Jill Machianno sostiene en equilibrio la bolsa de los esquís entre su cadera y la pared mientras abre la cerradura de la puerta de entrada a su apartamento. Cuando tiene la puerta abierta y se estira para coger la bolsa, se le acerca la pelirroja alta.
—¿Jill Machianno?
—¿Sí?
—Soy Donna, una amiga de tu padre.
Jill le dirige una mirada tan fría como la nieve sobre la que ha estado esquiando.
—Ya sé quién es usted.
—No quiero asustarte —dice Donna—, pero tu padre ha sufrido un accidente.
—¡Dios mío! ¿Está…?
—Se va a poner bien —dice Donna—, pero está en el hospital.
—¿Está mi madre con él?
—Ella se ha ido de la ciudad —dice Donna—. Tu padre me ha pedido que viniera a buscarte y te llevara al hospital. Tengo el coche aparcado enfrente.
Jill arroja los esquís y el equipaje dentro del apartamento, cierra la puerta y sigue a Donna hasta el coche.