—¡Pará! ¡Shhh! ¡Cortala!
La voz de Lucas es un susurro, pero un susurro de esos que son un grito al mismo tiempo.
—¿Cómo que la corte? ¿Vos estás loco? ¿Pero vos te escuchás? ¡Llego de trabajar y tenés una hija, Lucas!
Esos, los de ella, son gritos, gritos.
—¡Pero yo también me acabo de enterar!
—¡No me mientas! ¡Sabés que odio que me mientas!
—¿Cuándo te mentí?
Listo. Suficiente. Sofía decide que le llenaron la paciencia. Abre de un portazo. Es como sacarles una foto de repente, porque se quedan callados y rígidos, en la posición en la que estaban. Fabiana sentada en el sillón, con la cabeza girada hacia la puerta que Sofía acaba de abrir de par en par, pero no se le ve bien la cara porque la tiene a medias tapada. El pelo le cubre la frente. Las manos le tapan la boca y la nariz, como si estuviese rezando. Solo se le ven bien los ojos, muy abiertos, aunque Sofía no sabe si de bronca o de sorpresa. Parece una mina linda.
Lucas está casi de rodillas, frente a ella, a medias sentado en una mesita ratona que tienen entre los sillones, a medias con una pierna flexionada, casi tocando el piso. Hay una palabra para esa posición. Es arrodillado pero con una sola rodilla, y la otra no. Ahora Sofía no se acuerda. Él también mira hacia la puerta, pero su cara es nada más que de sorpresa, con los labios a medio formar una palabra que se le quedó por la mitad. Por lo menos él no la mira con bronca. No tendría derecho, igual, a esa bronca. Pero igual. Cuántas veces la gente se porta como el culo, aunque no tenga derecho.
—Hola —le dice a Fabiana Sofía. No se le ocurre ninguna otra cosa.
Fabiana se levanta.
—Hola —dice.
Se acerca dos pasos a Sofía, se detiene. Hace un gesto inentendible con la mano y de repente se da media vuelta y camina rápido hacia su pieza. Cierra de un portazo. Sofía gira hacia él. Las cosas vienen peor de lo que había imaginado. Aunque la verdad, en el fondo… ¿qué es lo que se había imaginado? Tal vez no se había imaginado nada. Después de que en Gesell pasó lo que pasó (y ahora Sofía no siente el menor deseo de pensar en lo que pasó), esperó unos días, en el departamento de Agustina, la vecina joven. A su casa no quiso volver. No quería estar ahí. Y menos estar sola. A almorzar se iba a lo de Graciela, la vecina vieja. Es buenísima Graciela, pero habla todo el tiempo. No para un segundo. Sofía no sabe si eso pasa con todas las personas viejas. O solo con las mujeres viejas. O solo con su vecina. Pero con Graciela pasa. Y le pone la cabeza hecha un bombo. Agustina no. Es de esa gente que te escucha. A Sofía le gusta más la gente así. Fue con Agustina con la que más habló de este plan de venir a conocer a su papá. Ver qué pasaba. Agustina estuvo de acuerdo. A Graciela, cuando se lo contaron, no le pareció tan buena idea. Le pareció más o menos. Las dos se ofrecieron a acompañarla. Ella les dijo que no, que cualquier cosa les avisaba. Agustina le propuso que intentaran comunicarse primero por teléfono, como para no agarrarlo tan de sorpresa. Sofía dijo que no. Que mejor no. Ahora, en medio de este lío, se pregunta por qué eligió hacer las cosas así. Y no sabe qué responderse.
La verdad es que, como recordó antes, no se imaginó mucho cómo serían las cosas. ¿Para qué le hubiera servido imaginar? Cuando imaginás algo malo te asustás. Cuando imaginás algo bueno te desilusionás, porque después las cosas no son como te las hiciste vos en tu cabeza. En esta situación, por ejemplo, ¿de qué le hubiera servido imaginarse algo bueno? Fabiana sonriendo, acercándose, dándole un beso, llevándola de la mano a conocer la casa… Para después encontrarse con esto. Una mina sacada que se encierra en la pieza y un tipo que se supone que es tu papá, ahí, quieto, con cara de nada, con todas las palabras atragantadas, que sigue en la misma posición de estar medio arrodillado en la alfombra.
“Hincado”, recuerda Sofía de pronto. Cuando te ponés así, con una rodilla, se dice hincado. Aunque enseguida que lo piensa, duda: en una de esas cuando te ponés de rodillas, con las dos, se llama igual. “Hincarte” de rodillas. Sí, se dice igual. Entonces, si hay una palabra para estar hincado con una sola rodilla, no la sabe. Otra cosa más que no sabe. Aunque esta, en el fondo, le importa un cuerno.