Segundo cajón

Por fin Sofía se calma. Se incorpora. Ve el estropicio que le dejó a Lucas en el buzo. Una especie de pintura abstracta con materiales diversos.

—Uh… mirá lo que te hice…

Su papá se mira. Intenta acomodarse un poco pero es imposible. Una mezcla de arena, humedad del mar, agua de lágrimas y mocos.

—No importa —dice, y sonríe.

Sofía se restriega los ojos, con el puño, no con la mano, para no llenárselos de arena. Suspira. Ahora ve otra vez. Allá sigue Suncho, ladrando y empapándose. Estira la mano hacia su papá, que se la aprieta. Ella no quiere hablar, pero hay algo que tiene que hacer. Algo que tiene que decir. Juega a hacer una montaña con la arena, usando los pies como palas mecánicas. Eso la calma. Siempre. Los pesqueros marplatentes están mucho, mucho más lejos.

—Andá al departamento —dice con voz neutra.

—¿Para qué? —pregunta Lucas, un poco sorprendido.

—Fijate en la mesa de luz de la pieza de mamá. En el segundo cajón. Debajo de una pila de papeles. Ahí está.

—¿Ahí está qué?

—El certificado que vinimos a buscar, papá. El certificado de defunción.