Capítulo 3
Llovió toda la noche, pero hacia las ocho comenzó a aclarar, y un viento suave y fresco sopló del suroeste. Mark Daniel había estado toda la mañana en el huerto, pero media hora después del mediodía volvió a comer, y a prepararse para ir a la mina.
Keren le sirvió un pastel de verduras que había cocido con cosas que ella misma había podido recoger del campo, y combinado con dos patas de conejo compradas a la señora Vigus.
Durante un rato comieron sin hablar. En Mark el silencio era costumbre, pero en Keren significaba un nuevo agravio o la rememoración de uno anterior. El la miró varias veces, mientras comían.
Para comprobar el estado de ánimo de su esposa, Mark trató de decir algo.
—Las cosas están sucediendo muy rápido, y no me gusta; es como si la primavera estuviese adelantada dos meses. Ojalá no haya helada o viento frío, como el año pasado.
Keren bostezó.
—Bien, es agradable un poco de calor después de meses como enero y febrero. Jamás conocí un tiempo así, en ninguna parte.
Ahora ella le achacaba la culpa del tiempo, como si el clima de Cornwall hubiese sido una parte del engaño general representado por su matrimonio.
—Dentro de poco los zorzales que anidaron en el espino tendrán cría —dijo Mark—. Creo que se dieron tanta prisa que nacerá una segunda camada.
Hubo otro silencio.
—Las arvejas y las habas también madurarán un mes antes —dijo Mark—. Tenemos que agradecérselo al capitán Poldark, que nos dio las semillas.
—Hubiera preferido que te diese un empleo mejor pagado. —Keren no tenía buena opinión de los Poldark.
—Caramba, tengo trabajo en la Wheal Leisure. Más no podía hacer.
—Pero en un mal lugar. No ganas ni la mitad de lo que conseguías en la Grambler.
—Keren, los mejores lugares ya estaban ocupados. Algunos dirían que tengo la culpa de lo que ocurre, porque él me ofreció trabajo por salario. Paul decía ayer por la tarde que podemos considerarnos afortunados, siquiera porque tenemos empleo.
—Oh, Paul… —dijo Keren despectivamente—. ¿Qué está haciendo Zacky Martin? Me gustaría saberlo. Trabaja para el capitán Poldark, ¿no es verdad? Y apuesto a que no es la jornada de un minero, por unos pocos chelines ala semana. Caramba, los Martin nunca estuvieron mejor en toda su vida. Zacky va por aquí y por allá… y hasta le dieron un pony. ¿Por qué no podrían darte un trabajo así?
—Zacky tiene más educación que yo —dijo Mark—. El padre alquiló unas hectáreas de terreno y lo envió a la escuela hasta los nueve años. Aquí todos saben que Zacky es más capaz que el resto.
—Habla por ti mismo —dijo Keren, mientras se ponía de pie—. Es fácil aprender a leer y escribir. Los que quieren pueden aprender. Zacky parece inteligente porque todos sois perezosos e ignorantes.
—Sí, hablo por mí mismo —dijo Mark serenamente—. Sé bien que tú también eres distinta, Keren. Eres más inteligente que Zacky o que los demás. Y quizá la gente no aprende por pereza, o quizá no es por eso. Reconocerás que es más fácil aprender las letras cuando uno es un niño, en la escuela, que cuando ya creció, y una por una las estudia solo, sin que nadie le enseñe. Fui a la escuela cuando tenía seis años, y cuando volvía a casa nadie me enseñaba. Después, trabajé siempre, y solamente descansé los días de fiesta. Quizá debí haber aprendido en vez de dedicarme a luchar, pero así son las cosas. Y no puedes decir que ahora holgazaneo en la casa.
Keren arrugó la nariz.
—Nadie dijo que eras holgazán, Mark. Pero ganas poco para todo lo que trabajas. Caramba, si incluso los Vigus están mejor que nosotros… y él no tiene trabajo.
—Nick Vigus es un sinvergüenza y un hipócrita, y él fue quien arruinó al joven Jim Carter. No querrás que me pase el día cazando donde está prohibido, o mezclando venenos baratos Para venderlos como gin.
—Lo único que quiero es que ganes más —dijo la muchacha, pero ahora habló con acento más suave—. Se había acercado a la puerta abierta y miraba en dirección al valle.
Mark concluyó su comida.
—Has comido poco o nada —dijo él—. Si sigues así te enfermarás.
—Tengo muy buena salud —dijo Keren distraídamente—. Además, está mal desperdiciar el alimento.
—Oh, cómelo tú.
Mark vaciló, y después comió lentamente una pequeña parte del pedazo de pastel que ella había dejado en el plato de estaño.
—Puedes guardarlo para mañana.
Ella miró impaciente en dirección al norte. Sobre la colina se movían varias figuras.
—Es hora de que vayas.
Keren permaneció de pie en la puerta, mirándolo mientras él se calzaba las pesadas botas y se ponía la chaqueta de tela áspera. Después, Mark se acercó a la puerta y ella salió para darle paso.
El la miró, con sus cabellos rizados que reflejaban la luz del sol, y los ojos oscuros e inquietos que no lo miraban muy francamente.
—Keren, no te inquietes así —dijo tiernamente—. No temas, saldremos adelante. Este mal momento no durará mucho, y pronto volveremos a estar bien.
El hombre inclinó su cuerpo grande y la besó en el cuello. Después, caminó, el cuerpo un tanto tieso, en dirección a la mina.
Ella lo miró alejarse. «Estaremos bien —pensó—; ¿qué significa bien? ¿Este cottage, los hijos y la vejez? Pronto estaremos bien. ¿Para qué? Quizá para que él siga bajando a la mina, y ganando un poco más o un poco menos año tras año, hasta que sea demasiado viejo y esté tullido como los ancianos de la colina. Y después se quedará en la casa todo el día, como ellos; mientras yo crío al último de los hijos, y sirvo a los Poldark para sobrevivir.»
Keren no veía otra perspectiva. Había sido una tonta cuando creyó que podría cambiarlo. El no quería cambiar. Había nacido entre mineros y era minero; su única meta era extraer cobre o estaño. Y aunque era laborioso y sabía trabajar, no tenía los conocimientos ni la iniciativa que se requerían para ascender por lo menos en la mina. Ella lo comprendía con bastante claridad. Era un bruto uncido al yugo de su propio carácter, y lo único que podía hacer era consumir las cosas de la tierra que estaban al alcance de su mano. Y ella se había atado, y obligado a permanecer en ese círculo el resto de su vida…
Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, y se volvió para entrar en el cottage. Mark había trabajado mucho para mejorar el interior de la casa durante los meses de invierno; pero ella no vio nada de lo que él había hecho. En cambio, corrió a su dormitorio, después de quitarse el sencillo vestido de algodón, se puso la provocativa prenda de tenue tela escarlata con el cinturón verde. Luego, comenzó a peinarse.
Diez minutos más tarde, con el rostro lavado y empolvado, su abundante cabello brillante y rebelde, las sandalias teatrales y los pies desnudos, consideró que estaba lista.
Salió de la casa y corrió colina abajo, en dirección al lecho del arroyo seco; lo cruzó, y subió por el otro lado, hacia el bosque. Poco después, respirando con un rápido jadeo, estaba de pie ante la puerta de la casita.
El propio Dwight Enys abrió la puerta.
A pesar de los esfuerzos por controlarse, algo se encendió en los ojos del joven cuando la vio de pie, las manos a la espalda, y el viento que le agitaba los cabellos.
—Keren. ¿Qué la trae aquí a esta hora del día?
Ella miró por encima del hombro.
—¿Puedo entrar antes de que todas las viejas de la región me vean y empiecen a murmurar?
El vaciló, y después abrió un poco más la puerta.
—Bone ha salido.
—Ya lo sé. Lo vi irse temprano.
—Keren. Su reputación no valdrá ni medio penique.
Ella caminó delante del joven, siguiendo el corredor oscuro, y esperó que él abriese la puerta que daba a la salita.
—Este lugar me parece cada vez más agradable —dijo ella.
Era una habitación larga y angosta, con tres esbeltas ventanas góticas que daban a la colina, en dirección a Mingoose. El estilo era menos medieval que en los restantes cuartos, y él había elegido esa habitación como sala, y la había arreglado con una buena alfombra turca, unas pocas y cómodas sillas, y una o dos estanterías de libros. Era también la única habitación que tenía un buen hogar, en el cual ahora ardía un fuego vivo, pues Enys acababa de preparar su comida.
—¿A qué hora regresa Bone?
—Oh, todavía no; fue a ver a su padre, que sufrió un accidente. Pero, ¿como lo vio irse?
—Estuve mirando —dijo ella.
El la observó, arrodillada frente al fuego. Keren había interrumpido la lectura de Dwight. No era la primera vez que venía, ni tampoco la quinta, aunque el brazo de la muchacha hacía mucho que había mejorado. Una parte de Dwight se sentía molesta e indignada; la otra no. Sus ojos recorrieron la curva elegante de la espalda femenina, como un arco apenas inclinado, dispuesto en cualquier momento a estremecerse y enderezarse. Contempló la suave saliente del cuello y el color llamativo del vestido. Ella le gustaba sobre todo con ese atuendo. El pensaba que Keren lo sabía. Pero, ir allí de día, e intencionadamente…
—Esto no puede continuar, Keren —dijo Dwight—. Estas visitas…
El arco se enderezó, y al interrumpirlo ella lo miró.
—¿Cómo puedo evitarlo, Dwight? ¿Cómo puedo? Me gusta tanto venir aquí. ¿Qué importa? No hacemos mal a nadie, y el resto nada me importa.
La vehemencia de Keren lo sorprendió y lo conmovió un poco. Se acercó al fuego y permaneció de pie, una mano apoyada en el reborde de la chimenea, mirándola.
—Su marido terminará por saberlo. No puede agradarle que venga aquí.
—¿Por qué no? —dijo ella con fiereza—. Es la única distracción… y la única compañía que tengo. Usted es distinto de la gente vulgar que vive en la región. Ni uno solo se ha alejado siquiera dos o tres kilómetros del lugar donde nació. Son tan estrechos y mezquinos. Lo único que les interesa es trabajar y dormir como animales de una granja. No ven más allá del faro de Santa Ana. Una diría que ni siquiera están vivos.
Dwight se preguntó qué habría esperado encontrar al casarse con un minero.
—Creo —dijo amablemente— que con un poco de buena voluntad puede descubrir muchas cualidades en sus vecinos… y también en Mark, si no está satisfecha con él. Admito que son estrechos, pero profundos. Carecen de caridad fuera del ámbito de lo que entienden, pero dentro de estos límites son fieles, bondadosos y honestos, temerosos de Dios y valientes. Lo he comprobado en el breve tiempo que he estado aquí. Perdóneme si parece que estoy predicando, pero para variar yo le recomendaría que trate de situarse en el punto de vista que ellos mismos adoptan. Trate de ver la vida como ellos la ven…
—Y ser igual a ellos.
—De ningún modo. Use su imaginación. Para comprender no es necesario igualarse. Usted critica la falta de imaginación de esta gente. Demuestre que es distinta, que usted no carece de esa cualidad. Creo que en general son buena gente, y yo me llevo bien con ellos. Por supuesto, sé que tengo la ventaja de mi condición de médico…
—Y de hombre. —No agregó: «Y muy apuesto»—. Eso es muy bonito, Dwight, pero usted no se casó con uno de ellos. Y lo aceptan porque está muy por encima de todos. Mi situación es distinta. Soy una de ellos, pero al mismo tiempo soy forastera y siempre lo seré. Si no supiera leer y escribir, y jamás hubiera visto el mundo, quizá con el tiempo me perdonarían; pero tal como están las cosas, nunca lo harán. Se mostrarán estrechos y mezquinos hasta el fin de sus días. —Dejó escapar un pequeño suspiro entre los labios contraídos—. Me siento muy desgraciada.
Con el ceño fruncido, él miró sus libros.
—Bien, no me sobra compañía y…
Keren lo interrumpió ansiosamente.
—Entonces, ¿puedo venir? ¿Puedo quedarme un rato? ¿No le parece pecado hablarme? Le prometo que no lo molestaré con mis problemas. Dígame qué está haciendo ahora, qué está estudiando, ¿quiere?
Dwight sonrió.
—No creo que eso pueda interesarle. Yo…
—Todo me interesa, Dwight. Se lo digo de veras. ¿Puedo hoy quedarme unas horas? Mark acaba de salir para la mina. Le prometo no hablar. No le molestaré. Puedo prepararle la comida y ayudarle.
El joven volvió a sonreír, una sonrisa un tanto renuente. Sabía muy bien lo que la oferta significaba; una demostración de entusiasta interés, una receptividad abierta y deslumbrada, que mediante extrañas y sutiles gradaciones femeninas cambiaba poco a poco hasta que el interés del propio Dwight se centrase en ella. Ya había ocurrido antes. Hoy sería lo mismo. No le importaba. En realidad, una parte de su persona lo deseaba.
Habían pasado dos horas, y lo previsto aún no había ocurrido.
Cuando Keren llegó, él se disponía a preparar una tabla de los casos pulmonares tratados desde su instalación en la zona, el tipo de enfermedad (en la medida en que podía definirlo), el tratamiento intentado y los resultados obtenidos. Y por una vez había conseguido retener el interés de la joven. Keren había anotado los detalles mientras él los leía; y así, Dwight había realizado el trabajo de tres horas en la mitad del tiempo.
Ella escribía con letra grande y clara, un tanto tosca. Parecía comprender rápidamente lo que él decía, incluso cuando los términos rozaban el vocabulario médico.
Cuando terminaron, Dwight dijo:
—Keren, hoy me ha ayudado mucho. Se lo agradezco. Ha sido muy amable de su parte dedicar tanto tiempo y tanta paciencia a mis aburridos registros.
También por primera vez ella no reaccionó ni respondió al elogio. Estaba leyendo un fragmento de lo que había escrito, y su carita bonita y petulante mostraba una expresión seria y atenta.
—Este agua fría —dijo—. ¿Qué significa, Dwight? Mire: en el caso de Kepthorne usted le recetó solamente agua fría y leche de cabra. ¿En qué podía ayudarlo eso? Para el enfermo no es agradable que el médico no le dé medicinas.
—Oh, le preparé píldoras —dijo Dwight—. Sólo para que se sintiera mejor; pero no era nada más que harina comprimida.
—Bueno, ¿por qué hizo eso? ¿Quería vengarse?
Enys sonrió y se acercó a la joven.
—Está afectado el extremo superior de los dos pulmones, pero todavía no es grave. Le receté un régimen riguroso, y espero que lo cumpla: caminar seis kilómetros diarios, beber leche de cabra en las comidas si la consigue, dormir al aire libre cuando hace buen tiempo. Keren, tengo ideas extrañas acerca de muchas cosas, pero hasta ahora este es uno de los mejores casos, y está mejorando. Estoy seguro de que se encuentra mejor que si le hubiese aplicado sanguijuelas, antimonio y todo eso.
Los cabellos de Keren rozaron la mejilla de Dwight. Ella movió la cabeza y alzó los ojos hacia el joven, los labios rojos y plenos levemente entreabiertos, mostrando el brillo de sus dientes.
—Oh, Dwight —dijo.
Dwight cubrió con su mano la de Keren, que descansaba sobre la mesa. La mano de Dwight temblaba un poco.
—¿Por qué viene aquí? —preguntó él bruscamente, desviando los ojos como si estuviera avergonzado.
Keren se volvió hacia él, sin mover la mano.
—Oh, Dwight, lo siento.
—No lo siente. Bien sabe que no lo siente.
—No —dijo ella—. No lo siento, y jamás lo sentiré.
—Entonces, ¿por qué lo dice?
—Lo sentiré únicamente si le desagrado.
Mirándola como si no la hubiese oído, Dwight dijo:
—No… eso no.
El apoyó las manos sobre los hombros de la muchacha, inclinó la cabeza y la besó.
Keren se inclinó un poco hacia él, que volvió a besarla.
Se retiró un paso.
Ella lo miró caminar hacia las ventanas. Había sido el beso de un niño, gentil y sincero. «Qué extraña mezcla era este hombre —pensó Keren—. Médico diplomado, un individuo instruido, desbordante de ideas nuevas; entraba en las casas, hablaba con autoridad, operaba, arreglaba brazos rotos, trataba las fiebres, atendía el parto de las mujeres. Pero en su vida privada, cuando se trataba de cosas íntimas como el amor, se mostraba inexperto y tímido».
La idea la complació más aún que el beso, y las implicaciones del beso más que cualquiera de las dos cosas anteriores.
Vaciló, los ojos fijos en la espalda de Dwight, insegura de lo que debía hacer ahora. Ninguno de los dos había hablado. A partir de este momento todo comenzaba entre ellos: no había mojones indicadores, ni huellas, ni senderos transitados.
Todo era nuevo y todo cambiaba. Pero una palabra o un gesto equivocados podían retrotraer las cosas al punto de partida, e incluso significar un retroceso más profundo. Ese momento podía ser el preludio de cosas tremendas o conducir al callejón sin salida de la amistad frustrada. Todos los impulsos normales la incitaban a seguir adelante, a aprovechar esto que quizá no volviera a repetirse durante meses, y quizá nunca. En general, Bone siempre estaba cerca, silbando o atareado en sus cosas. Keren pensaba que ahora, solos y conmovidos, no había frenos.
Pero una extraña intuición le advirtió que si procedía así, si todo ocurría en el impulso del momento, él lo lamentaría casi en el acto, y podía llegar a odiarla o despreciarla como a una mujer vulgar que lo había inducido; en cambio, si disponía de tiempo para meditarlo, para llegar al deseo lentamente y por propia iniciativa, no podría achacarle a ella la responsabilidad. Sería su propia responsabilidad, y quizás él mismo nunca deseara esquivarla.
Además, de ese modo podía ocurrir cualquier cosa.
Keren se acercó lentamente a él, y permaneció de pie, al lado de Dwight, frente a la ventana. El rostro de Dwight tenía una expresión tensa, como si él de ningún modo se sintiera seguro de si mismo.
Ella le tocó la mano.
—Me haces sentir muy orgullosa —dijo, recordando una línea de Elfrida; y se volvió, salió de la habitación y de la casa.