nosotros a usar agentes y testaferros.

Cary respiró con fuerza.

—¿Qué dice George?

George extrajo su pañuelo de encaje y se limpió una mota de yeso que había caído sobre su rodilla.

—Estaba pensando. ¿Jonathan Tresidder no es el principal accionista de la Wheal Radiant?

—Creo que sí. ¿Y qué?

—¿Nuestro banco atiende sus asuntos?

—Sí.

—Y le hemos prestado ciertas sumas. Creo que podría aclarársele que debe elegir de qué lado desea estar. Si ayuda con sus máquinas a la Carnmore, que busque en otro lugar su crédito. No puede pretenderse que ayudemos a nuestros competidores.

Cary dijo con cierto sarcasmo:

—¿Y qué piensa de eso Nicholas?

El anciano, que estaba de pie frente a la ventana, entrelazó las manos, pero no se volvió.

—Creo que si la alternativa se formula claramente, podemos considerarla una actitud comercial legítima.

—En todo caso, no es peor que el modo en que trataste a los propietarios de las fábricas de papel de Pemryn —dijo Cary.

El señor Warleggan frunció el ceño.

—Estaban impidiendo la realización de todos nuestros proyectos. La necesidad práctica a menudo justifica la severidad.

George tosió.

—Por mi parte —dijo—, aunque no condeno esas maniobras de Cary, que son muy poco importantes para preocuparnos demasiado, me inclino a concordar contigo, padre, en que somos demasiado grandes para descender a eso. Derrotemos a esta compañía apelando a recursos limpios.

—Recursos limpios —repitió Cary.

—Bien, recursos comerciales. Todos los fundidores y los comerciantes nos apoyarán. No tendremos dificultad en eliminar a esos intrusos apenas sepamos quiénes son…

—Exactamente —dijo Cary.

—Y lo sabremos, no temas. No me digas que en estos lugares puede guardarse mucho tiempo un secreto. Alguien comenzará a hablar con alguien. Se trata de no mostrarse demasiado impaciente, y de comprender que no es posible ir demasiado lejos.

Cary se puso de pie.

—¿Quieres decir que deseas suspender las averiguaciones?

El señor Warleggan no habló, pero George dijo:

—Bien, habrá que mantenerlas en límites dignos. Después de todo, la actividad de esa compañía no nos arruinará.

—Pareces olvidar —dijo Cary con voz neutra— que el hombre que dirige esa compañía es el responsable del deshonor de Matthew.

—Matthew recibió lo que merecía —dijo Nicholas—. Todo el episodio me conmovió y horrorizó.

George también se puso de pie, estiró su cuello toruno y recogió el bastón. No hizo caso de la última observación de su Padre.

—Cary, no he olvidado nada —dijo.