—Pasame esa pinza, Viernes.
—Cortala con eso de llamarme Viernes, papá. Está bien que es el mejor día de la semana, pero igual.
—No te llamo Viernes por el día de la semana, nenita.
—Ufa, ya lo sé. Por el personaje de Robinson Crusoe.
—¿Cuándo lo vas a leer?
—Estoy leyendo otro libro. Por eso.
—¿Y qué estás leyendo?
—Uno de Borges, de cuentos. Ficciones, se llama.
—Mirá qué bueno. ¿Tenías ese libro?
—No. Te lo saqué de la biblioteca.
—Ah, qué bonito. ¿Con el permiso de quién?
—Lo tenés ahí, muerto de frío. ¿Por qué te tendría que pedir permiso?
—Es muy feo robar libros, señorita.
—No lo robé. Me lo prestaste. Además, mejor no hablemos de robar libros.
—¿Por qué?
Sofía se levanta, se sacude el polvo de los pantalones y hurga en su mochila. Saca Ficciones.
—Te leo el cartelito escrito en la primera hoja. “Cristian Pafindi”. ¿Te suena?
—Un amigo mío de la infancia. ¿Por?
—Porque evidentemente este libro se lo afanaste a Cristian Pafindi.
—A Cristian le regalaban libros. A mí no. A Cristian no le gustaba leer. A mí sí. Pura justicia.
—Como quieras. Vos tenés biblioteca. Yo no. Vos no querías leer Ficciones. Yo sí. Pura justicia.
—De acuerdo, Viernes. Dejemos la discusión acá, y pasame la pinza.
—¿Vos sabés de electricidad? Digo, porque estás metido ahí en el medio de los cables…
—Sí, algo sé. Había un cable suelto, por eso no andaba el enchufe. Pero lo quiero arreglar, así podemos ponerte acá un velador, para que no tengas que levantarte de la cama para prender y apagar la luz de arriba.
—¿Cómo vas con el libro nuevo?
—¿Qué libro nuevo?
Lucas se incorpora y va hasta el hall de entrada para subir el interruptor general. Vuelve a la habitación, enchufa el velador y acciona la ficha. La luz se enciende.
—Un genio —dice, dándose corte.
—¿Cómo “qué libro nuevo”? El que estás escribiendo.
—No estoy escribiendo ningún libro nuevo.
—Fabiana siempre habla de tu libro. De que necesitás concentrarte, de que tenés que dejarte tiempo…
—Ah. Bueno. Supongo que Fabiana espera que me ponga a escribir.
—¿Pero no sabe que todavía no arrancaste?
Se rasca la cabeza. De la cabeza pasa a la barba y a la punta de la nariz. A Sofía le parece que se puso nervioso.
—Es que… a Fabiana todavía no la conocés. Ella piensa que ser escritor es como… No sé. Como otros trabajos. Y no es tan así. Puede pasar que no te salga nada. Y si no te sale nada, no te sale nada. Así de simple.
—¿Pero vos le explicás que no te sale nada?
—Ayudame que ponemos la cama en su sitio. ¿Acá te parece bien?
—Sí.
—Te entra luz de día, pero estás cerquita de la estufa. Ahora no la necesitás, pero en pleno invierno hace frío. Es un piso alto y corre viento.
—Te pregunté algo.
—¿Qué?
—Que si vos le decís esto de que no te sale nada.
Lucas se acomoda los anteojos y se sienta en la cama.
—Sí. Muchas veces se lo dije. Pero hace tiempo que no se lo digo.
—¿Por?
—Porque me parece que se pone… triste cuando se lo digo. Triste no. Tensa. Nerviosa. Prefiero no hacer olas con eso.
—Pero… ¿no le estás mintiendo?
—Prefiero pensar que la estoy cuidando.
—¿Y cuánto llevas así, sin escribir?
De nuevo se rasca la barba, pero un poco.
—Un montón de tiempo, la verdad.
—¿Cuánto?
—Ocho años.
—¿Qué?
—Ocho años.
—¿Cuánto?
—Por más que me lo sigas preguntando la respuesta va a ser la misma.
Ahora es Sofía la que se queda callada, mirando fijo la alfombra.
—Ahora te quedaste muda.
—No. Sí. Lo que pasa es que me sorprende que un escritor pueda pasar tanto tiempo sin escribir.
—Bueno, en una de esas no soy un escritor.
—No seas fatalista.
—Lo digo en serio. Ser escritor… no sé si es igual que ser otras cosas. Supongo que si sos, no sé, ingeniero: estudiaste, te recibiste, sos ingeniero. Yo no estudié para escritor. Escribí dos libros. Bien. Cuando los escribí, fui escritor. Pero ahora no sé si lo sigo siendo.
Lucas se pone de pie. Se ve que quiere dar por terminada la conversación. Sofía piensa si será mejor no insistir.
—Hace calor, trabajamos mucho, faltan como dos horas para que llegue Fabiana. ¿Un helado?
—Una sola pregunta más, papá —no piensa dejarse sobornar con un helado. O por lo menos, no al primer intento.
—De acuerdo.
—¿Te gusta ser escritor?
Lucas la mira un largo, largo rato.
—¿Sabés que nunca, nadie, me había preguntado eso?
—Qué raro.
—Dejame pensar la respuesta. No voy a desperdiciar tu pregunta contestando rapidito, así nomás.
—Me parece bien.
—¿Y el helado? ¿También te parece bien?
—Sí. Pero chiquito. No quiero engordar.
Su papá ya tiene la puerta entreabierta y la llave en la mano.
—¿Engordar? Si estás flaca como una laucha.
—Qué comparación horrible.
—¿Te parece? De acuerdo, le pediré disculpas a la laucha.
—Tonto.
—Andá llamando el ascensor.