Sofía da varias vueltas en la cama, como para acomodarse. Las sábanas son suaves y tienen olor a limpio. Escucha dos golpes en la puerta. Es Lucas, que le pide permiso para entrar. Le dice que sí. Enciende la luz y se sienta en el borde de la cama. Ella apaga el Ipod. Lo tiene que poner a cargar, porque se le está quedando sin batería. Él mira alrededor. ¿Extrañará su escritorio, o le gustará el nuevo orden que está empezando a existir en esa pieza? No lo sabe, ni se lo va a preguntar. No ahora. Desde hace un rato ya no se siente una intrusa, y quiere que las cosas sigan así.
—Tengo un velador, en algún sitio. Mañana lo busco, así tenés una luz sin tener que levantarte.
—Gracias —dice ella, y se quedan callados.
Lucas sonríe, mira la puerta, la mira a ella otra vez, baja la cabeza. Los gestos que hace cuando quiere empezar a hablar pero le cuesta arrancar. Es una estupidez, pero a Sofía le gusta darse cuenta de que empieza a conocerlo.
—Ya nos vamos a ir acomodando —dice por fin.
En ese momento se siente ruido de llaves en la puerta. Enseguida, unos tacos de mujer que cruzan el living hasta el dormitorio. Una puerta que se cierra.
—¿Está muy enojada?
Es la primera vez que Sofía se refiere a ella en todo el día, desde que Lucas la pasó a buscar por lo de Claudio. Lucas abre grandes los ojos, toma aire, lo suelta.
—¿Fabiana? Dale tiempo. Lo que pasa es que le cuestan los cambios. Yo mismo, dos días atrás, no tenía ni idea de que tenía una hija.
Sofía, para sus adentros, le da la razón. Piensa en su mamá. Alguna vez habían hablado de esto.
—Yo le dije a mamá que te quería conocer. Pero nunca quiso. No me dejó.
—¿Por? ¿Estaba enojada conmigo? Te juro que no sabía que existieras.
—Ya sé. No estaba enojada. Era rara, mamá. Decidía algo y punto. No había nada que hacer.
—¿Y cómo me encontraste?
Ella se toma un segundo para contestar. Para decidir qué decir y qué callarse.
—Cuando supo lo que iba a pasar me escribió una carta, y me la dejó. Con tus datos. No sé de dónde los sacó.
Lucas se rasca la cabeza. Sofía siente que tiene que agregar algo. Que es mejor decirlo, aunque no quiera decirlo.
—Si querés trato de volverme a Villa Gesell.
—¿Eh? No, no. Aparte, allá no tenés a nadie. ¿O sí?
—No. Las vecinas, nomás. La joven y la vieja. De mis abuelos ya te conté.
—Mis viejos también murieron. Hace un montón. Así que, cero abuelo, Sofía —hace una sonrisa torcida—. Por ese lado, no vas a tener quién te malcríe.
A ella también le sale una sonrisa, probablemente igual de torcida.
—¿Trajiste tu documento?
—Sí, está en la valija…
—No, dejá. Mañana me lo das. Lo que pasa es que no tengo ni idea de cómo hacer, porque yo no figuro…
—Uy. Ni idea.
—No te preocupes. Ahora dormite y descansá, que debés estar destruida. Mañana será otro día.
—Pero dormí toda la tarde.
—Igual calculo que te vas a dormir enseguida.
Le da un beso en la frente y le acaricia apenas el pelo, mientras se levanta. Mientras Lucas se incorpora y camina hacia la puerta, Sofía se pregunta si lo hizo porque lo sintió o porque le pareció que correspondía ofrecerle ese gesto de cariño. Le gustaría ser menos desconfiada, más simple, más… ¿normal? Sí. Tal vez “normal” sea la palabra que está buscando.
Lucas apaga la luz y cierra la puerta. Está segura de que va a tardar un montón en dormirse. Si se planchó antes de almorzar y se despertó recién a la hora de la cena. Escucha los ruidos de la calle. Son muchos más que en Gesell, salvo en temporada. Pero claro, en temporada Gesell no se parece nada a Gesell. Mira el celular. También está casi sin batería. Contesta algunos whatsapps de sus amigas. Un mensaje de texto de Agustina. Le pide que le avise a Graciela que está bien. Piensa que es una lástima no tener instalada la tele, porque se va a pasar la noche despierta sin nada que ver. Pero es lo último que piensa porque de inmediato se queda dormida.