Capítulo 5

Jim reía mientras lo desvestían. Reía produciendo un peculiar sonido quebrado, como un graznido. De tanto en tanto hablaba, pero eran frases sin sentido, unas veces conversando con otro prisionero, otras con Nick Vigus o con Jinny.

Habían encontrado una especie de establo —por la arquitectura, una reliquia de los primeros tiempos de la localidad— y se habían posesionado del lugar, después de expulsar a las gallinas y retirar el carromato y las dos mulas, y antes de informar al propietario. Más tarde, una mezcla de soborno y amenazas puso coto a la cólera del hombre. Le habían comprado dos mantas, y también dos tazas, un poco de leche y brandy. Encendieron un fuego en un extremo del establo —el campesino había regresado para protestar, pero aterrorizado por la fiebre, no había intentado hacer nada más.

Ahora, Dwight estaba examinando a Jim a la luz de dos velas y el resplandor humoso del fuego. Ross había recogido las últimas ropas de Jim y las había arrojado fuera; cuando volvió, encontró a Enys palpando inquieto el brazo envenenado del muchacho. Levantó una de las velas y también él miró. Después volvió a incorporarse. Había visto muchos casos parecidos durante la guerra en América.

—¿Y bien? —preguntó.

—Pues bien, debo amputarle el brazo si queremos que tenga una oportunidad.

—Sí —dijo Ross—. Y en ese caso, ¿qué puede ocurrir?

—Yo diría que las perspectivas no son del todo buenas.

—Entonces, el método no es muy recomendable. Pierde el brazo, y el veneno continúa trabajando.

—Eso no es inevitable.

Ross se acercó a la puerta y contempló la oscuridad de la noche.

—Oh, Dios mío —dijo—. Dwight, el muchacho está muy debilitado. Déjelo morir en paz.

Dwight guardó silencio un momento, los ojos fijos en el hombre que deliraba. Le dio de beber brandy, y Jim tragó el licor.

—Creo que sentirá muy poco. No me agrada dejarlo morir sin intentar algo.

—¿Practicó antes esta operación?

—No, pero es bastante sencilla. Cuestión de anatomía común y un poco de precaución.

—¿Qué precauciones puede adoptar aquí? ¿Y con qué elementos?

—Oh, puedo hacer algo. Las precauciones consisten en impedir la pérdida de sangre o un nuevo envenenamiento. Bien es sencillo aplicar un torniquete y… tenemos fuego, y mucha agua.

—¿Y la fiebre?

—Está calmándose. El pulso es más lento.

Ross se volvió y contempló la figura barbuda y demacrada.

—Tuvo un año o dos de felicidad con Jinny. Eso fue todo, antes de que las cosas empezaran a marchar mal. Ni aún en los mejores momentos gozó de buena salud. Y aunque sobreviva, será un inválido. Y sin embargo, supongo que debemos darle una oportunidad. Por todo esto me gustaría retorcer el cuello de alguien.

Dwight se incorporó.

—Vea cómo hieden nuestras propias ropas. Será mejor que después las quememos. —Miró a Ross—. ¿Puede ayudarme a operar?

—Oh, claro que sí. No es probable que me desmaye a la vista de la sangre. Lo que me irrita es que se malgaste una vida joven. Eso puede hacerme vomitar, y lo haría sin vacilar si estuvieran aquí los magistrados que lo enviaron a la cárcel… ¿Cuándo lo hará?

—Apenas podamos prepararnos. Iré en busca de un barbero y le pediré prestadas algunas cosas. También pasaré por el «Ciervo Blanco» y retiraré mi maletín.

Dwight recogió su sombrero y salió.

Ross se sentó al lado de Carter y se sirvió brandy en la taza. Se proponía obligar al enfermo a beber todo lo posible, y por su parte él mismo bebería de la otra taza. Cuanto más borrachos estuvieran, tanto mejor. Enys estaba en lo cierto. Después de la visita a la cárcel, todo hedía: las botas que calzaban, los guantes, el traje, incluso su bolsa. Tal vez su nariz se equivocaba. ¡Vaya, la recuperación del rey! Todos los preparativos realizados el día y la semana anteriores parecían pertenecer a un mundo distinto del que habían encontrado esa noche en la cárcel de Launceston.

—Vamos, cálmate —dijo Jim, y tosió vigorosamente—. Puedo arreglármelas solo, claro que puedo, y lo hago bastante bien.

Jim podía arreglárselas solo. El espantapájaros macilento que yacía bajo las mantas, con fiebre en las venas y el veneno que le subía por el brazo, ese desecho barbudo que antes había sido un joven, podía arreglárselas solo. Sin duda, mientras tuviese conciencia, trataría de luchar por Jinny, como lo había hecho otrora. Como lo había hecho otrora. Esa era la prueba crucial.

Grandes sombras se agitaban y movían sobre la pared, detrás de ambos. Iluminado por la inquieta luz del fuego, sentado entre la paja y las plumas, Ross se inclinó y obligó al muchacho a beber otro trago de brandy.

La mañana del día 22, Ross continuaba ausente, y Demelza había pasado una noche insomne. Por lo menos así lo creía ella, aunque en realidad el tiempo había pasado en una sucesión de semi sueños y súbitos momentos de despertar, cuando imaginaba que oía los cascos de Morena frente a la ventana del dormitorio. También Julia había estado inquieta, como si hubiera tenido conciencia del nerviosismo de su madre; aunque, en su caso, se trataba simplemente de un dolor de encías.

Demelza hubiese deseado padecer dolor de encías en lugar de la ansiedad que la agobiaba. Apenas se insinuaron las primeras luces del día, abandonó la cama, y prefirió retornar a su antigua costumbre de levantarse al alba. Pero hoy, en lugar de dirigirse al valle en busca de flores, recorrió la playa Hendrawna, en compañía de Garrick.

La marea había dejado muchos restos, y Demelza se detenía aquí y allá para mover algo con el pie y verificar si tenía valor. A veces aún tenía que recordar que lo que le parecía merecedor de atención pocos años antes, ahora no merecía el esfuerzo de una persona de su categoría.

Cuando aumentó la luz, vio que estaban cambiando los turnos de la Wheal Leisure, y pocos minutos después aparecieron en la playa varias figuras, mineros que habían terminado sus ocho horas y acudían a ver si podían llevar algo a casa a la hora del desayuno. El mar no se había mostrado generoso últimamente, y después de cada marea, los buscadores limpiaban cuidadosamente la playa. Nada parecía demasiado pequeño o inútil. Demelza sabía que ese invierno incluso los caracoles de los campos y los caminos habían servido para preparar caldo.

Dos o tres hombres pequeños y delgados se cruzaron con ella y al pasar se llevaron la mano a la gorra; después, ella vio que el siguiente era Mark Daniel; y el hombre no parecía interesado en el producto de la marea.

Alto y duro, con un pico de minero sobre el hombro caminaba sobre la arena blanda. Los dos se cruzaron, y Mark mantuvo los ojos al frente, como si no la hubiese visto.

Demelza dijo:

—Bien, Mark, ¿cómo le va? ¿Está cómodo en su nueva casa?

El minero se detuvo, la miró, y después, con expresión impávida, desvió los ojos hacia el mar.

—Oh, sí, señora. Estoy muy bien. Gracias, señora, por preguntar.

Ella lo había visto muy poco desde el día que Mark había ido a pedir la parcela de tierra. Estaba más delgado, más sombrío —lo cual no era sorprendente, porque se trataba del mismo cambio que habían sufrido casi todos—, pero en el fondo de sus ojos oscuros había una expresión sombría de diferente sesgo.

Demelza dijo:

—Creo que esta mañana la marea no nos dejó nada.

—¿Eh? No, señora. Algunos dicen que nos vendría bien un naufragio que arrojase muchas cosas a la playa. No es que yo desee mal a nadie…

—¿Cómo está Keren, Mark? Este mes no la he visto, pero a decir verdad, hay tanta necesidad en la aldea de Grambler, que en nuestra situación podemos considerarnos felices. Estoy ayudando a la señorita Verity, que lleva auxilio a su gente.

—Keren está bastante bien, señora. —Sus ojos emitieron un resplandor sombrío—. ¿El capitán Poldark todavía no regresó?

—No, Mark, falta desde hace varios días. —Ah… Venía por aquí porque deseaba verlo. Creí que ya estaba de regreso. John me dijo…

—¿Es algo especial?

—Puede esperar. —Se volvió, como para alejarse.

Demelza dijo:

—Le informaré que usted quiere verlo.

Mark dijo con expresión vacilante:

—Señora, usted me ayudó en agosto pasado, y yo no lo olvido. Pero esto… esto es algo que es mejor hablarlo sólo entre hombres…

—Espero que estará aquí antes de mañana. Tenemos una invitación para Truro, y es mañana mismo…

Se separaron, y Demelza continuó caminando lentamente por la playa. Debía regresar. Seguramente Jinny ya estaba en Nampara, y Julia continuaba muy nerviosa.

Detrás oyó ruido de pasos sobre las algas marinas, y cuando se volvió, advirtió que Mark la había seguido.

Los ojos negros del hombre se encontraron con los de Demelza.

—Señora Poldark, se dicen cosas malas de Keren. —Pronunció la frase como si hubiera sido un desafío.

—¿Eso era lo que quería hablar con mi marido?

—Corren rumores.

—¿Qué rumores?

—Que ella anda con otro hombre.

—Mark, por aquí siempre hay rumores de esa clase. Usted sabe que las viejas lo único que hacen es chismorrear frente al fuego.

—Sí —dijo Mark—. Pero no estoy tranquilo.

«No —pensó Demelza—, y tampoco yo lo estaría, si fuese el marido de Keren».

—¿En qué puede ayudarlo Ross?

—Pensé preguntarle qué puedo hacer. Quizá lo sabe mejor que yo.

—Pero, ¿mencionan especialmente a un hombre?

—Sí —dijo Mark.

—¿Le ha dicho algo a Keren? ¿Se lo mencionó?

—No. No tuve corazón para hacerlo. Señora, no tuve corazón. Hace apenas ocho meses que estamos casados. Construí el cottage para ella. A decir verdad, no puedo creerlo.

—Pues entonces, no lo crea —dijo Demelza—. Si no está dispuesto a preguntárselo directamente, déjelo estar y no haga nada. En esta región siempre hay lenguas perversas, y son como serpientes. Quizás usted sabe todo lo que solían decir de mí…

—No —dijo Mark, alzando los ojos—. Jamás presté atención a esas cosas… por lo menos antes.

—Entonces, ¿por qué las escucha ahora? Mark, ¿usted sabe que murmuran que el capitán Poldark es el padre del primer hijo de Jinny Carter, y sólo porque tiene cicatrices parecidas?

—No —dijo Mark. Escupió—. Discúlpeme, señora, pero es una roñosa mentira. Lo sé, y también lo sabe cualquier hombre que tenga sesos. Una perversa mentira.

—Bien, pero si yo quisiera pensar que es verdad, me sentiría tan dolorida como usted, ¿no le parece, Mark?

El hombre corpulento la miró, y en su rostro se dibujó una expresión incierta pero perceptible, que demostraba que se sentía un poco más seguro. Después, se miró las manos.

—Casi estrangulé al hombre que me lo dijo. Quizá me apresuré. Estos días apenas pude trabajar en la mina.

—Sé cómo debió sentirse.

De pronto, Mark trató de justificarse, y al hacerlo, la sospecha volvió a cobrar fuerza.

—Vea… Vea, señora, es tan bonita y elegante. Es muy superior a mí. Quizás hice mal cuando la perseguí pidiéndole que nos casáramos; pero… la quería por esposa. Es demasiado buena para ser esposa de un minero, y cuando pienso en eso me siento mal. Me pongo duro y me enojo, y comienzo a sospechar. Y cuando la gente murmura, y un hombre que pretende llamarse mi amigo me lleva aparte y me dice… y me dice… es fácil equivocarse, señora Poldark, y creer que hay verdad en lo que pueden ser mentiras. —Volvió los ojos hacia el mar—. Sucias mentiras. Sino lo fueran… no podría soportarlo. Dios me ayude, no podría soportar ver que anda con otro. No… —Los músculos del cuello cobraron una momentánea rigidez—. Gracias de nuevo, señora. Ahora le debo más que antes. Olvidaré y comenzaré de nuevo. Quizá vaya a ver al capitán Poldark cuando haya regresado; pero quizá lo que usted me dijo me haya aclarado las cosas. Buenos días.

—Buenos días —dijo Demelza, y permaneció inmóvil, mirando la figura corpulenta que se alejaba hacia el este, en dirección a las dunas y a su hogar. Demelza comenzó a regresar, desandando camino hacia Nampara. ¿Quién era el amigo de Keren? Instintivamente creía lo que había tratado de refutar. ¿Quién era el hombre que la había interesado? Keren, que pretendía menospreciar a toda la gente de los cottages

Cuando Ross regresara le mencionaría el asunto, y vería qué pensaba él. Tenía la sensación de que alguien debía advertir, no a Mark, sino a Keren. Demelza temía por Keren —y por el hombre— si Mark los descubría. Era necesario decir a Keren que su marido sospechaba. Tal vez fuera posible atemorizarla y evitar una tragedia. Tenía que recordarlo y hablar con Ross cuando volviese.

Después, mientras salvaba el muro que separaba la propiedad de la playa, vio a Ross que desmontaba frente a la puerta principal de Nampara y entraba en la casa; y corrió velozmente pendiente arriba, llamándolo. Olvidó a Mark Daniel y a Keren, y olvidados quedarían por mucho tiempo.