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Son las cuatro de la madrugada de un día de invierno en San Diego. Hace frío y está oscuro. El famoso sol no empieza hasta dentro de unas cuantas horas y todavía faltan un par de meses para que los días sean realmente cálidos y soleados. De todos modos, la tormenta ha acabado. El gran oleaje ha pasado y las olas caen con suavidad sobre la orilla.

Frank camina a lo largo de la playa hacia la base del muelle. Le duele el cuerpo y tiene el pecho tan tenso por la angustia que apenas puede respirar.

Primero ve las luces del muelle; después, el tenue resplandor de una linterna; a continuación, ve a alguien que se dirige hacia él a través de la niebla. Es un hombre joven.

—¿Frankie Machine? —pregunta el hombre.

Frank asiente con la cabeza.

—Jimmy Giacamone —dice el hombre, como si esperara que Frank lo reconociera. Frank se limita a mirarlo, de modo que el hombre añade—: Jimmy Giacamone, alias el Niño.

Frank no responde. Jimmy el Niño dice:

—Podría haberte matado, Frankie Machine, si hubiese tenido la oportunidad.

—¿Dónde está mi hija?

—Ahora viene, no te preocupes —dice Jimmy el Niño—. Primero te tengo que cachear, Frankie.

Frank levanta los brazos.

Jimmy lo cachea con rapidez y eficiencia y encuentra el pequeño radiocasete en el bolsillo de la chaqueta de Frank.

—¿Es esto?

Frank asiente con la cabeza.

—¿Dónde está mi hija?

—Simplemente para que lo sepas —dice Jimmy—: Yo no apruebo nada de todo esto, de esta situación con tu hija. Soy de la vieja escuela.

—¿Dónde está mi hija?

—Vamos.

Jimmy el Niño lo coge por el codo derecho y lo lleva a lo largo de la playa. Cuando llegan debajo del muelle, dice:

—La tengo y lo tengo a él. Está limpio.

Un grupo de hombres sale de la niebla como si fueran fantasmas, con linternas en una mano y pistolas en la otra. Son cinco: el «equipo de demolición» en pleno.

Y Donnie Garth también, solo que él no lleva pistola. Alarga la mano y Jimmy el Niño le entrega la cinta. La introduce en un dictáfono, escucha durante un segundo y asiente con la cabeza.

—Traédmela —dice Frank.

Garth mueve su linterna hacia arriba y hacia abajo. Un interminable minuto después, Frank ve a Jill que avanza hacia él a través de la niebla, con Donna a su lado.

—Papá.

Tiene aspecto de haber llorado, pero parece fuerte.

—Todo va a salir bien, cariño.

—Papá…

Frank extiende los brazos y la abraza con fuerza. Le susurra al oído:

—Vamos, quiero que llegues a ser médico y hagas que me sienta orgulloso de ti.

Ella solloza sobre su hombro:

—Papá…

—Tranquila, está todo bien.

Mira a Garth:

—He hecho copias, que están repartidas por cajas de seguridad por todo el mundo. Si algo le sucediera a mi hija, si un ladrón le disparara, la atropellara un coche o se cayera de un caballo, hay gente que hará llegar estas cintas a todas las grandes cadenas de noticias.

Jimmy el Niño mira a Garth.

—Déjala marchar —dice Garth.

—Oye…

—Cállate —dice Garth—. He dicho que la dejes marchar.

Jimmy vacila, pero después hace un gesto con la cabeza a Donna y le dice:

—Joder, llévatela de aquí.

Donna se acerca para llevársela, pero Jill se agarra al cuello de Frank y no lo suelta.

—Papá, te van a matar.

—No me van a matar, cariño —susurra—. Soy Frankie Machine.

Donna le desliza la pistola en las manos, después arroja a Jill al suelo de un empujón y se le echa encima. Frank dispara a Jimmy el Niño entre los ojos, después a uno de los miembros del «equipo de demolición» y a continuación a otro.

Carlo dispara, pero entonces una bala le vuela la tapa de los sesos. El impacto arroja a Frank al suelo e intenta apuntar al cuarto hombre, pero se da cuenta de que va a ser demasiado tarde.

Envuelto en el halo de las luces del muelle, Dave Hansen también se da cuenta. Es un disparo difícil para hacer desde una barca, incluso con un rifle, pero lo hace y le mete la bala entre los omóplatos.

Frank rueda, apunta con la pistola al quinto hombre y le dispara al corazón.

Garth corre y Frank se levanta para perseguirlo. Ninguno de los dos es joven, pero Donnie Garth no ha pasado por lo que ha tenido que pasar Frank los últimos días, de modo que empieza a dejarlo atrás.

Frank se da cuenta de que sus piernas no son lo bastante rápidas, aunque sabe que una bala sí que lo será. Levanta la pistola para disparar, pero entonces un dolor agudo le quema el pecho y el brazo izquierdo se le entumece. Al principio, piensa que es la bala, pero entonces siente que el corazón se le rompe como si fuera una ola, no puede respirar y el dolor es atroz; dispara un último tiro y tiene la satisfacción de ver caer a Donnie Garth.

Entonces Frank se detiene, se agarra el pecho y cae sobre la arena.

—¡Papá!

La voz de Jill es lo último que oye.