17

Me desperté por la mañana en la guardia del hospital de Reno. Cuando aprendí a hablar con la nariz vendada y la mandíbula atada con alambres, una pareja de detectives me preguntó quién me había quitado la billetera. No les quité la presunción de que yo era la víctima de un asalto.

Todo lo que les dijera sobre Schwartz serían palabras inútiles. Por otra parte, necesitaba a Schwartz. Durante los primeros días, los peores, su recuerdo me atenazó constantemente. Fue en aquel entonces cuando llegué a pensar que no podría moverme durante mucho tiempo.

Al cuarto día, no obstante, mi visión se aclaró lo suficiente como para poder leer algunos periódicos del día anterior que las samaritanas voluntarias traían para los pacientes del hospital. En las páginas posteriores encontré un artículo especial que contaba cómo un cuento de hadas de la vida real había llegado a un final feliz cuando el desaparecido John Galton había sido llevado junto a su abuela, la viuda de los ferrocarriles y el petróleo. En la foto adjunta, John en persona lucia una chaqueta deportiva y una sonrisa que lo señalaba como dueño del mundo.

Eso me acicateó. Una mañana, tras mi sopa de avena, me escabullí dentro de la sala de las enfermeras y efectué una llamada a Santa Teresa. Tuve tiempo de comunicarle a Gordon Sable dónde estaba antes de que la enfermera principal me pescase y me enviara de regreso a mi sala.

Sable llegó mientras estaba comiendo mi sopita para niños. Agitó un cheque. Antes de que me diese cuenta estaba yo en una salita privada con una botella de whisky «Viejo Foresten» que Sable me había traído. Me quedé hasta muy tarde con él, bebiendo con una pajita y hablando a través de los dientes que me quedaban como un gángster en las primeras películas sonoras.

—Necesitará una corona para esos dientes —dijo Sable, tratando de conformarme—. También será necesario cirugía plástica en la nariz. ¿Tiene algún seguro médico?

—No.

—Bueno, no sé si podré pedirle algo a la señora Galton —luego me miró y sus modales se suavizaron—. Bueno, si, creo que podré hacerlo. Me parece que lograré persuadirla para que le pague los gastos, aunque usted se excedió en sus instrucciones.

—Eso será muy amable por parte de ustedes dos —pero mis palabras no sonaron irónicas. Había pasado ocho días terribles—. ¿A ella no le importa un bledo averiguar quién mató a su hijo? ¿Y qué pasó con Culligan?

—No se aflija, la policía está _trabajando en los dos casos.

—Son un mismo caso. La policía está papando moscas. Schwartz fue quien dio la orden.

Sable negó con la cabeza:

—Lew, me temo que esté completamente desorientado.

—Qué diablos voy a estar desorientado. Tommy Lemberg es el culpable. ¿No arrestaron a Tommy?

—Desapareció. Pero no se aflija. Usted es un hombre voluntarioso, pero no es posible que cargue con la responsabilidad de todos los problemas que hay en este mundo. Y menos en el estado en que ahora se encuentra.

—Dentro de una semana ya estaré de pie. Tal vez antes —el whisky de la botella bajaba como un barómetro—. Déme otra semana y le presentaré el caso completamente resuelto.

—Ojalá, Lew. Pero no se dé demasiada prisa. Lo han herido y sus sentimientos se sienten ultrajados, lógicamente.

Me estiré, saliéndome de la cama, y lo tomé por el hombro:

—Escuche, Sable. No puedo probarlo, pero sé que es así. Este chico Galton es mentira, es sólo parte de una conspiración, que tiene la Organización a sus espaldas.

—Me parece que está equivocado. He perdido muchas horas con este asunto. Y todo coincide. Y la señora Galton es completamente feliz, por primera vez en muchos años.

—Pero yo no.

Se levantó y me empujó, suavemente, contra la almohada. Yo seguía más débil que un gato.

—Esta noche ya habló demasiado. Deje todo eso y descanse, ¿eh? La señora Galton se ocupará de todo y, si ella no deseara hacerlo, correrá de mi cuenta. Usted se ganó mi gratitud. Y todos lamentamos lo que le ocurrió.

Me estrechó la mano y se dirigió hacia la puerta.

—¿Regresa esta noche por avión? —le pregunté.

—Sí, estoy obligado. Mi mujer está mal. Tranquilo, ahora, ya tendrá noticias mías. Le dejaré un poco de dinero en el escritorio.